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Mostrando entradas de enero, 2021

HOMENAJE EN HONOR A DON NADIE (6-5-1922)

  A mis queridos amigos de la tertulia literaria Los Mercuriales Esta es una fotografía muy curiosa. En ella aparecen artistas y escritores en el "Antiguo café y botillería de Pombo" (Madrid), los cuales celebran un homenaje a don Nadie el 6 de mayo de 1922. Aquel castizo lugar del centro de la capital de España, situado en el número 4 de la calle de Carretas, casi esquina a la puerta del Sol, había sido elegido en 1912 por Ramón Gómez de la Serna como sede de la que sería una de las más conocidas tertulias madrileñas de la época, por la que pasaron los miembros de la floreciente vanguardia. Dicha tertulia fue inmortalizada por “Ramón” en numerosos artículos y en publicaciones como  Pombo  (1918) o  La sagrada cripta de Pombo  (1924), y sobre todo por un famoso cuadro pintado por uno de sus integrantes, La tertulia del Café de Pombo (1920), de José Gutiérrez Solana. En el lienzo no aparecen todos los miembros de la tertulia. Solana habla de este hecho en el epílogo d

EL ALUMNO OLVIDADO

  A mi prima Amalia, con todo mi cariño, y al recuerdo entrañable de su marido Manolo, que en paz descanse           Hay muchos momentos que se pierden en el océano del tiempo: risas, miserias, sufrimientos, odios, lágrimas, iluminaciones, epifanías y hallazgos de belleza. N., aquel chaval, no era ni mucho menos alguien brillante, ningún cultivador de la milenaria afición a la lectura. Nunca había pisado una biblioteca, como su compañero más cercano al fondo de la clase , y no tenía el más mínimo interés por los estudios. No era especialmente conflictivo, aunque de vez en cuando su rencor por el instituto lo llevaba a gritar su inconformismo, a levantarse sin permiso y a rebelarse contra la autoridad de unos profesores que le habían puesto hacía tiempo la etiqueta de indomable. Y desde luego mantener ese papel requería de un esfuerzo diario que le iba pesando a aquel niño que jugaba torpemente a ser hombre. Su mundo era otro y estaba dentro de la pantalla de su móvil: la adicción a los

EL NIÑO Y EL BIBLIOTECARIO

  A mis compañeros  bibliotecarios del IES María Galiana           Los primeros días del curso, el chaval entraba azorado en la biblioteca de su nuevo instituto. Todo era extraño para él y también aquel depósito de libros, herencia del trabajo de muchos profesores que, en cursos anteriores, habían dedicado su esfuerzo a montarlo en horas sueltas entre clase y clase. Una mesa en la entrada servía de barrera y recordaba que la biblioteca solo servía entonces como sitio de préstamo y devolución de libros y no como lugar de estudio. El dichoso virus Covid-19 había hecho incluso que a mediados de septiembre los profesores se llegasen a plantear la posibilidad de no abrir ese curso la biblioteca. Pero ahí estaba aquel chaval de primero de ESO, que cada miércoles había decidido presentarse en la puerta de la biblioteca como si fuese la de una botica en la que solicitar remedios para el alma. Siempre sacaba un libro que invariablemente traía leído el miércoles siguiente con el propósit

CABALGATA CELESTIAL (CUENTO DE REYES)

    A mi hija y a todos mis queridos sobrinos, en especial a Juanjo y  Rogelito           Una mañana de finales de diciembre de 2020, llegó a una oficina de correos de la ciudad de Sevilla una curiosa carta.         Era un sobre verde adornado con unos preciosos dibujos navideños con brillantina que lucían espléndidos bajo las luces de neón de la cartería.         Normalmente, las cartas que, como esta de la que hablamos, llegaban en aquellas fechas y que ni siquiera estaban franqueadas con un sello -como manda por otra parte la normativa-, indicaban siempre los mismos destinatarios: Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente . La caligrafía de dichos envíos era cambiante, en función de la edad del remitente: a veces, si los niños eran pequeños, sus padres se encargaban de redactar las cartas; cuando ya los niños estaban aprendiendo a escribir, iban rellenando ellos mismos aquellas peticiones de regalos con sus vacilantes primeras letras, pero lo que nunca variaba era el n