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Mostrando entradas de mayo, 2021

LA FRASE QUE SIGUE ES FALSA. LA FRASE QUE LA PRECEDE ES VERDADERA.

         Señoras, señores:   Bienvenidos a esta teleconferencia en la que quiero aclarar la paradoja de Epiménides, sabio del siglo VI antes de Cristo, de quien se dice que estuvo dormido cincuenta o cincuenta y siete años (depende de la fuente a la que acudamos) y que llegó a vivir ciento cincuenta. Parece que, en uno de sus escasos momentos de vigilia, escribió unos versos de un poema que han dado mucho que pensar: ¡Los cretenses, siempre mentirosos, bestias malvadas, vientres ociosos! La gracia del asunto es que él era cretense, nacido en Cnosos, con lo cual no se sabe si mentía o no al decir que los cretenses eran mentirosos. El título de esta entrada es una reformulación de la frase del sabio cretense que he encontrado en el magnífico libro de Enrique Vila-Matas París no se acaba nunca . Voy a intentar sintetizar el significado de la paradoja (algo que quizás al mismo Aristóteles, si resucitara para solo ello, habría de suponerle gran esfuerzo, pues parece ser que e

CRÍTICA DEL CRÍTICO FEROZ

    A mi amigo José Manuel Camacho, gran conversador        El domingo pasado asistí con mi mujer, en el teatro de la Maestranza de Sevilla, al magnífico concierto de música barroca de la orquesta «Le Concert des Nations», magistralmente dirigida por Jordi Savall.      En los días posteriores no encontré referencia alguna a dicha maravilla musical en la prensa en papel que compré. En la digital sí aparecía la crítica, pero como estaba dirigida solo a los clientes Premium (y yo no lo soy), no pude leerla entera.      Finalmente, pude acceder a una crítica digital completa de dicho concierto, titulado Homenaje a la Tierra. Tempestades, tormentas y fiestas marinas en el barroco europeo .      Al leer la última reseña citada, me llamó la atención que el crítico escribiese en ella que el público estuvo entregado al maestro Savall desde el principio, como si este hecho hubiese supuesto un descrédito en la valoración de lo vivido por los espectadores o un demérito de los intérpretes (relajad

CANCIONES PARA DESPUÉS DE UNA PANDEMIA

          Recuerdo que, cuando era yo pequeñito (más pequeñito que ahora), me gustaba oír cantar a mi madre, quien, con su maravillosa voz, iba llenando el aire de los cuartos por donde iba pasando en el ir y venir de la faena diaria.       Creo que, de tanto oír aquellas viejas canciones que ella entonaba, me viene un gusto por cantar, silbar y oír música en cualquier momento que se precie.   No tengo precisamente ahora muchas oportunidades de cantar, prácticamente reducidas al ratito de la gratificante ducha diaria.       Hace unos días me dio por pensar todo esto el descubrimiento, en un expurgo que hice en la biblioteca de mi instituto, de un librito de 1964 titulado Cancionero infantil .       Hojeando aquellas páginas de viejas canciones que cantaban los niños de antes (hoy abuelos), me dio por pensar también que se está perdiendo irremediablemente un tesoro: el del fondo musical que se transmitía oralmente de padres a hijos hasta la llegada de la revolución digital.

SUEÑOS DE BALONCESTO

          Cuando yo era un zagal, había en Riotinto un muchacho, de cuyo nombre no me acuerdo (o sí me acuerdo, pero lo escondo por una de esas trampas de los narradores en las que solo caen ellos), que jugaba al baloncesto de una manera mágica.         Eran los tiempos en que la liga de baloncesto norteamericana, la NBA, empezaba a brillar en España gracias a las emisiones televisivas. Los chavales veíamos programas especiales en que nos maravillaban las antologías de las mejores jugadas de la última jornada. Empezaban a sonar en nuestras mentes nombres de jugadores y de equipos míticos que quedarían grabados en ellas para siempre. De toda aquella efervescencia deportiva recuerdo en especial los partidos de las finales entre Los Angeles Lakers y los Boston Celtics, representados respectivamente por dos baloncestistas únicos e inolvidables: el base Earvin «Magic» Johnson y el alero Larry Bird.         Aquel chaval del que hablo era base de su equipo, el de la barriada de Los Cant

EL POBRE DEL ESCRITOR

    Imagen: Abdullah Aydemir .           El profesor corría apresurado a su encuentro con el viernes. Atareado toda la semana con análisis morfosintácticos que intentaba vagamente explicar a los cerebros embotados de sus alumnos de la universidad, cuando llegaba el fin de semana todo era correr para poderse dedicar a su verdadera pasión, que era la escritura. Escribir era para él una limpieza semanal de su mente que lo ordenaba y le daba estabilidad, que lo conectaba con la más pura y cristalina versión de sí mismo, con el silencioso y apacible fluir de la vida.         Semanas atrás un mendigo (con gafas rotas pegadas torpemente con cinta aislante negra, olor repugnante, rostro enrojecido y aspecto sucio) se había ido a instalar con un lío de mantas en la antepenúltima acera en sombra que él solía transitar para llegar a su casa en el itinerario de derrota de cada jornada y, casi sin darse cuenta, los últimos días había decidido cambiar su itinerario habitual de vuelta par