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EL MAR

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HISTORIAS DE UN APRENDIZ

     Mancha la tinta, los dedos se le van volviendo negros y, cuando llega a casa debe pasar un buen rato limpiándoselos con ayuda de su mujer, Teresa, mientras sus hijos corretean o lloran en torno a ellos. El oficio de aprendiz de cajista tiene ese pequeño inconveniente.      La labor de Martín no es demasiado complicada, pero es agotadora: una vez que se han imprimido las páginas del día, debe devolver a cada cajetín los pequeños tipos móviles empleados. Las aes con las aes, las bes con las bes… Es casi como el tránsito de cada jornada: el sueño borra los límites de las páginas vividas y devuelve cada letra a su cajón en la cabeza para que, al día siguiente, podamos volver a componer la escritura de nuestros pasos por este mundo de locos.      De labor tan manual extrae cada día el aprendiz un caudal de sabiduría. Entran en el taller todo tipo de personas cultas, especialmente los escritores, que dejan allí sus libros manuscritos para que el impresor, con esmero, l

LAS LÁGRIMAS

  Imagen de Gregorio Catarino      “Son tiempos difíciles. Ya no entra tanta gente como al principio… A ver, ¿qué quieres? La gente lo compra todo por Internet. Es más cómodo, claro. En fin, Albert, te dejo que tengo clientela. Adiós. Hasta pronto”.      La clientela en realidad era únicamente yo, que paseaba sin prisa por entre los pasillos de la tienda.      Me preguntó si quería algo. Le dije que solo estaba mirando y, con una sonrisa, volvió a sentarse delante del portátil.      No tardé mucho en salir de allí para volver al bullicio de las calles de los móviles a unas narices pegados, no sin antes observar con disimulo su rostro: era una mujer morena de pelo y de piel muy blanca, hermosa sin necesidad de afeites ni de ropas estridentes. Sus gestos y la lentitud con que se desenvolvía manifestaban un carácter pacífico, sereno.      Salí de aquel lugar, que por unos momentos había sido un oasis de calma en medio del caos urbano, sin mucho entusiasmo. Estuve tentado de haberme p

SEÑAL RADIOELÉCTRICA

«Anoche me despertó, una vez más, el doble pitido que me avisaba de que se había vuelto a quedar un poco abierta la puerta de la nevera.  Todo está empezando a fallar. Con frecuencia confundo recuerdos y sueños. A veces me sorprendo preguntándome quién soy realmente. Aproveché el paseo nocturno para volver a tirar de la cisterna, que también se empeña en despertarme a esas horas en que el sueño se ha apoderado, como un tibio velo, de mi cuerpo, agotado por la fatigosa tarea de intentar contactar con alguien en esta región devastada. Esta mañana volví a repetir, por milésima vez, el mensaje de aviso: “Este es un mensaje para cualquier habitante del sector G… Repito: Este es un mensaje para cualquier habitante…”. Mis palabras suenan frías, monocordes, casi robóticas, fruto del insomnio y el hartazgo. El contador inverso se aproxima al momento estipulado hace siglos. Mucho tiempo atrás me convencí de que ya no hay nadie por aquí que pueda viajar conmigo. De pronto, del fondo del

ALARMA EN LA NOCHE

A Antonio Rivero Taravillo, por su coraje        Avanzamos en mitad de la noche únicamente armados de la horca, que maneja mi hijo igual que un soldado inexperto.      A todos nos han despertado unos extraños ruidos. Es un borboteo constante, un rugido de espanto que sale de lo profundo del negror.      La oscuridad del cortijo a esta hora es espesa, como la de una cueva en la que el tiempo se haya estancado hace milenios.      No podemos encender más velas: la prisa por saber qué está pasando nos hace avanzar precipitadamente por los corredores.      El miedo agita nuestras almas, aún soñolientas y anhelantes de volver al dulce abrazo del sueño.      Las sombras de la palmatoria, que llevo temblorosa entre las manos, corren por las paredes, formando imágenes de fieros monstruos.      Nos vamos acercando al origen de los ruidos. Los niños que van delante se vuelven, buscando el refugio de los abrazos de sus madres.      El borbolleo es en este momento espeluznante.      Al fin

QUALCUNO LÌ?

Imagen de Iban Gorriti “¿Hay alguien ahí? Qualcuno lì? Someone there? Quelqu'un là...?”. El mensaje se repite insistente, pero nadie responde. Hace años que las comunicaciones se vinieron abajo. Un persistente ruido de freidora es la única respuesta. Sin embargo, él cada tarde, en un rito casi sagrado, insiste en llamar a alguien que pueda responder al otro lado de la línea, conocedor de que apenas queda ya vida sobre la gran canica que viaja, ajena a todo afán humano, por los espacios sidéreos. Lo hace desde el rincón más abierto de la cueva. Fuera, las tormentas de arena y el calor abrasador se repiten un día tras otro, sin tregua alguna. Hace muchos años del Gran Suceso, pero nadie sabe bien qué es lo que pasó, dónde se empezó a joder todo. Él era un niño apenas y sobrevivió como pudo, entre fieras. Algunos hombres con quienes se cruzó le hablaron de una gran peste que atravesó el planeta, de guerras, de hambrunas… Otros le dijeron que todo empezó a destruirse cuando los l

EL FUEGO SAGRADO

¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro!,… San Juan de la Cruz. No puedo nunca dormir, lo sabes. Y ahora menos, que espero desesperado la muerte. Hace frío en Roma. Sus calles se llenan por la noche de nuestros gritos, los de los carreteros que traemos a la urbe las mercancías de todo el imperio. Así lo establece la ley. La ciudad, de noche, es como una feria. Regreso (regresaba), por las mañanas, al amanecer, agotado a mi catre, donde apenas se concilia el sueño. Pero no solo es la luz del día, que se cuela curiosa por las rendijas, la que me impide descansar. Tampoco es culpable de mi insomnio el helor de mi cobija, que te anhela. Ayer no quise saber nada de tu martirio, pero no pude evitar imaginármelo segundo a segundo desde el jergón de mi calabozo, donde soñé nuestros abrazos. Fuiste una sacerdotisa casi desde que tus padres, patricios y hermosos, se enlazaron para concebirte. El Pontífice Máximo te escogió a los seis años p