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UN BALÓN AL AIRE

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EL ABRAZO

        El pasillo era largo, muy largo. No había nadie en las primeras salas del tanatorio. Al final se apreciaban las siluetas de tres o cuatro personas.    Ella avanzó titubeante. No quería pasar por aquel trago. Mientras llegaba en taxi a aquel lugar en los confines de lo civilizado, había reparado en los matices de luz del ocaso, que se filtraba por entre las hojas de los árboles; en las fachadas desconchadas de las casas bajas cercanas al cementerio; en el viento gélido que hacía arrebujarse a los pocos paseantes que marchaban con poco espíritu por las aceras.    Tenía que estar allí porque a Francisco, su abuelo paterno, a pesar de todo lo que había sucedido entre su padre y su madre en los últimos tiempos, lo había querido con locura.    Dejó a su derecha las primeras salas, oscuras y frías. Al avanzar por el corredor se iban definiendo los rostros de quienes ya la estaban esperando.    Pensó entonces en lo inú...

LA ISLA DE LOS FAISANES

      La entrega de María Antonieta debe poner de manifiesto la despedida de todo -y de todos- lo que la une a la casa de Austria. También para esto han ideado los maestros de ceremonias un símbolo especial: no solo nadie de su séquito puede acompañarla a través de la invisible línea de la frontera, la etiqueta exige incluso que no pueda conservar en el cuerpo desnudo ni un hilo de fabricación patria, ni un zapato, ni una media, ni una camisa, ni una cinta. Desde el momento en que se convierta en María Antonieta, delfina de Francia, solo podrá envolverse en telas de origen francés. Así que en la antesala austríaca la catorceañera tiene que desnudarse completamente ante todo el séquito austríaco. Por un instante, el tierno cuerpo de niña aún sin florecer brilla en su desnudez en la oscura habitación; luego le echan encima una camisa de seda francesa, un jubón de París, medias de Lyon, zapatos hechos por los zapateros de la corte, encajes y mallas. Nada p...

¿CUÁNTO DOLOR ES USTED CAPAZ DE SOPORTAR?

        A Puri Serradilla    No dejo de pensar en mis cosas… este maldito perro no para de tirar… un día de estos acabo en el suelo… no me da la vida para tanto: las historias de mis hijos, las manías de mi marido, los agobios del trabajo, los achaques de mis padres… y ahora encima los PRA, los programas de refuerzo del aprendizaje… los tutores tenemos que rellenarlos incluso para los alumnos excelentes… pero a mí no me da la vida… vaya, un perro sin correa, y se viene para mí…, no entiendo a la gente que lleva a los perros sueltos, no comprenden que otra persona o bien otro perro se pueden poner nerviosos, el otro día una compañera se cayó por culpa de un perro suelto, y además su dueño no tuvo ni el detalle de disculparse… si es que vivimos en una sociedad que tiene telita… pues sí, cuando llegue de pasear a este tengo que terminar el proceso de los PRA… a ver si recuerdo cómo se hacía… si encuentro la ruta en Séneca...

EL ABUELO

    A la memoria viva y gozosa  de Mariluz Pérez López, mi suegra    Casi nadie sabe su nombre, pero todos lo llaman por el que mejor se acomoda a su esencia: simplemente El abuelo .    Camina muy despacito, con su andador, por los pasillos de la residencia, sin prisa ninguna, parándose simplemente a contemplar, como desde una escafandra, la vida que pasa rápidamente ante sus ojos de nonagenario.    Apenas habla ya, apenas reconoce a nadie. Solo a veces viene a verlo un sobrino lejano de sonrisa afectuosa, que intenta, sin fruto, que un sentimiento se refleje en el rostro impenetrable de su tío.    Hace ya mucho tiempo que nadie recuerda haberlo visto emocionarse.    Su sobrino, que es maestro, en sus visitas le lleva una tableta en la que le va proyectando imágenes de actores del cine clásico de Hollywood.    Él ve aquellos rostros en blanco y negro y recita, como en una salmodia, sus nombr...

EL ALMA DE LA MÚSICA

         Recuerdo, por ejemplo, de la época de mis primeros años de juventud, que un día nuestra cocinera, con lágrimas en los ojos, irrumpió en la habitación: le acababan de comunicar que Charlotte Wolter (la actriz más famosa del Burgtheater) había muerto. Lo más grotesco de aquel dolor exagerado era, por supuesto, que nuestra anciana cocinera medio analfabeta no había estado ni una sola vez en el Burgtheater y no había visto a la Wolter ni dentro ni fuera del escenario; pero en Viena, una gran actriz nacional era propiedad colectiva hasta tal punto que incluso los que no se interesaban por el teatro percibían su muerte como una catástrofe.     Stefan Zweig: El mundo de ayer. Memorias de un europeo (editorial Acantilado, 2001).     Siempre le había gustado la música.     Cuando era pequeña, se quedaba escuchando detrás de la puerta, en el rellano de la planta de abajo, las leccio...

EL PORTERO DE BALOMPIÉ

                      Los porteros de foot-ball , igual que los toreros, odian los días de viento porque el aire entonces le da al balón trayectorias inverosímiles que los obligan a esforzarse mas que en ninguna otra ocasión.     Aquel día, Z. estaba nervioso. La tarde se había vuelto plomiza y las nubes llegaban empujadas por un viento frío y desapacible.     Fue a la salida de un corner . La pelota, que venía al primer palo desde la derecha del portero, inició un vuelo majestuoso en busca de un rematador. No hay, por cierto, emoción comparable a la de ver volar un balón que persigue el fondo de la red.    Z. la golpeó de puños, pero no con la suficiente fuerza. Hubo varios rechaces que llevaron el esférico al otro lado.     Allí, a la izquierda de Z., surgió la figura de A., el vecino de su mismo pueblo, aquel zagal que estaba empezando a jugar en la primera categor...