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¿CUÁNTO DOLOR ES USTED CAPAZ DE SOPORTAR?

 

 


 

 

A Puri Serradilla


   No dejo de pensar en mis cosas… este maldito perro no para de tirar… un día de estos acabo en el suelo… no me da la vida para tanto: las historias de mis hijos, las manías de mi marido, los agobios del trabajo, los achaques de mis padres… y ahora encima los PRA, los programas de refuerzo del aprendizaje… los tutores tenemos que rellenarlos incluso para los alumnos excelentes… pero a mí no me da la vida… vaya, un perro sin correa, y se viene para mí…, no entiendo a la gente que no lleva a los perros sueltos, no comprenden que otra persona o bien otro perro se pueden poner nerviosos, el otro día una compañera se cayó por culpa de un perro suelto, y además su dueño no tuvo ni el detalle de disculparse… si es que vivimos en una sociedad que tiene telita… pues sí, cuando llegue de pasear a este tengo que terminar el proceso de los PRA… a ver si recuerdo cómo se hacía… si encuentro la ruta en Séneca será un milagro… Alumnado/Gestión de la orientación/respuesta educativa…, ¡demonios!, seguro que he perdido el papel donde la tenía apuntada… elaborar los PRA, generar el documento, firmarlo, enviarlo a los padres para que lo firmen también y, finalmente, con música de clarines de fondo, adjuntar el documento en cada expediente de cada alumno, cuatro horas de media para todo el proceso… y a mí no me da la vida para tanta tontería… no tengo tiempo a veces de poner una lavadora o de tenderla… o de contarle un cuento a mis hijos antes de dormir… o de preparar tranquilamente las clases del día siguiente…; ...otro caso de violencia machista en la radio han dicho, ...el milésimo caso de corrupción en el telediario de la tarde…, un mendigo tumbado en un colchón mugriento… un viento frío que se levanta de pronto… otro vagabundo… hay muchos últimamente en el barrio… hay que recogerse ya… haré unas tortillas… a esta hora ya no tengo ni hambre, y luego a dormir para poner en marcha temprano mañana la máquina de hacer días… pero hay algo que… ese último mendigo... ¿no estaba llorando?



   Marta, la profesora de Matemáticas, termina de recorrer las últimas calles con su perro antes de refugiarse del frío de la noche en su piso.

   Allí la esperan, con ganas de cenar, su marido, sus hijos, y el ordenador, ese invento del maligno con el que ella no deja de alimentar la plataforma educativa de documentos perfectamente inútiles que nadie lee salvo en caso de reclamaciones (porque ese es el verdadero sentido de los mismos: garantizar que se hayan tomado medidas para solucionar los problemas de los alumnos, como el de que, para su mal, sean superdotados)

   Marta, mientras termina todas esas faenas domésticas y laborales, siente una desazón desconocida que no sabe a qué atribuir. Cuando, una hora después de terminar de cenar frugalmente, se mete en la cama, envuelta en el edredón que acaban de sacar del altillo en el cambio de ropa que han hecho el fin de semana anterior, cuando bajaron los termómetros, sabe al fin el motivo de su malestar: la imagen del segundo mendigo que ha visto en el paseo con Boli se le ha quedado, sin apenas darse cuenta, clavada en la mente.

   Vemos muchas cosas a lo largo del día acelerada, rápidamente, sin que apenas dejen rastro en nuestra con(s)ciencia. Pero hay imágenes que nos tocan el corazón, aunque no las queramos mirar nada más que de pasada.

   Marta, como muchas personas, tenía una idea tópica de los indigentes: que todos forman parte de mafias que los colocan en sitios estratégicos, en puertas de iglesias o de supermercados; que están en la calle en vez de en albergues porque son seres asociales que rehúyen el trato con los demás; que son violentos, cínicos y, sobre todo, que, con insolencia descarada, nos hacen ver que somos seres insolidarios e inhumanos porque no atendemos sus peticiones de auxilio.

   Aquel hombre, sin embargo, no fingía porque ni siquiera miraba alrededor: con las dos manos tapándose el rostro, lloraba su miseria con un dolor hondo, insoportable. Una pregunta le empezó a martillear las sienes a la profesora: ¿cuánto dolor somos capaces de soportar?



   Marta no podía dormir. Tenía frío y, además, le venía una y otra vez aquella imagen de desdicha a la cabeza. Sería la una de la madrugada cuando se levantó de la cama.

   Su marido dormía profundamente. Ella se vistió, fue a la cocina y salió a la calle.

   Hacía frío, un viento insoportable azotaba las calles. En los soportales de un edificio cercano distinguió una sombra...


   ...Una sopa de migas caliente daba luz al rostro fatigado del mendigo. Se llamaba Carlos.

   Cuando volvió a casa, su marido la esperaba despierto, con una sonrisa en los labios y en la mirada:

   -¿Otra vez, Marta?

   Luis dejó caer la nota que ella había dejado encima de la vitrocerámica: “Ahora vuelvo. Tengo que hacer un PRA”.

   Ella sonreía, también, de gozo.

   La cama estaba calentita. Se abrazaron...

 

Comentarios

Jesús Cotta Lobato ha dicho que…
Ojalá los PRA sea lo último que nos quite el sueño.Gracias por este buen rato.

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