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Pensamientos sobre educación (I)



Obligatoriedad de la escuela

Yo parto de la base de que el mejor argumento para la socialización de un niño es la escolarización obligatoria, aunque pueden ponerse pegas a ese concepto de la socialización (¿con quién se va a socializar?).
Se ha convertido en tópico la afirmación de que hoy hay más instrucción pero menos educación, frente a épocas pasadas en las que sucedía lo contrario. Sin embargo, todos los tópicos tienen algo de verdad: como profesor creo que la escolarización obligatoria no debería llegar hasta los dieciséis años, teniendo en cuenta que hoy los alumnos de doce años tienen pronto muy claro si quieren seguir estudiando o no. Uno de los mayores problemas de las aulas de los institutos hoy en día es el de esos "objetores escolares" que durante varios años no sólo no hacen nada en clase, sino que además se dedican a molestar al profesor y a los compañeros (lógicamente, para ellos el instituto es una cárcel). ¿Es bueno el argumento de que se debe escolarizar hasta los dieciséis años porque en muchos países de nuestro entorno sucede así? Yo creo que no, que a pesar de la unidad europea en materias diversas, la educación aún debe ser una materia controlada por cada uno de los estados, y no regulada hasta límites insalubres, metiendo a churras y a merinas en el mismo corral, desde las cumbres europeas. En nuestro país, además, tenemos el problema de que los programas escolares varían apreciablemente de una comunidad a otra, aunque ésa es harina de otro costal.
La escolarización debe volver a existir hasta los catorce años solamente: ello mejoraría sensiblemente el bachillerato (añadiéndole dos años que perdió ignominiosamente) y obligaría al gobierno a mejorar en la planificación de la Formación Profesional y el acceso al empleo desde las primeras etapas educativas, hechos que supondrían una mejora importante de la calidad de la educación de nuestros hijos.

Consideremos la cuestión de una forma práctica: la socialización moderna se practica, en gran parte, en la escuela. Eso, querámoslo o no, es así. Si no estamos de acuerdo con esa situación hay que plantearse irremediablemente otra: que los padres eduquen en sus casas a los niños. Y entonces me pregunto: ¿están dispuestos los padres de hoy a esa tarea? Creo que no, porque en general se puede decir que muchos ni siquiera son capaces de jugar con sus hijos. ¿En quién delegarían cuando no pudieran educarlos? Aunque sea un tópico, los abuelos maleducan a las criaturas, les dan regalos que las encaprichan. ¿Qué es preferible? ¿Un sistema estatal castrador de los impulsos íntimos o un sistema educativo familiar que los ensalza hasta límites insanos?

No tengo respuestas para tantas preguntas, en parte porque éstas son cuestiones muy complejas. Sí estoy convencido de que la base de una verdadera movilización educativa es el convencimiento entre toda la sociedad, dirigida por una clase pensante, de que hay una serie de problemas y de que entre todos debemos solucionarlos. Uno de esos problemas creo que es la obligatoriedad hasta los dieciséis años. Hay que crear foros o grupos de opinión que incidan en la necesidad de reducir la edad de la enseñanza obligatoria.


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