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SIETE CARTAS LITERARIAS A MI HIJA


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A la memoria de mi tía Angélica


Carta primera

    Querida hija:

    Hace unos días inútilmente intentaste, como otras veces, que yo dejase mis papeles y me pusiera a jugar contigo al ajedrez.
    Ante mi negativa, me soltaste las siguientes preguntas: “Papá, ¿por qué no me haces caso? ¿Por qué estás siempre escribiendo por las tardes?”.
    Aquellas palabras me hicieron reflexionar. No supe entonces qué contestarte (ya sabes que soy de reacciones lentas), pero llevo días dándole vueltas a la respuesta.
   Como no me gusta responder de cualquier manera a cuestiones importantes como ésta, he decidido contestarte por escrito, por carta, como se hacía antiguamente. En estas cartas o epístolas intentaré dar respuesta a tus preguntas y a otras muchas que yo también me hago constantemente y que están relacionadas con las tuyas.
    Antes que nada, he de decirte que es verdad que no te hago caso siempre. Pero ese hecho no es del todo malo, ya que los niños no tienen que estar entretenidos en todo momento. Tenéis que aburriros de vez en cuando, porque el aburrimiento es sano, ya que os hace imaginar, crear, inventar...
    No hay que llenar siempre todos los momentos con palabras o con juegos. También tienes que conocerte a ti misma en el silencio.
    El pobre silencio tiene muy mala fama. Se dice siempre que las personas calladas son aburridas, pero eso no es del todo así. Muchas de ellas (yo me incluyo en la lista) tenemos una vida interior completa, tanto que no nos hace falta muchas veces romper el silencio con palabras.
    De todas maneras, es cierto que en ocasiones no te hago mucho caso, sobre todo cuando estoy metido en mis papeles, en mis libros, en mi mundo literario en definitiva.
    Pero (y aquí intento responder ya a tu segunda pregunta: “¿Por qué estás siempre escribiendo por las tardes?”) has de entender que para tu padre es muy importante la escritura.
    Ha sido un trabajo o afición que me ha acompañado desde que era pequeño. He intentado alguna vez dejar definitivamente la escritura, pero al fin he comprendido que no puedo escapar de ella.
    Buda (un gran hombre del que te he hablado alguna vez) decía que en la vida hay momentos en los que hay que abandonar un pensamiento o creencia que nos ayudó una vez a salvar un momento de dificultad. Él explicaba este asunto hablando de una balsa que nos sirve para cruzar a la otra ribera de un río, y decía que -una vez cruzado- esa balsa ya no nos sirve para seguir nuestro camino más allá de la ribera.
    Yo he pensado en ocasiones, en momentos de desánimo, que la escritura para mí era una necesidad antigua, una “balsa de Buda”, una afición de la que tenía que desprenderme si quería vivir plenamente.
    Sin embargo, aunque sin mucho convencimiento lo haya intentado, no puedo luchar por dejar de escribir, por deshacerme de la escritura. Para mí es inevitable y al mismo tiempo maravilloso seguir con ella mi camino, tanto como comer o dormir.
    He descubierto que mi vida en su plenitud está asociada, entre otras facetas, a ella y que, por tanto, puedo considerarme un escritor.
    El problema está, como en muchos otros aspectos de la vida, en la posibilidad de forzar la máquina del cuerpo. Hay muchos escritores que llevan sus ganas de escribir hasta el límite y exprimen como un limón sus fuerzas. Ten en cuenta que escribir supone trabajar con las palabras, lo cual hace que sea una tarea agotadora y muy absorbente.
    Muchos escritores hacen depender su escritura de logros que dependen de la estima de los demás, de ganar premios, de ver publicados sus libros, de recibir críticas elogiosas en los periódicos, de firmar muchas dedicatorias, de oírse en presentaciones de sus libros, de vivir de sus palabras... En definitiva, de la fama.
    Sin embargo, todas esas cosas sí que son autenticas “balsas de Buda”, porque la auténtica pasión por escribir no necesita de ninguno de esos accesorios.
    También es importante que el escritor se conozca muy bien a sí mismo y sepa así de qué temas quiere realmente escribir y en qué géneros literarios debe hacerlo. Conocerse a uno mismo es la mejor manera de no forzar maquinaria alguna.
    La escritura es una afición hermosísima que deberías practicar toda tu vida, porque te reportará grandes beneficios.
   Sólo deberás evitarla cuando notes que escribir se convierte para ti en una obsesión, en un impedimento para que seas feliz.
    Si te va a generar infelicidad, debes dejarla por un tiempo o incluso abandonarla en el peor de los casos. Lo más importante, al fin y al cabo, es vivir en paz haciendo el bien a los demás.
    Vivir es lo esencial; escribir es un afán menos importante. Los escritores no debemos perder el norte y tenemos que evitar extraviarnos en las encrucijadas pantanosas de las ideas, las palabras y el pensamiento.


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