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A
la memoria de mi tía Angélica
Carta
primera
Querida
hija:
Hace
unos días inútilmente intentaste, como otras veces, que yo dejase
mis papeles y me pusiera a jugar contigo al ajedrez.
Ante
mi negativa, me soltaste las siguientes preguntas: “Papá, ¿por
qué no me haces caso? ¿Por qué estás siempre escribiendo por las
tardes?”.
Aquellas
palabras me hicieron reflexionar. No supe entonces qué contestarte
(ya sabes que soy de reacciones lentas), pero llevo días dándole
vueltas a la respuesta.
Como
no me gusta responder de cualquier manera a cuestiones importantes
como ésta, he decidido contestarte por escrito, por carta, como se
hacía antiguamente. En estas cartas o epístolas intentaré dar
respuesta a tus preguntas y a otras muchas que yo también me hago
constantemente y que están relacionadas con las tuyas.
Antes
que nada, he de decirte que es verdad que no te hago caso siempre.
Pero ese hecho no es del todo malo, ya que los niños no tienen que
estar entretenidos en todo momento. Tenéis que aburriros de vez en
cuando, porque el aburrimiento es sano, ya que os hace imaginar,
crear, inventar...
No
hay que llenar siempre todos los momentos con palabras o con juegos.
También tienes que conocerte a ti misma en el silencio.
El
pobre silencio tiene muy mala fama. Se dice siempre que las personas
calladas son aburridas, pero eso no es del todo así. Muchas de ellas
(yo me incluyo en la lista) tenemos una vida interior completa, tanto que
no nos hace falta muchas veces romper el silencio con palabras.
De
todas maneras, es cierto que en ocasiones no te hago mucho caso,
sobre todo cuando estoy metido en mis papeles, en mis libros, en mi
mundo literario en definitiva.
Pero
(y aquí intento responder ya a tu segunda pregunta: “¿Por qué
estás siempre escribiendo por las tardes?”) has de entender que
para tu padre es muy importante la escritura.
Ha
sido un trabajo o afición que me ha acompañado desde que era
pequeño. He intentado alguna vez dejar definitivamente la escritura,
pero al fin he comprendido que no puedo escapar de ella.
Buda
(un gran hombre del que te he hablado alguna vez) decía que en la
vida hay momentos en los que hay que abandonar un pensamiento o
creencia que nos ayudó una vez a salvar un momento de dificultad. Él
explicaba este asunto hablando de una balsa que nos sirve para cruzar
a la otra ribera de un río, y decía que -una vez cruzado- esa balsa
ya no nos sirve para seguir nuestro camino más allá de la ribera.
Yo
he pensado en ocasiones, en momentos de desánimo, que la escritura
para mí era una necesidad antigua, una “balsa de Buda”, una
afición de la que tenía que desprenderme si quería vivir
plenamente.
Sin
embargo, aunque sin mucho convencimiento lo haya intentado, no puedo
luchar por dejar de escribir, por deshacerme de la escritura. Para mí
es inevitable y al mismo tiempo maravilloso seguir con ella mi
camino, tanto como comer o dormir.
He
descubierto que mi vida en su plenitud está asociada, entre otras
facetas, a ella y que, por tanto, puedo considerarme un escritor.
El
problema está, como en muchos otros aspectos de la vida, en la
posibilidad de forzar la máquina del cuerpo. Hay muchos escritores
que llevan sus ganas de escribir hasta el límite y exprimen como un
limón sus fuerzas. Ten en cuenta que escribir supone trabajar con
las palabras, lo cual hace que sea una tarea agotadora y muy
absorbente.
Muchos
escritores hacen depender su escritura de logros que dependen de la
estima de los demás, de ganar premios, de ver publicados sus libros,
de recibir críticas elogiosas en los periódicos, de firmar muchas
dedicatorias, de oírse en presentaciones de sus libros, de vivir de
sus palabras... En definitiva, de la fama.
Sin
embargo, todas esas cosas sí que son autenticas “balsas de Buda”,
porque la auténtica pasión por escribir no necesita de ninguno de
esos accesorios.
También
es importante que el escritor se conozca muy bien a sí mismo y sepa
así de qué temas quiere realmente escribir y en qué géneros
literarios debe hacerlo. Conocerse a uno mismo es la mejor manera de
no forzar maquinaria alguna.
La
escritura es una afición hermosísima que deberías practicar toda
tu vida, porque te reportará grandes beneficios.
Sólo
deberás evitarla cuando notes que escribir se convierte para ti en
una obsesión, en un impedimento para que seas feliz.
Si
te va a generar infelicidad, debes dejarla por un tiempo o incluso
abandonarla en el peor de los casos. Lo más importante, al fin y al
cabo, es vivir en paz haciendo el bien a los demás.
Vivir
es lo esencial; escribir es un afán menos importante. Los escritores
no debemos perder el norte y tenemos que evitar extraviarnos en las
encrucijadas pantanosas de las ideas, las palabras y el pensamiento.
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