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A veces me pregunto por el destino de mis escritos y los imagino vagando por el espacio web como un astronauta despresurizado para la eternidad o enterrados en un cajón oscuro lleno de polvo igual que mis pobres huesos de futuro difunto. Fantaseo con la idea de que un joven descendiente mío los saca a la luz por casualidad y, sin pararse a leerlos, los arroja a la basura sin concederles una mísera oportunidad. Me pregunto entonces por el sentido de una escritura sin público. Si ése es el destino reservado para ella, ¿a qué escribir más?
Entonces siempre surge la pregunta clave: ¿la literatura o el ensayo existen si no hay lectores? Mi respuesta, ya que sigo escribiendo, es lógica: sí existe. A pesar de las dificultades de publicar, de darse a conocer a los demás, la literatura también la escribe uno para uno mismo, para conocerse mejor, para soltar en un papel sus miserias, sus frustraciones, alegrías... y, en definitiva, para ser un poco más feliz viajando con palabras.

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Cuando contemplo a escolares que juegan en campos de tierra, encharcados en invierno y llenos de polvo en verano, pienso que éste es el país de las chapuzas y la indolencia. ¡pongan pistas de verdad para que corran hacia el triunfo nuestros jóvenes! Invertir en canastas y porterías es hacerlo en quitar a los chavales de los porros y las malas calles. ¿Acaso puede haber una mejor inversión?

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