La literatura, ese sueño del sueño que es la vida (como esos sueños en los que soñamos que soñamos) tiene los días señaladitos con chips de silicio y megaherzios de espanto, con sonido Dolbi-KETKGAS y la leche en vinagre. El bonito que se sienta hoy dos horas seguidas a leer un legajo o está loco o le falta poco para el cruce de cables.
Esta destrucción de la cultura libresca confirma mi Teoría, la que sustenta gran parte de lo que escribo, la que tiene gran culpa de que lo haga: estamos en la vía de salida hacia una nueva Edad Media, debido no solo al auge de la cultura audiovisual, que no tiene la fuerza ni el empuje ideológico de las palabras, por mucho que citen la estúpida frase de la imagen que vale más que mil palabras, sino también a que las nuevas generaciones han perdido aquello que debería ser consustancial a la naturaleza humana, un sentimiento que nos ha acompañado desde nuestros primeros pasos bípedos: el miedo.
Si hacemos una Historia del miedo (apasionante tema) veremos que son múltiples los temores que han acompañado a la humanidad desde que dejó de colgarse de los árboles:
1.100 d. C.; Amsterdam (Holanda): Hans teme el frío, la llegada de la noche, la peste, las malas cosechas,
1.790 d.C.; Cáceres (España): Don Sebastián de Zúñiga Mengod teme la llegada del frío, la llegada de la noche y que se termine el tabaco de su pipa. Por supuesto, teme la muerte y
2.001 d.C. (en cualquier lugar): Jonathan no teme nada ni a nadie. Su padre, en cambio, teme que niñatos como el suyo se lo lleven por delante con sus motos que invaden las aceras o que le peguen una puñalada por cuatro euros (u otro tipo de moneda) y lo dejen en el sitio.
En la generación que va de don José a Pepito, del usted al tú, se perdió el miedo. Es el regreso a la barbarie medieval: la salida lógica de la democracia mal entendida es, de nuevo, el clasismo (antes feudalismo).
La religión nos mantuvo durante mucho tiempo como ángeles puros bajo la infernal idea del pecado. Antes de que Nietzsche certificase la defunción de Dios, habíamos dejado de tener miedo a las leyes divinas y empezado a perderlo por las humanas. Pero sin miedo estamos perdidos. Los nuevos bárbaros avanzarán implacables con sus huestes para terminar de destruir los cimientos de nuestros foros. Lo peor de todo es que los bárbaros (significa extranjeros en griego) somos nosotros mismos.
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