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♣ Luis Cernuda, uno de los mejores poetas del siglo XX en español –injustamente valorado a estas alturas-, tras la publicación de Donde habite el olvido (1932-33) se ruborizó al comprobar el extremo de desgarradora sinceridad que habían alcanzado sus versos, como bien demostró la profesora María Eva Rey en una reciente conferencia a la que asistí como invitado.

Ese pudor extremo, propio de muchos escritores, se debe a que, mientras escriben, su obra es un depósito de emociones que consuela y reconforta, es una triaca que restaña sus heridas. La escritura es un proceso de diálogo del escritor consigo mismo, en una puesta en claro de sus tinieblas, al que se invita más tarde al lector como espectador. Al publicar, las palabras del autor, que habían sido para uno, son entonces para los lectores, hasta entonces una referencia envuelta en la indefinición. Las ideas se vuelven tinta sobre el papel y salen a la luz pública, expuestas a la crítica general acerca de ellas y de quien las escribió.

Creo que me vence el mismo pudor. No sé si deseo en realidad publicar estas tintas de vario color. Cioran decía que “escribir implica público y público implica publicidad”, pero no me veo con ánimo de firmar (vender) mi obra a los demás en el departamento de libros de unos grandes almacenes, como si fuera un charlatán: “señor, no le voy a pedir por este libro ni tres mil ni dos mil pesetas (hágase la equivalencia a euros); le voy a pedir mil pesetas, y además le voy a regalar...” No, no quiero eso. Sin embargo, si algún día acabo esta novela imposible, ¿deberé prostituirme de ese modo para vender lo invendible?, ¿profundizaré en la paradoja inmensa que se produce cuando la literatura que critica al mercantilismo a ultranza entra también en los entresijos del mercado que ella supuestamente detesta?

De todos modos, el venderme de esa manera quizás sea un mal menor: la única forma de llevar a los otros mis palabras. Pero –como dijo aquel crítico- ¿por qué?, o mejor: ¿para qué? Supongo que después de todo alguien pensará, cuando me vea alguna vez fotografiado con mi libro en las páginas de un suplemento semanal, que escribo por dinero, pero eso es algo que no me importa. Si algo tengo claro es que el dinero, fruto del esfuerzo, engrandece la obra buena y desvirtúa la mala. Lo malo es que no sé en qué categoría meter a mi novela (ésa es tarea del crítico) y que confundo (como otros muchos) cantidades con calidades.

Pocos saben el esfuerzo y la sangre que cuesta un libro para quedar convertido luego en objeto de compraventa, apenas contemplado su lomo en los estantes llenos de polvo de una olvidada librería. Como en esta sociedad del consumo no se sufre, su literatura no refleja en general (hay honrosas excepciones) ningún dolor. Para colmo, si se entra en las servidumbres del mercado, se potencia el afán de lucro en el escritor y la desidia y falta de criterio en el lector. Dios nos pille confesados.

Sí estaría dispuesto (¡qué bonito es soñar!) a aparecer fotografiado con mi novela el mismo día que la acabe bajo un bonito título que rezara: ÉSTA ES MI OBRA. SI NO LE INTERESA, NO LA COMPRE. Por otro lado, me inquieta no saber en qué punto, entre la gloria o el ridículo, me (o se) situarán mis palabras.

Comentarios

Las hojas del roble ha dicho que…
No me queda duda de dónde quedan tus palabras. Tú eres un maestro, y quien lo dude es gilipollas.

Un abrazo, manteneó
"Caro amico":

Gracias por tus palabras, no del todo ciertas aunque sí confortadoras. Un abrazo mercurial.
Escribir no siempre es venderse. No en tu caso. El dinero, fruto del esfuerzo, engrandece la obra buena. Me quedo con eso.
Un abrazo.

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