♣ Pérdida de los vínculos del hombre actual con la madre Naturaleza, con la tierra de la cual procede. Los niños de ciudad piensan que la leche la producen en fábricas igual que las galletas.
Las leyendas urbanas de hoy, como la de aquel usuario de ordenador que confundió el receptáculo de CD-Rom (cederrón) de su aparato con un posavasos, son pésimas imitaciones de los cuentos tradicionales. La oralidad es la única característica común a ambos ciclos de leyendas. De todas maneras, estas leyendas urbanas aún demuestran el poder de la palabra, a pesar de su sencillez, y que el hombre, aunque se rodee de cemento y ladrillo, la necesita para tocar a los demás, al otro, para convencerse de que el infierno no son los otros. Ahí va otra recientemente escuchada: un hombre se monta en un ascensor en el que ya hay varias personas. Dice amablemente, como le enseñaron desde chico, “buenos días” y nadie le responde. Entonces añade “bueno, como aquí no hay nadie me voy a tirar un pedo”, y suelta un sonoro cuesco que deja atufados a vecinos tan maleducados.
Ya el chiste ha dejado en buena manera de cumplir la función de entretener; al hacerse exclusivo de la televisión, perdió su fuerza e implantación entre la gente. Las leyendas de la sociedad de hoy nos vienen casi todas de la caja tonta, que acabó hace mucho tiempo con casi todas las tertulias vecinales.
♣ Me pregunto a veces qué es lo que lleva a tantas personas a tener el deseo o necesidad de salir por la caja estúpida que es la televisión. Quizás sea el anhelo de permanencia, cuando ya no sirve aquello de tener un hijo (cada vez nacen menos), plantar un árbol (cada vez se destruyen más) y escribir un libro (cada vez tienen menos sustancia y menor relevancia).
Es increíble el poco pudor que tiene el personal a la hora de contar los detalles más morbosos de la vida personal en televisión, detalles que quizás se avergonzaría de contar en la intimidad a algún conocido y que, ante ese espejo de breve fama que es la cámara, no tiene ningún tapujo en diseccionar.
♣ El crítico (otro capítulo inconcluso). El crítico cumple su función, ocupa su sitio, como todas las piezas del puzzle de la cultura libresca. Todos los escritores dicen no tenerlos en cuenta (ni leerlos siquiera), pero esperan como agua de mayo sus sentencias.
Espero que mis críticos, si alguna vez los tengo, no lleguen al grado de despiadada eficacia de aquel colega suyo que firmó en un tabloide creo que británico una crítica más o menos parecida a ésta: “X ayer dio un recital de piano en tal sitio. ¿Por qué?”.
No es mi intención demonizar al crítico. Al contrario: una de las visiones más hermosas de lo que es la literatura se la leí a uno de ellos. Emil Staiger pensaba que lo lírico o lo dramático no está vinculado solo a la literatura. Según él, puede surgir un impulso lírico contemplando un paisaje o un impulso dramático al presenciar una pelea.
Según esto, todos somos autores, todos hacemos una literatura del sentimiento y no necesariamente de la escritura, una literatura en la vida y no siempre de la vida. Pocos somos los que inútilmente pretendemos conciliar el sentimiento con la palabra justa, huidiza.
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♣ Ya no existen los pueblos. Véase en este ejemplo tomado de la televisión:
-¿Y de dónde dice usted que llama, señora?
-¡De Torredonjimenooooooooooo!
-¿De dónde?
-De Torredonjimeno, Jaén –con voz resignada la señora-.
-Ah, de Jaén, la señora llama de Jaén.
¿Y qué decir de la imagen del cateto de pueblo, que aún perdura sin cambios entre los habitantes de la tierra del cemento? Vale, sigan pensando en esa imagen decimonónica del pobre pueblerino que llega a la gran urbe buscando el pan, pero sepan que en los pueblos todavía la gente no vive ni anda como autómatas, como esclavos del reloj.
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