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♣ La terrible soledad del escritor ante la página en blanco: ¡gran asunto! Cuando sus palabras dejan de ser solitarias y pasan por la imprenta se convierten en otra cosa, tienen otra luz y otras calidades. Serán entonces malinterpretadas algunas, otras interpretadas correctamente o a través de lentes distintas a las de su autor. A partir de entonces, la obra ya no pertenece a éste, pasa a ser de sus lectores. Son éstos los que hacen la novela.

Es entonces cuando, tras el parto de su obra, el escritor cree descansar, sin darse cuenta aún de que su obra es ya otra y de que debería retocarla en algunas partes, cambiar comas, introducir adjetivos, suprimir ideas arriesgadas..., pero es imposible. El lector le ha arrebatado su novela. Tuvo todo el tiempo del mundo para construirla y ahora que la ha publicado no puede cambiar nada. Son los lectores y críticos quienes colocan la obra en su justo lugar, más allá de las ensoñaciones del autor.

Más tarde, éste descubre que es imposible su novela, que decirlo todo (Hegel decía que lo propio de la narrativa es mostrar la “totalidad de los objetos”) es un ideal irrealizable y que, además, si lo consiguiese, nunca serían del todo entendidas sus palabras.

Decirlo todo es imposible, como también lo es acabar la novela, porque la vida de la que ésta es reflejo no acaba nunca. La literatura, como la vida, es siempre un borrador inconcluso. Ni en la vida ni en la literatura existen los puntos finales.

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