Un sábado de hace unas semanas fui con mi mujer al centro (de Sevilla) a hacer algunas compras. Fuimos al mercado de
En todos esos sitios fuimos atendidos maravillosamente por dependientes que aman su oficio, heredado de generaciones familiares anteriores, y que saben (porque quieren) atenderte bien.
En otro comercio, una antigua ferretería próxima a la zona de los comercios anteriormente citados, me sorprendió la respuesta del dependiente al entregarme la vuelta de la compra que allí hice: Servidor de usted.
Sí, eso dijo. Tres escasas palabras pero, ¡con cuánta verdad en el fondo de ellas! Aquel señor reunía para mi gusto las virtudes del perfecto dependiente (compárense con las de muchos empleados de tiendas fundadas en los últimos tiempos), a saber:
1ª. Estaba allí.
2ª. Atendía amablemente a los clientes, dedicando el tiempo necesario a cada tarea.
3ª. Se consideraba un servidor del cliente, sin falsos privilegios de hidalgo venido a menos ni milongas por el estilo.
En estos tiempos de prisas sin rumbo, encontrarte con una frase así, que es de otra época, te tumba. Al menos, a mí me tumbó y me hizo reflexionar. De dicha reflexión surgió la entrada de hoy lunes. Valga como homenaje a dicho dependiente y a todos los que como él gustan de hacer bien su trabajo, sea el que sea.
Me acordé mientras reflexionaba sobre aquella frase, de las maravillosas fotografías de los comercios de Sevilla que el francés Loty hizo en los años treinta del pasado siglo.
Un servidor es un tanto nostálgico de otras épocas (anécdotas de las cuales, si no vividas, han sido leídas o escuchadas por uno) en las que los aprendices entraban en los oficios, que eran para toda la vida, con humildad y con ganas de entregarse con esfuerzo al arte del servicio a los demás. Pienso que ese arte aún no está del todo perdido y que frases como la que sirven de título a esta entrada hacen concebir ciertas esperanzas (¿seré iluso en pensar esto?).
En esta sociedad que sacraliza los viernes, hay que reivindicar los lunes (San Lunes). Menos mal que uno puede vivirlos, madrugar los lunes, trabajar los lunes con afán, llegar cansado los lunes a su casa a las diez de la noche... (bueno, tampoco hay que pasarse).
Pero sí, señores, ¿por qué no decirlo en voz alta? ¡Viva San Lunes! Recémosle una novena. ¡Viva el trabajo! ¡A la m... la crisis! Este país necesita un esfuerzo de todos nosotros. No esperemos fórmulas mágicas de los políticos. Si España tiene alguna solución, estará en quienes madrugamos cada día para ir con el corazón henchido a ayudar a los demás, a expectorar alegría, bondad, decencia, humanidad, orgullo, valor y dignidad. ¡Ahí es nada!
Un humilde servidor de ustedes les anima a ello. Vale.
Comentarios
muchos abrazos.
Un abrazo mercurial.
Servidor de usted, señor manteneó