Como niño de pueblo que fui,
muchos recuerdos de mi infancia los tengo asociados a estar en
contacto con la Naturaleza, solo o acompañado de mis amigos.
En
algunas ocasiones, siendo ya un niño grande, en vacaciones o los
fines de semana, dejaba atrás el bloque donde vivía y salía solo a
explorar los campos de alrededor, aprovechando la libertad que iba
poco a poco consiguiendo de mis padres.
A
veces mis salidas eran escapadas provocadas por mi ofuscación con
las leyes del mundo de los adultos, pero otras respondían únicamente
al deseo de explorar realidades diferentes de las de todos los días.
¡Tanta influencia tenía en mí la lectura de los relatos de los
grandes exploradores y arqueólogos!
Esas excursiones coincidieron
con la época en que mi cuerpo empezó a entrar en la pubertad, por
lo que al descubrimiento de la realidad exterior se produjo el de los
cambios en mi propia naturaleza.
En
mi recuerdo conservo las excursiones que hice con mis amigos a la
aldea Las Delgadas y al pantano El Zumajo.
A
Las Delgadas íbamos en bici, a explorar en grupo la zona, En una de
aquellas descubiertas (en la que yo no participé) mi amigo Evaristo
se cayó de la bici y dejó sus dientes en el asfalto de la
carretera.
Recuerdo que, en otra ocasión,
una mañana fui yo solo hasta Las Delgadas y me demoré mucho, tanto
que mis padres se asustaron pensando que se trataba de una espantada
más de las mías. Pero lo que sucedió fue en realidad que perdí la
noción del tiempo rodeado de aquellos campos llenos de la belleza
esplendorosa del estío.
El
Zumajo es un pantano que está situado en medio del campo, a medio
camino entre Riotinto y El Campillo, el pueblo de mi padre. Con la
pandilla de amigos hice varias excursiones por sus orillas. También
fui por allí con los compañeros del colegio y dos maestros en una
época de sequía en la que se podía cruzar de una parte a otra
atravesando el fondo de lodo seco. En aquella ocasión el grupo se
dividió en dos y nos perdimos. Finalmente los maestros tuvieron que
preguntar al dueño de uno de los huertos de la zona cómo regresar a
Riotinto.
Una vez quisimos acampar mi
hermano y yo junto con los amigos en varias tiendas de campaña al
lado del pantano, pero no nos dejaron nuestros padres.
Era entonces el tiempo del final
de la infancia, cuando nos parecía más interesante el mundo de
nuestros amigos que el de nuestros progenitores. La
niñez tocaba a su fin.
Los mayores nos prohibían
bañarnos en El Zumajo y nos contaban espeluznantes historias de
ahogados, pero yo lo hice en más de una ocasión. Era vivificante y
sensual el contacto de la piel desnuda con aquella agua fría y
secarse luego al aire en medio de colinas llenas del verdor de los
árboles.
Otras veces me bañaba en la
poza que formaba un arroyuelo que desemboca en el embalse. La paz del
campo me envolvía en medio de aquel lugar maravilloso. Todo allí
era orden, silencio, armonía...
También me viene a la memoria
mi exploración de lo que en Riotinto se llaman vacies, es
decir, las escombreras de rocas producto de la explotación minera.
Detrás del barrio inglés de
Bellavista hay un enorme vacie. Hasta el pie de él yo llegaba
con la bici y, muchas veces solo, escalaba por aquellas piedras
enormes de diversos colores.
Ahora recuerdo aquellas
dificultosas subidas y pienso que no me rompí la crisma allí porque
Dios no lo quiso, igual que en otra ocasión en que estuve a punto de
caerme de una estructura metálica en el colegio cuando jugaba a
escalarla con los amigos.
Unas veces subí al vacie
para encontrar minerales como el azufre para algún trabajo del
colegio. Otras, simplemente para explorar, para buscar extraños
afloramientos rocosos, para descubrir el mundo.
Estar en contacto con aquella
enorme masa mineral, que desprendía un fuerte olor metálico, me
enraizaba con la tierra.
¡Ah, aquellas arriesgadas y
aventureras excursiones del final de mi infancia!
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