Creo que de chico no hice
demasiadas trastadas. Posiblemente otros (sin señalar a nadie) me
ganaron en ese terreno, lo cual no significa que yo fuese un santo
varón.
Pero alguna trastada que otra sí
que hice.
Por ejemplo, con un amigo cuyo
nombre no diré (se dice el pecado pero no el pecador) me dediqué
toda una mañana a tirar petardos por el pueblo. No obstante, él fue
aún más lejos que yo: vio la puerta abierta de una casa, entró en
ella y tiró un petardo que explotó en el salón al lado de la dueña
de la casa, una ancianita. Espero que ella tuviese el corazón a
prueba de sustos.
Mi
naturaleza no me inclinaba a la maldad, pero la influencia en mí de
ciertas personas cercanas obró en mí el deseo de gastar pesadas
bromas.
Mi
hermano y yo tomamos a mi hermana Lucía, la más pequeña de los
cuatro, como diana de nuestros dardos. Cuando, por ejemplo, mi madre
bajaba por las tardes al piso de la vecina de abajo y nos dejaba
solos a los niños, él y yo nos íbamos al pasillo y cerrábamos
todas las puertas que daban a éste. Nos tirábamos violentamente con
las manos una pelota de tenis rodante. Una de las variantes del juego
era apagar la luz del pasillo y otra era la de poner a Lucía en
medio para que recibiese los pelotazos.
A
Lucía (pobrecita mía) la teníamos breada. Mi hermano la llegó a
montar en un carrito de bebé y, atada como estaba, la llevó hasta
el borde de un pequeño precipicio que estaba al lado de casa. La
inclinó hacia delante sin, por supuesto, llegar a soltarla. Sus
gritos se escucharon por todo el vecindario.
Claro que yo no le fui a él a
la zaga. Una tarde me quedé solo con Lucía y se me ocurrió una
perversidad y, sin pensármelo mucho, la puse en práctica: ella
llevaba ese día un pichi vaquero con tiras cruzadas en la espalda y
lo que hice fue llevarla a la fuerza a un cuarto de baño, subirla a
pulso hasta una percha atornillada a la pared y dejarla allí
colgada. Para completar la faena, cerré la puerta del baño, apagué
la luz y me fui.
Sin embargo, tanto me corroía
la mala conciencia que no tardé mucho en rescatarla de aquella
terrible prisión.
Y
luego dicen algunos que los niños de antes éramos todos muy
buenos...
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