A
Sevilla había que viajar en caso de enfermedad, y como yo fui un
niño con muchos problemas de salud tuve que ir con mis padres allí
varias veces. Para mí el recuerdo de Sevilla en mi infancia está
asociado al paso por diferentes salas de espera de distintos
especialistas médicos.
Pero también me acuerdo de una
cara más amable de la ciudad. Mis tíos Waldemiro y Lucía se
mudaron a Sevilla y recuerdo haber estado muchas veces con ellos y
mis primos en su casa de Nervión. Llegué a quedarme alguna noche
allí, lo cual me encantaba. Mi primo Waldi era de mi edad y para mí
era una referncia importante: al vivir en la ciudad, estaba más
fogueado que el niño de pueblo que era yo entonces.
Una vez viajé con el colegio a
Sevilla. Visitamos en la Universidad, antigua Fábrica de Tabacos, el
Doctorado y la biblioteca de Manuales. Recuerdo que en aquella enorme
sala descubrí asombrado la velocidad con que los universitarios
copiaban textos de libros en sus apuntes.
Para entonces yo quería ser
arqueólogo, así que me quedé absorto contemplando los manuales de
Historia que llenaban las estanterías.
Ya
en la Catedral, una gitana se ofreció a leerme la buenaventura por
cien pesetas. Incauto de mí, una vez conocido mi futuro, le entregué
una moneda de quinientas pesetas y todavía estoy esperando la
vuelta.
En
aquella excursión me di cuenta de que las ciudades ofrecen múltiples
vertientes: la cultura y el timo, por ejemplo, que se me habían
presentado aquella misma mañana.
Un
día, en el bloque primero de los pisos Estrella, mi hermana Lucía
estaba jugando con una amiga, la “Queca”. Ésta fue a darle una
vuelta completa a mi hermana con la mala suerte de que se le resbaló
de las manos y cayó al suelo, de resultas de lo cual perdió un
diente.
Debido al incidente, mi hermana
tuvo que ponerse en manos de un dentista de Sevilla y, ya que
estábamos, por aquella consulta terminamos desfilando el resto de
hermanos.
Recuerdo que un día de lluvia,
yendo hacia Sevilla, en la carretera un coche se accidentó y dio
varias vueltas de campana. Algunos camioneros rescataron al conductor
y, como nosotros estábamos en el único coche que iba hacia la
ciudad, mis padres tuvieron que hacer de conductores improvisados de
ambulancia. Nos desalojaron a los niños y nos metieron en un coche
que venía detrás. Mi hermano le dijo con astucia al conductor de
dicho coche que nos llevase, en lugar de al dentista, a casa de mis
tíos.
Cuando mis padres llegaron a la
consulta del dentista y no nos vieron, por poco se mueren del susto.
Años después, vendrían mis
estudios y mi trabajo en Sevilla, pero para ello quedaba aún mucho
tiempo.
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