No
sé si la misma clima de la tierra, que he oído siempre decir los
demonios tienen más mano allí para tentar, que se la debe de dar
Dios, y en esto me apretaron a mí, que nunca me vi más pusilánime
y cobarde en mi vida que allí me hallé: yo, cierto, a mí mesma no
me conocía.
Santa
Teresa de Jesús, Libro de las Fundaciones.
Unas palabras me manda hacer mi
amante (en mi vida me he visto en tal aprieto) que hablen de Sevilla,
ciudad fascinante, que me acogió hace ya tanto tiempo.
Es
difícil en Sevilla, sobre todo en primavera, ser escritor y más aún
escribir de esta ciudad, así como hacerlo sin caer en el tópico o
en la rima fácil de “Sevilla” con “maravilla”.
Es
ésta una ciudad que tiene múltiples facetas. Seducidos por la
belleza de sus calles, deambulamos por ellas estos días luminosos
extasiados por el aroma del azahar en los naranjos, preñados de
estas blancas florecillas; por las notas de color amarillo y verde de
los jaramagos en los solares; por este cielo de Sevilla, de un azul
refulgente, que es telón para un teatro de voces y silencio, de
éxtasis y calma, de clasicismo y barroco, de alegría y pena...,
para ese teatro que es el alma de esta ciudad dual en la que nos
perdemos gratamente.
Las plazas se llenan, en estos
claros días de primavera, de vida, de gentes que se deleitan con
vasos de cerveza fría en las manos, en la conversación pausada, sin
tiempo, en el arte por el arte del hablar por hablar en el que los
relojes de pulsera desaparecen como por ensalmo de las muñecas. Las
palabras se vuelven musicales, cantarinas, y hablan de belleza, de
armonía, de arte, amistad y amor.
En
un paseo por esta Sevilla inundada de luz uno descubre también la
misteriosa vida de sus umbrías: los restos de viejas civilizaciones
que encontraron aquí su acomodo, las capillas de iglesias medievales
donde viejos sacristanes cuidan de vírgenes y cristos seculares que
siguen sobrecogiendo el corazón de quienes les rezan...
Es
ésta una tierra de luces y de sombras, en la que el goce de vivir se
enseñorea en primavera de las horas. Es tierra apasionada que
enamora a quien por ella pasa, a quien definitivamente en ella se
queda.
Sevilla..., ¡qué difícil es
escribir de ti sin pronunciar la palabra “maravilla”!
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