Ir al contenido principal

La angustia





   Daba el reloj las doce... y eran doce
golpes de azada en tierra...

   ... ¡Mi hora! —grité— ... El silencio
me respondió: —No temas;
tú no verás caer la última gota
que en la clepsidra tiembla.

   Dormirás muchas horas todavía
sobre la orilla vieja
y encontrarás una mañana pura
amarrada tu barca a otra ribera.


Antonio Machado, Soledades.

            


    Un niño empieza a dejar de serlo cuando toma conciencia plenamente de que su vida se terminará extinguiendo.
    En mi caso, tengo bien asentados en mis recuerdos unos días aciagos, negros, en los que se me hizo presente la idea de la muerte de una manera horrenda.
    Fue un fin de semana. Recuerdo que estaba viendo en la televisión las noticias del Telediario. El periodista comentaba una información sobre una amenaza de guerra nuclear. Eran aquellos los años de la Guerra Fría.
    Ilustrando aquella noticia, unas imágenes de hongos nucleares me sobrecogieron.
    Aquellos dos días, sábado y domingo, fueron para mí terribles. Mi mente no hacía más que repetir una y otra vez, en una espiral sin fin, aquellas imágenes. Llegué a pensar realmente que el mundo iba a terminar en las horas siguientes.
    Creo que el lunes posterior fue uno de los más felices de mi vida, ya que la luz de un nuevo día iluminó mi cuarto y pude ir al colegio con la seguridad de seguir vivo.
    Aprendí de aquella experiencia no sólo que la muerte es un hecho inevitable, sino también que la vida es un bien precioso, un regalo que tenemos que conservar con empeño y, sobre todo, que uno ha de ser feliz consigo mismo y a la vez compartiendo con los demás sus experiencias.
    Al final siempre estará la muerte, pero mientras tanto deberemos evitar el miedo cultivando el amor, la amistad y el arte. De esa forma, nos llevaremos a la otra ribera (y dejaremos en ésta) una bonísima cosecha.

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL CALLEJÓN SIN SALIDA DE LA EDUCACIÓN

A mi compañero y amigo Paul Pongitore Soy profesor de enseñanza secundaria desde el año 1998. Empecé entonces como interino y dos años después me convertí en funcionario de carrera docente. He paseado mis libros por bastantes institutos de Andalucía. Creo que estos son avales de cierta experiencia en el terreno educativo para poder hablar de él. Como muchos de mis compañeros, he ido observando el paulatino deterioro de las condiciones de trabajo de los profesores en los centros educativos. Podría hablar largo y tendido de las exigencias cada vez más estresantes de una legislación educativa de lenguaje críptico fruto del buenismo más adocenado (cuyo último invento es el asunto de los criterios de evaluación); de la actitud de rechazo de parte de la sociedad a la labor y la autoridad de los profesores; quizás también podría hablar por extenso de nuestro intenso y pírrico esfuerzo, tan poco valorado por parte de la sociedad, que insiste en criticarnos por nuestras largas vacacion

FOTOGRAFÍAS ANTIGUAS DE LA SEMANA SANTA DE SEVILLA

    DENEGACIÓN Y AUSENCIA DE LA HISTORIA   La Semana Santa no había existido nunca. Es cierto que se celebró otros años. Pero auténtica existencia no tiene hasta este Domingo de Ramos. Las otras Semanas Santas pertenecen a la Historia, es decir, al recuerdo. Y toda memoria se va, desaparece con su cauda de tiempos y acontecimientos, ante el hecho sencillo de salir los nazarenos a la calle. La Semana Santa surge en resurrección de milagro, que olvidan referencias y avatares. Por eso la Semana Santa es incapaz de filosofía e historia. En estos días no se razona. Se siente nada más. Se vive y no se recuerda. La Semana Santa no ha existido hasta ahora mismo. Queda lejana toda cuestión previa. Inútil buscarle raíces teológicas o tubérculos históricos. Nace la Semana Santa en sí, para sí y por sí. Es autóctona, autónoma y automática. Nace y crece como una planta. Dura siete días y en este tiempo germina, levanta el tallo, florece, fructifica y grana. Acaba finalmente cuando el

¿POR QUÉ NO SE CALLAN LOS ALUMNOS DE HOY?

       Querido lector:     Cuando me preguntan algunos amigos por mi agotador trabajo de profesor, siempre terminamos hablando del mismo asunto: de la cháchara interminable de muchos alumnos que sucede una y otra vez mientras el profesor está explicando.     En mi época de estudiante esto no sucedía porque simplemente te buscabas un problema si osabas interrumpir al profesor con tu charla. Entonces funcionaba aún la fórmula del jarabe de palo, por lo que los alumnos -temerosos del regletazo - nos esforzábamos en portarnos bien, estudiar y hacer las tareas.     Era aquél un sistema en el que la autoridad del maestro o del profesor era incontestable y en el que la sociedad entera podía aplicar sobre ti la autoridad. Incluso cualquier señor desconocido podía tirarte de las patillas en plena calle si veía que estabas haciendo el gamberro.     Si tus padres se enteraban encima de que habías fallado en el colegio o en la calle, caía sobr