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LA NUEVA MODA DE LAS LIBRERÍAS MUSICALES




   Últimamente suelo ir una vez por semana a alguna que otra librería sevillana para hojear las últimas novedades editoriales.
   En mis visitas a varias librerías de distintas empresas he comprobado la tendencia creciente que consiste en poner de fondo una música de radio o de hilo musical, a veces a un volumen muy elevado, hecho que me produce auténtico horror.
   Opino que una librería debe ser un sitio dedicado a la lectura, y es sabido que la verdadera lectura sólo puede tener lugar en un ambiente de silencio.
   Es ésta una muestra palpable de la invasión de la música en todas los sitios públicos. Vas a la consulta del dentista y no te puedes librar del hilo musical de la sala de espera; te montas en un taxi y, como los taxistas de hoy ya no hablan, el conductor te endilga su colección completa de éxitos del rock and roll americano a un volumen exagerado..., y así podíamos poner miles de ejemplos parecidos. ¡Hasta ponen música ambiental en los trenes de cercanías!
   Señores libreros: si siguen así, van a terminar echando de sus librerías a los lectores de toda la vida, los cuales aún esperamos encontrar en sus tiendas un remanso de paz en medio del tráfago ruidoso de cada día. Quizás quieran ustedes atraer a los lectores jóvenes, pero les digo que a ellos ni les viene ni les va la música de fondo, pues incluso llevan puestos los auriculares cuando hablan con el dependiente.
   ¿O quizás lo que pretenden ustedes es marcar diferencias generacionales al pinchar discos en sus librerías? Puede que, a partir de ahora, veamos en las librerías carteles como éste: RESERVADO EL DERECHO DE ADMISIÓN: LOS LECTORES CARCAS NO SON ADMITIDOS SALVO QUE ACEPTEN EL HILO MUSICAL.
   Este asunto me recuerda un diálogo de la película de John Ford El hombre tranquilo entre Mary Kate Danaher (Maureen O´Hara) y Michaleen Flynn (Barry Fitzgerald) en el que ella le pregunta a él si quiere el güisqui con agua. Él responde con una frase genial: Cuando bebo güisqui, bebo güisqui y cuando bebo agua, bebo agua.
   Pues eso, no mezclemos los conceptos. Una librería debe ser un sitio esencialmente silencioso en el que uno debe pasear por ella hojeando las páginas de los libros, empapándose de sus palabras en medio de un recogimiento que induzca a la reflexión, al pensamiento, a la lectura demorada.
   Cuando queramos güisqui, beberemos güisqui, es decir, que cuando queramos ir a un concierto de música, iremos a él, pero no esperaremos encontrarlo en un espacio tradicionalmente consagrado al silencio como es una librería.
   En mi caso, puedo asegurar que en medio de ese hilo musical hojeo peor las novedades, no me concentro en las palabras y, agobiado por ello, cojo la puerta mucho antes que si me hubiese encontrado un ambiente silencioso. Y ya se sabe: un cliente que está menos tiempo en la tienda es un cliente que consume menos o simplemente no consume. Por lo visto, tendré que recurrir a las librerías virtuales desde el silencio del salón de mi casa para surtirme de libros (no queda más remedio).
   ¿Es que acaso nos da miedo el silencio? ¿Hemos olvidado que sólo en medio de él las palabras de los libros tienen la resonancia que buscaron los escritores al elegirlas?
   ¡Mueran las librerías musicales! ¡Que venga de nuevo a ellas el silencio!

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