-->
A Juan José
Padilla
“No quisiera que tus cuernos
penetraran en mi carne como puñales, pero aquí estoy, ya no te
tengo miedo, toro.
A
pesar de mis antiguas heridas, a pesar de que llegué a temerte, aquí
estoy, una vez más, preparado de nuevo para recibirte, para
convertir tu cuerpo en aire, en sueño, en arte con el vuelo de mi
muleta.
Mis manos encallecidas agarran
la tela, débil arma defensiva, para ahormar tus embestidas, que a
veces fueron fieras, de una crueldad temible, y otras simples
movimientos del aire que apenas llegaron a herir mi pobre alma.
¿Qué es el miedo? Me lo he
preguntado muchas veces y creo tener la respuesta. El miedo es no
saber, es la incertidumbre que nos corroe por dentro: ¿cuándo será
el instante último que terminará tumbándome?, ¿será terrible mi
fin?
De
esa incertidumbre sabemos mucho los toreros y llegamos a domarla a
veces.
Porque, ¿qué es la vida sino
incertidumbre? Si finalmente hemos de morir a causa de nuestra
condición mortal, ¿por qué no hacerlo mirándote cara a cara,
toro, aguantando tus ojos de animal terrorífico hecho ya para la
lidia en la creación del mundo?
Cada tarde, cuando salgo al
ruedo, pienso que quizás sea la última vez que me visto de luces,
la última vez que mis ojos ven el cielo azul. Y entonces siento
tantas ganas de vivir que no me pide cosa alguna mi espíritu que no
sea dominarte, sojuzgarte, hacer que mi espada penetre en tu cuerpo
para matar todo lo fiero que hay en ti y hacerte buscar la paz de los
prados del Señor, siempre con la idea de que seas tú y no yo el
primero que los contemple.
Aquí estoy, toro. Éste es un
asunto sólo entre tú y yo, entre fiera y hombre. Desde antiguo
venimos luchando y, aunque yo caiga, otros mejores que yo habrán de
seguir mis pasos igual que yo seguí los de mis antecesores, escritos
en las antiguas reglas de la tauromaquia.
Ven, ven a mi muleta, así,
despacio, embebiéndote en ella.
Fuera de nuestro círculo en el
centro del ruedo oigo un murmullo de voces. Es el público, que ha
pagado sus entradas y quiere espectáculo. Pero no toreo para ellos,
sino para mí mismo. En último término, si surge la emoción, algo
difícil muchas tardes, inmediatamente llegará a los tendidos. No me
preocupan ellos, sólo tú, toro. Porque uno torea solo igual que
uno, la mayor parte de las veces, está solo consigo mismo en la
vida.
Llega el instante final... Ambos
estamos agotados. Debo cuadrarte para hundir en tu lomo el estoque.
Quizás logre matarte o tú a
mí. O quizás muramos los dos al mismo tiempo. No sería la primera vez. ¿Qué más da?
La
vida es incierta, toro. Ven, aquí estoy, ya no te tengo miedo. Hace
tiempo dejé de preguntarme cuántas vueltas ha de dar el cielo antes
de que finalmente hundas en mi cuerpo mortal tus cuernos de bellísimo
animal.
Ven, ven aquí, toro. No dejes
de mirarme a los ojos.”
Comentarios