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Carta
cuarta
Querida
hija:
Es
importante, antes de escribir ninguna palabra de la obra literaria,
elaborar previamente un borrador.
En
él hay que plasmar cuestiones esenciales como cuáles van a ser los
temas tratados, cuál el género literario que vas a emplear (poesía,
ensayo, teatro o narrativa) o qué extensión va a tener
previsiblemente tu escrito.
Cuando
inicio un nuevo proyecto literario procuro, especialmente si va a ser
un proyecto ambicioso, rellenar varios folios con ideas previas.
Curiosamente,
cada nueva obra necesita un método propio. Por ejemplo, un cambio de
la tercera a la primera persona narrativa, o bien el paso de un
formato de diario a uno de cartas.
El
escritor, si quiere progresar en su arte, debe plantearse retos, no
quedarse encasillado en etiquetas que le pongan los demás o que se
ponga él mismo.
Los
retos significan evitar los miedos y superarlos. Por supuesto, un
escritor siempre tendrá más dominio de su arte en unos géneros
antes que en otros, pero eso no implica que un novelista no pueda
atreverse con la poesía o que un poeta no deba escribir cuentos.
Por
ejemplo, a mí me ha pasado hace poco un hecho curioso: casi nunca
había escrito yo en primera persona, pero hace unos meses quise
contar mis recuerdos de infancia y decidí hacerlo en esa persona, la
cual es una forma de contar más directa pero al mismo tiempo más
desnuda e impúdica que la tercera persona. Te puedo asegurar que
hacía tiempo que no escribía con tanta fluidez como cuando escribí
esos recuerdos, los cuales leíste con avidez una mañana.
Por
otra parte, pienso que también el escritor, en esa búsqueda de
nuevos retos, debe abandonar los senderos trillados, la corriente
principal por la que fluye la literatura de masas (la que se vende en
los hipermercados), aunque ello suponga perder lectores.
Te
voy a poner un ejemplo: hay una idea tópica que relaciona libro
con literatura y
literatura con novela.
La
novela se ha convertido en el subgénero literario universal. Parece
que no hay otras formas de expresión literaria al margen de ella o
tan importantes como ella.
Sin
embargo, el escritor debe mirar en su interior y, a base de escribir
mucho, averiguar cuál es el género en el que mejor se expresa. Hay
muchos novelistas frustrados que podrían ser excelentes poetas,
cuentistas o ensayistas y que no lo son porque no han sabido
encontrar su género.
La
vida del escritor es larga y él debe notar los cambios en su
interior para dilucidar qué es lo que está luchando por salir
afuera a través de su pluma y de qué forma hacerlo.
Es
importante también que el escritor no tenga un excesivo
perfeccionismo que lo lleve a ser infeliz si descubre, por ejemplo,
en mitad de la noche, que un verso podría resultar mejor con
palabras distintas a las escritas un día antes.
Te
aconsejo, si finalmente te decides por esta afición, que no asocies
la escritura a momentos de mucha exigencia en tu trabajo. La palabra
literaria, hermosa por definición, hay que separarla del excesivo
peso de la vulgar cháchara de cada día.
Escribir
debe ser un entretenimiento grato, nutricio, divertido y no un
trabajo de una exigencia extrema que te lleve a angustiarte. Antes de
eso, te aconsejo que rompas los papeles que tengas escritos, que
abandones el proyecto si es preciso y, en último término, que dejes
de escribir por un tiempo. Siempre será mejor hacer eso que forzar
una escritura que no sale de ninguna forma.
No
fuerces las palabras. La escritura debe ser un manantial de agua
clara que salga de ti de forma natural.
A
veces he intentado llevar ideas literarias a mi mente, convocarlas,
encontrarlas de una manera forzada, pero en esos casos no he logrado
escribir una sola palabra. Es una tarea absurda. Si han de venir las
ideas, vendrán cuando tengan que venir.
Por
tu parte, tienes que ayudarlas:
Primero,
busca un lugar propicio (silencioso en la medida de lo posible) y un
hueco en el tiempo en el que sepas que nadie te va a importunar.
Pon
en la mesa una buena resma de folios y empieza a escribir en ellos.
Verás
que a veces no surgen bien en tus palabras las ideas que tienes en la
cabeza. No te preocupes: escribe, escribe, escribe...
Escribe
sin que importe el tiempo, sin pensar en otra cosa que en las
palabras que vienen a continuación de las que acabas de redactar. Ya
habrá tiempo más adelante de teclearlas en el ordenador; de
buscarlas en el diccionario para ver si existen en él; de tachar,
enmendar, ampliar lo escrito.
Escribe,
escribe, escribe..., como si no fuese a haber un mañana, dominado
todo tu ser por la fiebre, el rapto de la escritura.
Saca
de ti las ideas que te perturban, los recuerdos que te hacen llorar
de rabia o de emoción, aquella palabra que tanto te cuesta encontrar
entre los dientes cuando quieres que acuda a ti en momentos de
desánimo.
Escribe,
busca las ideas y cázalas como un entomólogo caza mariposas. Ya
habrá tiempo más adelante de ensartarlas definitivamente en un
libro, en un blog, en
una revista, en una página web
o en el espacio inferior del último cajón de un escritorio olvidado
en el ángulo de un sombrío rincón.
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