Carta
quinta
Querida
hija:
La
pregunta esencial que todo escritor debe responder en su interior es
qué espera de su escritura.
Las
respuestas pueden ser variadas: un oficio del que vivir, pasar buenos
ratos, conocerse a sí mismo y al mundo que lo rodea...
En
mi caso no pretendo vivir de mi escritura, pues ya tengo un trabajo
que me permite vivir medianamente bien, el de profesor de Enseñanza
Secundaria. Además, el trabajo del escritor profesional es para mí
demasiado exigente: medio año lo pasa escribiendo con la presión de
tener que saber vender sus palabras y, el resto del tiempo,
promocionando sus libros en interminables viajes, presentaciones,
programas de radio y televisión... Un horror.
Yo
te aconsejo que no pagues nunca nada por publicar tus libros y que
tampoco pretendas ganar dinero con ellos.
Para
mí la literatura es un arte y, como todo arte, debe entregarse como
un regalo al espectador (lector en este caso), sin esperar nada a
cambio.
Pasar
un buen rato debe ser siempre un propósito fundamental del escritor.
En mi caso, cuando escribo, siento que las palabras salen de mi mano
de forma mágica. Es un procedimiento maravilloso en el que me vuelco
tanto en lo que quiero escribir que me olvido de mí mismo.
Sin
la urgencia del tiempo y sin la esclavitud del constante yo, que da
una visión disminuida e inventada de la realidad, la escritura es un
fanal que ilumina secretas estancias y galerías del alma. Para mí
es una magnífica forma de conocimiento de mí mismo. A través de
ella, llego a comprenderme mejor y, por ello, a adaptarme mejor a las
circunstancias que me rodean. Escribir es el acto con palabras más parecido a la meditación.
Muchos
psicólogos y psiquiatras aconsejan a sus pacientes, para que pongan
en claro sus angustias vitales, que escriban sus vivencias y sus
emociones ante todo lo que les sucede.
Al
escribir, abstraído de lo que me rodea, siento que salgo de mí, que
encuentro una escala que me lleva a otras vidas, a otros
sentimientos. Puedo metamorfosearme en una mariposa o en una anciana
o en un rudo marino, y todo ello produce en mí una suma de emociones
muy parecidas a las que me provoca el acto de leer.
Pero
también la escritura es un entretenimiento muy solitario y
ensimismado. Para escribir hay que aislarse de los demás, hay que
dejar de vivir en el mundo real y dejarse llevar por el mundo de las
palabras. Y ahí es donde los escritores tenemos una trampa: el
egocentrismo, el pensar que nuestra obra es magnífica, inigualable y
maravillosa comparada con la de nuestros contemporáneos o incluso
con la de los clásicos. De esa creencia vienen muchas frustraciones
y muchas actitudes egoístas.
En
la historia de la literatura se dan muchos casos de escritores
totalmente insufribles, a pesar de que hayan escrito obras
memorables.
Por
ello, para el escritor es importante vivir el mundo real: salir con
amigos, pasear, correr, hablar de otros temas que no sean los de sus
libros, meterse en el trabajo que le da de comer, cocinar, beber
cerveza...
Yo
no podría soportar una vida consagrada a la literatura. Necesito
salir a la calle, hablar con los compañeros de trabajo, dar mis
clases...
La
vida real debe alimentar tu literatura. No puedes convertirte en una
poetisa de torre de marfil que viva al margen de los sucesos del
tiempo.
Por
otro lado, tu vida literaria debe alimentar también tu vida
cotidiana, en una relación natural, no forzada, entre ambas.
También
es muy importante el barbecho literario, es decir, no forzar la
escritura, no ahogarla en ti.
Hemos
de escribir, pero también hemos de vivir plenamente, gozosamente.
En
cuanto a los temas de los que hay que escribir, se dice que hay
escritores que van cambiando de temas y otros que siempre tocan muy
pocos asuntos.
En
realidad, los temas literarios son siempre los mismos: el amor y el
desamor, el poder, la venganza, la locura...
No
importa que un tema que quieras tocar haya sido utilizado por un
escritor antiguo veinte o treinta siglos antes que tú.
Lo
importante es que el escritor se apropie de ese tema hasta
convertirlo en parte de su bagaje literario, que lo alimente e
ilumine.
Los
temas en la vida del escritor van cambiando, pero hay uno esencial
que es la obsesión más recurrente del ser humano: la angustia por
el paso del tiempo.
La
vida es un pasar lento que nos conduce inexorablemente a la muerte.
Esa verdad esencial nos angustia y nos conduce a querer perpetuar
nuestro ser en el tiempo, pero es una fantasía sin fundamento, pues
la esencia del mundo es el cambio.
Sin
embargo, la literatura es, como decía don Antonio Machado de la
poesía, “palabra esencial en el tiempo”. El texto literario,
igual que la fotografía, conserva hermosos instantes temporales. Un
poemario, por ejemplo, mantiene en el tiempo los restos de una
emoción en forma de hermosos versos, y ese libro queda como
testimonio de un bello atardecer, de una desesperanza o de la
plenitud gozosa de un encuentro amoroso.
La
angustia del tiempo no es sólo un tema literario: es también la
base del trabajo del escritor, la médula de su labor creativa, lo
que lo anima a rellenar folios en blanco en busca de pepitas de oro
con las que sobrellevar la carga cotidiana.
La
lucha del escritor con las palabras y las ideas es también una lucha
contra la desaparición de su ser, contra las oleadas del tiempo.
Al
fin y al cabo, las obras literarias son castillos de arena que sufren
la acción del viento y del mar, es decir, el olvido del paso del
tiempo.
Algunas
obras, las clásicas (o sea, las dignas de ser enseñadas en las
clases), conservan su entereza a pesar del paso de los siglos; otras,
en cambio, desaparecen de la memoria del común de los lectores,
siendo estudiadas por muy escasos investigadores literarios.
La
angustia del tiempo, y el aburrimiento vital también, se combaten
con la diversión y la literatura es una de las formas de diversión
más antiguas y más gratas que existen.
Querida hija
mía, sé que tú disfrutas también mucho dibujando, montando
collages... Esa visión creativa de la existencia (ya esté
volcada hacia la palabra, la música, la imagen...) es muy importante
y debes mantenerla toda tu vida.
No
debe preocuparte nunca cuál es el destino final de lo que quieras crear. Si
finalmente te decides por la escritura como afición, lo cual me
haría muy feliz, debes pensar no en tu yo ni en el del lector, sino
sólo en lo que está deseando salir del interior de tu alma.
El
escritor rehace su vida con su escritura, igual que el lector con sus
lecturas.
El
escritor no sólo quiere fijar por escrito la memoria (real o falsa)
de lo pensado, vivido o imaginado, sino que también tiene la
necesidad de perfeccionarse a sí mismo.
La
escritura es un procedimiento de escultura del alma, uno de los más
perfectos que jamás se hayan creado.
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