Carta
sexta
Querida
hija:
Me
dijo un buen poeta hace tiempo que la conquista del escritor no está
en ver publicadas sus palabras, sino en seguir escribiendo.
Ésa
es una gran verdad. Un escritor se define ante todo por su oficio, es
decir, por su escritura. Por ello, todo lo que rodea a sus palabras
(premios, editoriales, críticas, redes sociales, blogs...) es
un mundo exterior a ellas.
Lógicamente,
todo escritor desea ver publicado el fruto de su trabajo. Es muy
grato ver tus palabras en libros e ir dándoles salida de esa manera.
Sin
embargo, si tus palabras no son imprimidas no debes preocuparte. No
debes pensar en ello como en un fracaso.
Afortunadamente,
hoy en día además hay muchas formas de publicar textos, como por
ejemplo los blogs, combinados con las redes sociales.
Es
verdad que éstas son ediciones virtuales que no parecen tener la
misma pervivencia que una edición en papel. No obstante, son una
magnífica forma de publicar tus palabras de forma personal, muchas
veces acompañadas de fotos, vídeos o archivos de audio. Es una
manera de publicar tu mundo literario en el mundo digital, accesible
desde cualquier dispositivo con conexión a Internet.
Yo
he mandado muchas veces trabajos literarios a editoriales. Unas veces
contestan amablemente que en su línea editorial no cuadran bien esas
obras. Otras editoriales ni siquiera contestan, pero no les guardo
rencor: reciben tantos trabajos que imagino que pueden permitirse
rechazar miles de manuscritos sin ni siquiera responder a las
solicitudes con un mensaje tipo.
De
todas maneras, no creo que mi felicidad como escritor deba estar
asociada a recibir tal o cual correo de una u otra editorial. Aunque,
por supuesto, seguiré intentando publicar en papel obras mías que
duermen en cajones desde hace tiempo, no me preocupo en exceso por
ello.
Por
otra parte, es importante no tener pudor al escribir. Yo cuando
escribo pienso en el primer lector de mis palabras, o sea, en mí
mismo. Si ese yo lector da el visto bueno a lo escrito, entonces el
yo escritor recibe dicha crítica positiva con entusiasmo y sigue
escribiendo.
El
escritor tiene que atender a sus lectores, pues sus palabras son un
regalo para ellos. Hay que cuidarlos, transmitiéndoles bien nuestras
ideas.
Lógicamente,
igual que un lector busca escritores, también los escritores
buscamos lectores.
Hoy
en día, gracias a las redes sociales, un escritor puede entablar
conocimiento realmente con sus lectores. Por ejemplo, yo conozco a
muchos de mis lectores a través de Facebook. Sé quiénes son, les
pongo cara, sé cómo se llaman...
Y
no sólo eso: ellos me mandan comentarios que me hacen reflexionar
sobre mis escritos y perfeccionar en definitiva mi obra.
¿Que
tengo muy pocos lectores por esta vía? ¿Y qué? ¿Acaso voy a ser
más feliz si tengo muchos más o si gano dinero por ello? ¿Acaso
voy a cambiar sustancialmente mi forma de escribir por esos motivos?
Todo
escritor debe buscar lectores, pero ello no le debe hacer olvidar una
verdad: que por muchos que sean sus esfuerzos en ese sentido, su
fortuna literaria o su fama es una cuestión que no dependerá de él
en gran medida.
Como
lector, por ejemplo, a mí me gusta descubrir escritores olvidados y
raros. Cuanto menos se conozcan, más me interesan.
En
esas búsquedas he descubierto que hay razones objetivas para que
esos escritores estén hoy olvidados, pero también he hallado en sus
obras algunos textos maravillosos.
Si
yo, muchos años después de la desaparición de esos escritores, me
emociono o disfruto con sus palabras, de alguna forma sus afanes
literarios, desdibujados desde hace ya tanto tiempo, habrán
encontrado recompensa.
Cuando
la botella con el mensaje llega a su destino, se consuma la magia de
la palabra escrita.
Y
es entonces cuando el lector, emocionado, no atiende a cuáles fueron
los caminos que lo llevaron hasta aquellas palabras del escritor.
Es
entonces cuando la magia de la literatura obra el efecto de romper
las barreras del espacio y del tiempo.
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