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DEJARSE LLEVAR (UNA GUÍA NECESARIAMENTE ABREVIADA Y HUMILDE DE LA TÉCNICA DE LA MEDITACIÓN, DEDICADA A LOS ANSIOSOS DE ESTE MUNDO DE PRISAS Y AGOBIOS)







   El deseo de meditar, la complacencia en el meditar, van ganándome a mí por grados; conforme avanzo en la vida leo menos y medito más; en realidad, el fruto de la lectura no es menor ahora -cuando leo menos libros- que antes; leía antes más libros, leía sin cesar libros y libros, y de todos ellos sólo quedaba en mí una porción pequeña, acaso lo esencial; lo esencial de entonces ha variado tal vez ahora para mí; los pocos libros que ahora leo los aprecio en todos sus matices y encuentro en ellos accidentes y circunstancias en que antes no reparaba. Todo ello, naturalmente, es resultado de la meditación.

    José Martínez Ruiz, “Azorín”: El escritor.


    Deseche esos pensamientos infantiles de queja permanente que siguen acuciándolo una y otra vez, porque meditar es un acto reservado sólo a las personas que han dejado atrás el es que, la queja constante. Sólo quien haya dejado de quejarse de la vida puede acceder al caudal sin fondo de la meditación.
    Busque un rincón grato y silencioso, en el que la temperatura sea agradable, un rincón en el que usted sepa que nadie lo va a molestar durante un buen rato. Si es necesario, cuelgue un cartel en la puerta: ESTOY MEDITANDO. POR FAVOR, NO ME MOLESTEN.
    Procure antes que nada crear en la casa un ambiente de silencio. Lo ideal es, por supuesto, meditar cuando uno está solo en su casa, pero, si no es posible, cuelgue el cartel y avise de su intención.
    Póngase una ropa cómoda, como por ejemplo un pijama. La ropa debe ser holgada y debe hacer que la temperatura del cuerpo sea agradable.
    Si tiene gafas, quíteselas.
    Siéntese en una silla con respaldo, con la espalda bien apoyada contra éste.
    Busque una postura natural, no forzada. Los pies, por ejemplo, no deben estar demasiado delante ni demasiado detrás.
    Las manos deben caer sobre el cuerpo, sobre los muslos. Una buena postura es dejarlas caer sobre la parte alta de las piernas y unirlas sólo en las puntas de los dedos, como protegiendo la parte interior de los muslos.
    No se trata de que el acto de la meditación deba realizarse siempre atendiendo a un excesivo ritualismo. No debemos estar atentos, una vez que estamos meditando, a si dicho rito diario se ha cumplido en todos sus puntos o no. Debemos, pues, ser flexibles y meditar igual en casa que en un hotel o en el baño de una casa distinta de la nuestra. Esa flexibilidad es importante y hace que nos acostumbremos a meditar en cualquier lugar y en cualquier ocasión.
    Finalmente, una vez colocado, cierre Vd. los ojos.


    Una vez cerrados, ha entrado usted en otro mundo, el de la conciencia interior.
    Puede que haya tenido un día complicado, así que lo más probable es que esté agitado interiormente.    
   Si es así, lo primero que surgirán serán sus obsesiones sobre el trabajo: la cara de su jefe, la discusión con aquel alumno, con aquella paciente...
    No juzgue ningún pensamiento. Limítese a observarlos, como quien observa los peces del interior de una pecera, como si fuesen los pensamientos de otro.
    Observe su respiración sin forzarla. Puede concentrar la atención en la expiración, la pausa intermedia y luego la inspiración; expiración, pausa, inspiración... así un buen rato, hasta que logre el objetivo de la meditación: el vaciamiento mental, el silencio de los pensamientos que nos hacen sufrir.
    Puede contar incluso los movimientos del vaivén respiratorio: uno, inspiramos; dos, expiramos; tres, inspiramos... y después del nueve empezamos con el cero y otra vez el uno, inspiramos...
    Meditar es focalizar en la conciencia el silencio y una actitud de no-acción, que son claves para encontrar la serenidad. Meditar es también dejarse llevar, sin apriorismos ni métodos estrictos, hacia nuestro centro más íntimo.
    Cada experiencia de meditación es única y hay que vivirla intensamente, observando la respiración, o las sensaciones del cuerpo, o imágenes de serenidad o hilos de palabras que consuelan.
    No se obsesione si no logra traspasar el muro del falso yo, de las obsesiones, del pensamiento continuo que lo hace infeliz. Incluso puede cambiar de postura o de respiración para provocar un cambio en el proceso.
    No tenga la obsesión de que la meditación salga perfecta y, por supuesto, no cuente los minutos. Meditar es detenerse sin el agobio del tiempo a observar el interior de nuestro ser, donde encontramos la versión más pura de nuestro verdadero yo, donde somos realmente nosotros mismos, sin las ataduras del tiempo ni las exigencias de las agendas.
    Procure también notar las sensaciones de su cuerpo, observar, por ejemplo, un picor en la cabeza o el peso de sus manos. Tenemos muchas veces olvidados nuestros cuerpos, ya que estamos todo el día haciendo cosas o pensando las que vamos a hacer a continuación. Meditar es también pararse a escuchar nuestro cuerpo.
    A veces, cuando medito, traigo a mi mente una imagen que me procure serenidad: un árbol, una hoja cubierta de gotas de lluvia, la imagen congelada de una gota que cae en el agua estancada...
    Y también intento a veces meditar, cuando me cuesta mucho separarme del pensamiento, evocando el significado de algunas palabras que me aportan consuelo: AMOR, HUMILDAD, PRESENTE, ALEGRÍA... Incluso las emparejo para ver qué alimento me procuran esas asociaciones.
    Meditar es buscar la serenidad focalizando la conciencia, atenuada por la paz, la oscuridad y el silencio, en la mejor versión de uno mismo. Algo sencillo en suma, pero para lo que hay que estar predispuesto día a día.
    Y no es más que esto la meditación: un reencuentro con nuestro yo más puro y esencial en medio del tráfago diario.
    Pero ha de ser una práctica contemplativa diaria, constante, para que podamos ver y disfrutar sus maravillosos efectos.


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