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el rostro recliné sobre el Amado;
cesó todo y dejeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
San Juan de la Cruz: Noche oscura del alma.
¿Es la
meditación una forma de oración? No necesariamente.
Aunque la
meditación está vinculada desde hace siglos a la práctica de la
oración, cualquier persona -creyente o no creyente- puede acudir a
los beneficios terapéuticos y enriquecedores del acto de meditar sin
asociarlo al acto de rezar a Dios.
Orar es,
según el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española), hacer
oración a Dios, vocal o mentalmente. La
palabra oración tiene varias acepciones en dicho diccionario: una es
súplica, deprecación, ruego que se hace a
Dios o a los santos y otra, elevación
de la mente a Dios para alabarlo o pedirle mercedes.
Por
tanto, el acto de rezar o de orar necesita de la palabra, ya sea
dicha o pensada. La meditación, no obstante, es un acto en el que no
predomina la palabra, sino el silencio.
¿Para
qué rezamos los que creemos en Dios? Para dialogar con Él, para
darle gracias, para alabarlo, escucharlo, pedirle perdón y
suplicarle que se cumplan nuestros deseos. Rezar es una forma de
estar con Dios a través de palabras aprendidas o espontáneas.
La
meditación es complementaria a la oración, pero estos son dos actos
que no tienen por qué estar forzosamente ligados.
Meditar
es encontrar en el presente la paz, el instante sereno que nos
centra, que nos hace encontrar nuestro medio
(nuestro
centro). No es una práctica necesariamente vinculada a la religión,
aunque está muy próxima a ella.
Así,
por ejemplo, otra palabra sinónima de meditación es contemplación,
que proviene de la palabra templo.
Meditar es, pues, hacer un templo en el interior de uno (en medio del
bullicio diario) a la conciencia de la respiración y de las
sensaciones del cuerpo, a imágenes generadoras de paz, a hilos de
palabras que confortan...
En mi
caso, yo suelo rezar, una vez hecha mi meditación, un padrenuestro y
un avemaría. La oración es una forma para mí ideal de terminar ese
rato de profunda atención al presente.
Primero,
pues, el silencio (la meditación); después, la palabra (la
oración), el diálogo con Dios, con el misterio, con las fuerzas
originarias... (como queramos llamar a la trascendencia).
Lo que
más trabajo me costó al principio de este camino de penetración en
mi interior que he iniciado fue el desarrollar el hábito diario de
sentarme para meditar. Sobre todo, lo más difícil fue convencerme
durante meses de que me hacía mucho bien el conseguir dicho hábito.
No
obstante, una vez conseguido desde hace casi dos meses, estoy en
condiciones de afirmar que ha sido una de las mejores decisiones que
he tomado en mucho tiempo en mi vida.
¿Es
difícil meditar? ¿Hay que subirse a un árbol o suspender el cuerpo
en medio del aire? Ni mucho menos, es lo más fácil que se pueda
imaginar. Simplemente, hay que cerrar los ojos y dejarse llevar...
(Continuará
en la próxima entrega: DEJARSE LLEVAR).
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