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LA LUZ DE LA NAVIDAD







 

A todos los que me enseñaron y
a todos los que me enseñan a amar la Navidad

    Resuenen con alegría
los cánticos de mi tierra
y viva el Niño de Dios
que nació en la Nochebuena.

    La Nochebuena se viene,
la Nochebuena se va
y nosotros nos iremos
y no volveremos más. 
 
Villancico popular.



    Querido lector:

    En estos días de Navidad que vamos a vivir la vista se recreará en el resplandor de las velas, en el brillo de las copas con las que brindaremos para desearnos el logro de felices propósitos, en los reflejos de hermosos vestidos en los espejos de los salones...
    Porque la Navidad es luz: resplandores, brillos, reflejos... Es una fiesta que conmemora algo misterioso perdido en los laberintos del tiempo: la creación de la luz, de la esperanza, en medio de la fría noche; el nacimiento del calor y de la lumbre en medio de la espesa niebla, la cual borra los contornos de las cosas.
   “Na(ti)vidad” significa “nacimiento”. Es la luz de Dios la que nace de nuevo, la luz de un Niño, nacido en un humilde pesebre en Belén hace más de dos milenios, que estaba destinado a cambiar el mundo.
    La Navidad es un misterio, una fiesta que celebra, a pesar de que en los últimos tiempos se le haya querido dar una pátina consumista, el misterio de la creación de la vida en medio de la nada, en medio de un oscuro y gélido universo que no era propicio al poder generador del nacimiento del sol invicto, del Natalis Solis Invicti de los antiguos romanos.
    Es ésta una época de reuniones con la familia en las que buscamos el calor de la conversación. Es también, sobre todo, la fiesta por excelencia de los niños, que aún contemplan el mundo sin contaminaciones, atentos a las verdades profundas de los gestos y de las palabras.
    Los adultos, que dejamos la inocencia atrás hace ya mucho tiempo, somos sensibles al lado amargo de estas fiestas: el recuerdo de nuestros amigos y familiares que están lejos o han muerto y también el lamento por quienes, por su miseria o fatalidad, no pueden celebrar como sería necesario estas entrañables fiestas.
    A pesar de todo ese componente melancólico, en la víspera de Navidad, en la noche de Nochebuena, en medio de las conversaciones en alta voz, de las risas estentóreas, del frufrú de los nuevos vestidos, del viejo vino en las copas, aún podemos quedarnos arrobados al contemplar en el silencio del alma el resplandor amarillo y cálido de una simple vela, reflejo a su vez del misterio navideño.
    Sabremos entonces en ese instante que todas las navidades son una sola, que la luz ha vencido y seguirá venciendo a la penumbra y que, en el fondo de nuestra alma, seguimos siendo aquella criatura que un día descubrió embelesada, de manos de quienes gozan ya de la presencia divina, la maravillosa fiesta del regalo de la luz.
    ¡Feliz Navidad a todos los hombres de buena voluntad!


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