A los
ángeles de los suicidas
Suicidarse es
subirse en marcha a un coche fúnebre.
Jardiel Poncela.
Quizás
los suicidas sean idiotas. No saben que se van a perder a partir de
su acto de egoísmo, de su supremo acto de egoísmo y de idiotez, lo
mejor de sus vidas. Porque lo mejor de nuestras vidas está siempre
por llegar: ese vídeo en una boda de una amiga en el que aparece la
mejor de tus sonrisas, tu hija en una antigua foto, la incendiada
brasa viva de unas nubes en la fría tarde de diciembre...
Claro
que el suicida, en su egoísmo, no valora ninguna de esas vivencias,
porque para él sólo es importante él.
Decía
Chesterton que el
suicida es el antípoda del mártir. El mártir es un hombre que se
preocupa a tal punto por lo ajeno, que olvida su propia existencia.
El suicida se preocupa tan poco de todo lo que no sea él mismo, que
desea el aniquilamiento general.
No
lo sabemos, pero es posible que, en un arrebato de lucidez, muchos
suicidas, mientras saltan en busca de la muerte, se arrepientan de su
acto de locura y que, antes de chocar contra el suelo, aún tengan un
cierto apego a vivir, a soñar, a querer mover sus cuerpos en busca
de sus ideales.
Hay
una extraña y bella película de Wim Wenders titulada El
cielo sobre Berlín
en la que dos ángeles recorren la ciudad alemana, aún dividida por
el muro, llevando consuelo a los hombros de sus angustiados
habitantes. En una escena preciosa, un ángel intenta inútilmente
salvar la vida de un suicida que finalmente se arroja al vacío.
Es
desgarrador el grito impotente del ángel que no puede evitar la
muerte de aquel hombre, igual que el de los familiares de todos los
suicidas que mueren al año en nuestro país (según las
estadísticas, 3.158 en 2013, lo que nos da una media de casi un
suicida cada nueve días, más muertos por suicidio que por
accidentes de tráfico).
Porque, al fin y al cabo, la
mayor tragedia no es la del suicida, que al menos se quita de en
medio y se lleva con él su angustia y sus grandes problemas
personales. La gran tragedia es la de sus familiares y amigos, que
quedan destrozados y con una pregunta que les acompañará para
siempre: ¿pude yo hacer algo para evitarlo?
Al
menos la consideración social del suicidio ha mejorado mucho.
Antiguamente, los suicidas (igual que los apóstatas o los miembros
de otras religiones) no eran enterrados en suelo consagrado, sino en
los cementerios civiles, separados del resto del camposanto por una
ignominiosa tapia. Recuerden la conmovedora escena del entierro del
apóstata Santos Barinaga en La
Regenta
de Leopoldo Alas Clarín.
El
suicidio se da mucho entre los artistas. Quizás su exceso de ego, su
vanidad, su soberbia o su excesiva sensibilidad sean las causas de
tal acción, aparte, por supuesto, de su escasez monetaria. Hay
ejemplos célebres: Zweig, Larra, Mayakovsky, van Gogh...
Los
suicidas que producen repugnancia son los que, antes de morir, se
llevan a otros por delante. Es muy frecuente el caso del hombre que
mata a su mujer y después se suicida. Deberían hacerlo al revés,
como dice Gómez de la Serna: Los
que matan a una mujer y después se suicidan debían variar el
sistema: suicidarse antes y matarla después.
En
Japón es frecuente el suicidio colectivo, asociado a veces a alguna
secta. Me imagino los últimos mensajes de semejantes idiotas:
-¿Cuándo le
viene bien al grupo el suicidio colectivo, el martes o el sábado? …
-A mí me viene fatal el sábado, porque tengo un bautizo, mejor el
domingo que es un día anodino.
Sin embargo, hay suicidios que
son comprensibles por la desesperación en la que vivían los que
decidieron quitarse de en medio para dejar de sufrir: es el caso de
los suicidas de tiempos de guerra o de los que, diagnosticados de
enfermedades terminales, prefieren un tránsito rápido antes que una
muerte indigna y terrible. No es fácil hablar de ellos como si
fuesen idiotas.
También sucede hoy, en
contraposición con otras épocas anteriores, que vivimos bastante
bien (en términos higiénico-sanitarios y de ocio) y, por ello, no
somos capaces de aceptar con resignación (palabra que parece
exclusiva de edades antiguas) los duros golpes de la vida.
Vivimos en la época de los
síndromes de todo y de la queja permanente. Todos hemos pensado
alguna vez, en momentos de desamparo y angustia, en el suicidio como
una salida desesperada. Lo que sucede es que no todos tienen la
cobardía (o el valor, según se mire) de quitarse la vida para,
supuestamente, dejar de sufrir.
Éste es un tema del que no se
habla: los medios de comunicación, por ejemplo, no informan de los
suicidios salvo que el suicida haya sido una persona relevante en
vida por algún motivo.
No
sé si es buena idea la de ocultar los informaciones de suicidios.
Quizás el no hablar de ellos haga que estos se vean envueltos de un
aura de misterio sobrenatural que genere el deseo de conocer más de
ellos. Claro que siempre será mejor el ocultamiento de estas
informaciones antes que una información descarnada que, por efecto
de la imitación, provoque más suicidios: “Fulanito de Tal se tiró
ayer del piso más alto de su bloque debido a las continuas
depresiones que padecía últimamente”;
“metodoseficacesdesuicidio.com”, etcétera.
Querido lector: no se suicide
nunca. La vida está llena de misterios y bellezas que hay que ir
descubriendo cada día. Además, si Vd. se suicida, ¿quién me va a
leer a mí? ¿No acabaré yo también suicidándome por imitarlo a
Vd. y por quedar huérfano de lectores?
No, definitivamente pienso que
los suicidas no son idiotas. Son ángeles de bondad, almas que surcan
los cielos en busca de mundos mejores en los que su sensibilidad
encuentre finalmente acomodo, lejos de este mundo de iniquidades y de
egoísmos.
No, querido lector, no intente
suicidarse porque, de ese modo, dentro de un tiempo, en el vídeo
previo al baile de una boda de una vieja amiga, por ejemplo, quizás
descubra, al contemplar una fotografía que Vd. ya creía olvidada,
la mejor de sus sonrisas, la mejor versión de sí mismo, acompañada
del abrazo de esos amigos del alma que nunca dejarán de serlo, ni en
esta vida ni en la de más allá, la del otro lado de las nubes.
Y
entonces comprenderá que todos estamos conectados y en sintonía y
que Vd. no tiene derecho a privar de su vida ni a sí mismo ni a los
demás.
Comentarios
Gracias por leer mi entrada y por sus palabras.
En próxima tertulia nos pararemos Vd. y yo a hablar detenidamente del alma de los suicidas.
Un abrazo "mercurial".