-->
Querido lector:
Hace diez años, en el viaje
que mi mujer y yo hicimos a China para adoptar a nuestra hija, me
sucedió una anécdota curiosa: estaba yo en el hotel de Nanchang
(provincia de Jiangxi) esperando el ascensor cuando a mi lado se
colocó un chino con traje de chaqueta y corbata, quien dejó caer un
escupitajo en el centro de un cenicero colocado entre las puertas de
dos ascensores, lo cual me dejó anonadado.
En aquel viaje descubrí que
entre los chinos esta conducta es muy frecuente, hasta tal punto que
en las mesas de los restaurantes se colocan unos cuencos para que los
comensales suelten allí sus esputos en medio de la comida.
Cuando quise saber más sobre
dicha costumbre, me dijeron que para ellos escupir produce efectos
beneficiosos para el organismo, así que ¿por qué no hacerlo en
público?
Para los chinos, sin embargo,
es asqueroso lo que los occidentales hacemos con los pañuelos de
papel una vez que nos hemos sonado los mocos con ellos: guardarlos en
el bolsillo.
Pero hoy no quiero hablar de
las diferencias culturales con respecto a lo que se considera
escatológico.
En realidad, de lo que quiero
hablar es del hecho de que en España, y especialmente en Andalucía,
es también muy frecuente la figura del escupidor, en este caso de
aceras.
Uno va por la calle abstraído
en sus pensamientos cuando de pronto al lado suena un ruido gutural
inconfundible, resultado del proceso de rescate del pollo tenaz que
molesta lo indecible al escupidor.
De pronto hay un silencio
premonitorio (mientras uno piensa: “Échalo, por Dios”) que es
antesala del siguiente ruido, el del escupitajo, que sale despedido
como un cohete para manchar el suelo de moco. ¡Qué edificante! ¡Qué
bello espectáculo!
No lo soporto. Es superior a
mis fuerzas. Y lo peor es que sea una mujer quien lleve a cabo
operación tan fina.
Me parece una ofensa al buen
gusto que no debemos seguir permitiendo.
Señores escupidores: ya no
vivimos en el campo, sino en ciudades y pueblos con aceras bien
construidas para que pasear por ellas sea un placer y no una carrera
de obstáculos en la que haya que ir esquivando un suelo empedrado de
asquerosas secreciones. ¿Por qué no usan los pañuelos de papel,
los metan luego o no en el bolsillo, y dejan ya de regar el suelo?
¿Es que vamos a tener que
poner carteles de SE PROHÍBE ESCUPIR, como los que abundaban en las
tabernas antiguas, en las zonas donde haya más escupitajos por metro
cuadrado?
Aunque, bien pensado, quizás
escupir en la calle sea una seña de identidad de este país, una más
de las muchas que nos retratan ante el resto de Europa como un país
poco preparado en materia de civismo (por decirlo de una manera
fina).
Quizás deberíamos colocar
otro tipo de carteles, unos del siguiente tipo:
AQUÍ ESCUPIÓ FULANO DE TAL
EL DÍA CATORCE DE ENERO DE DOS MIL QUINCE. QUEDE ESTA LÁPIDA COMO
RECUERDO DE TAN INSIGNE SUCESO, MEMORIA DEL CUAL QUEDA TESTIMONIO EN
EL DIBUJO DEL GAPO SOBRE LA ACERA QUE USTED ESTÁ PISANDO EN
ESTE MOMENTO.
¡Ay, qué ascooooooooo!
Comentarios