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EL LANZADOR DE INVECTIVAS


 

 
 
   Las pepitas de melona en verano o de calabaza en invierno no consentía Salustiano que nadie de su familia las dejase abandonadas en el fregadero, ya que él era el encargado de dicho negociado y, además, una persona escrupulosamente cumplidora y exigente.
   Ya jubilado, se dedicaba a su entretenimiento preferido: lanzar a la calle invectivas en verso.
   ¿Que había un botellón cantarín a altas horas de la noche debajo de su ventana? Allá que iba lanzada una invectiva de papel:

 

Por descanso vecinal

no beban ni chillen tanto,

que sin tanto molestar

se pasan mejores ratos.

 

   ¿Que pasaba el camión de la basura con un ruido atronador? Pues otra invectiva que te crio:
 

¿Por qué no inventan, señores,

un camión que no despierte,

que deje dormir al mundo,

que no asuste al tío Vicente?
 

   Eran quejas simpáticas, obsequiosas, nunca desairadas, gestos de paz de un hombre bueno.

* * * * * *
 

   Un día, próxima ya la ida, enfermo Salustiano en la cama, entró por la ventana, abierta al sol del ocaso y al aire infinito de la tarde que agonizaba como él, una bola de papel. La abrió con sus añosas manos, huesudas y temblorosas.
   Emocionado, leyó la carta de su Padre:

 

Desde arriba ya te llamo

para que vengas prontito.

Ordena ya tus papeles

y vente pronto conmigo,

para que sigas lanzando

mensajes de amor, querido,

desde mi balcón del cielo.

Un saludo, caro amigo.

 

   Cerró los ojos y, confiado en la paz eterna, en ella descansó al fin. O eso cuentan.

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