Ir al contenido principal

EL NIÑO EN EL ADULTO QUE SOY





   Quisiste ser niño para siempre y conservar en la memoria las palabras y los dibujos de aquellos libros (los primeros de tu vida); apresar el brillo, el olor y el color de cada instante; preservar la magia del alma de tus mayores…
   Quisiste, ¡ay!, que los veranos fueran eternos; que el mar nunca se llevase enfurecido tu barco de vapor de juguete; que se eternizase tu aprendizaje de gacetillero entrevistando a porteras de balonmano en las olimpiadas escolares o a cómicos de la legua en el teatro del pueblo para el periódico del colegio; quisiste también que la barra de arena de la playa te surtiera siempre de coquinas; que no se fueran nunca de tu recuerdo feliz las miradas brillantes de tus primeros amores…
   Creciste, tu cuerpo se llenó de carne y de arrugas ocultando el de aquel crío, y creíste, más tarde, más abajo en el caudal de la vida, que no podrías ser niño para siempre. Y un velo de tristeza empañó tus evocaciones.
   No obstante, un día, no hace mucho tiempo, iniciaste, gracias a una inspiración celeste y quizás por tu trato constante con escolares, el relato de tus descubrimientos infantiles, y se abrió en ti una compuerta gracias a la escritura de aquellas remembranzas. Supiste entonces que un caudal de recuerdos se conservaba intacto, fresco y puro en tu alma y, lo mejor, que aquella fuente, aquel manantial de agua limpia pugnaba por brotar en forma de palabras inextinguibles que te ataban a la versión más cristalina de ti mismo.

   Y es que, caro amigo de siempre, en tu sonrisa límpida y amable y en tu avanzar firme por la vida aún permanece, eterno, constante, inamovible, inagotable, aquel niño bueno, inquieto, curioso, hablador, escritor, rebelde y atónito que dicen que eras y al que no has llegado a dejar atrás, en realidad, en ningún instante de tu vida.

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL CALLEJÓN SIN SALIDA DE LA EDUCACIÓN

A mi compañero y amigo Paul Pongitore Soy profesor de enseñanza secundaria desde el año 1998. Empecé entonces como interino y dos años después me convertí en funcionario de carrera docente. He paseado mis libros por bastantes institutos de Andalucía. Creo que estos son avales de cierta experiencia en el terreno educativo para poder hablar de él. Como muchos de mis compañeros, he ido observando el paulatino deterioro de las condiciones de trabajo de los profesores en los centros educativos. Podría hablar largo y tendido de las exigencias cada vez más estresantes de una legislación educativa de lenguaje críptico fruto del buenismo más adocenado (cuyo último invento es el asunto de los criterios de evaluación); de la actitud de rechazo de parte de la sociedad a la labor y la autoridad de los profesores; quizás también podría hablar por extenso de nuestro intenso y pírrico esfuerzo, tan poco valorado por parte de la sociedad, que insiste en criticarnos por nuestras largas vacacion

FOTOGRAFÍAS ANTIGUAS DE LA SEMANA SANTA DE SEVILLA

    DENEGACIÓN Y AUSENCIA DE LA HISTORIA   La Semana Santa no había existido nunca. Es cierto que se celebró otros años. Pero auténtica existencia no tiene hasta este Domingo de Ramos. Las otras Semanas Santas pertenecen a la Historia, es decir, al recuerdo. Y toda memoria se va, desaparece con su cauda de tiempos y acontecimientos, ante el hecho sencillo de salir los nazarenos a la calle. La Semana Santa surge en resurrección de milagro, que olvidan referencias y avatares. Por eso la Semana Santa es incapaz de filosofía e historia. En estos días no se razona. Se siente nada más. Se vive y no se recuerda. La Semana Santa no ha existido hasta ahora mismo. Queda lejana toda cuestión previa. Inútil buscarle raíces teológicas o tubérculos históricos. Nace la Semana Santa en sí, para sí y por sí. Es autóctona, autónoma y automática. Nace y crece como una planta. Dura siete días y en este tiempo germina, levanta el tallo, florece, fructifica y grana. Acaba finalmente cuando el

¿POR QUÉ NO SE CALLAN LOS ALUMNOS DE HOY?

       Querido lector:     Cuando me preguntan algunos amigos por mi agotador trabajo de profesor, siempre terminamos hablando del mismo asunto: de la cháchara interminable de muchos alumnos que sucede una y otra vez mientras el profesor está explicando.     En mi época de estudiante esto no sucedía porque simplemente te buscabas un problema si osabas interrumpir al profesor con tu charla. Entonces funcionaba aún la fórmula del jarabe de palo, por lo que los alumnos -temerosos del regletazo - nos esforzábamos en portarnos bien, estudiar y hacer las tareas.     Era aquél un sistema en el que la autoridad del maestro o del profesor era incontestable y en el que la sociedad entera podía aplicar sobre ti la autoridad. Incluso cualquier señor desconocido podía tirarte de las patillas en plena calle si veía que estabas haciendo el gamberro.     Si tus padres se enteraban encima de que habías fallado en el colegio o en la calle, caía sobr