A mis amigos y compañeros Alberto y Alfonso,
por haberme permitido publicar estos valiosos documentos
Querido lector:
El pasado 25 de mayo del corriente año un
amigo, Alfonso Julián Vega García, profesor como yo de enseñanza secundaria, me
invitó a conocer la casa de su abuelo Eugenio, ya fallecido, en el barrio de El
Fontanal de Sevilla.
Sabedor de lo que me gustan los libros
antiguos, me animó a pasarme por allí para que pudiese echar un vistazo a la
extensa biblioteca familiar antes de que vendiesen la casa, lo cual iba a
suceder unos días más tarde.
Después de tomar sendos cafés, nos
presentamos en la casa, donde ya estaba su hermana Rosa, y empezamos a revisar
los libros en la planta baja del edificio, una vieja casa unifamiliar con
varios pisos y una azotea.
Empecé a hacer montoncitos con los libros
que me interesaban. Pasamos un buen rato expurgando libros, algunos de ellos
muy antiguos. Los había de poesía, de religión, de filosofía..., fruto de los
variados intereses de su abuelo y de su padre. Por lo visto Eugenio, abuelo de
Alfonso, era un gran recitador de los versos de Campoamor, de Lorca y de Miguel
Hernández, Su mujer, una gran lectora, había leído casi todas las novelas de
los escritores realistas de la generación de 1868, con especial predilección por aquellas
de Galdós que tienen títulos de mujer.
Aquellos libros demostraban un gran amor a
los libros y un gran refinamiento cultural en aquel matrimonio ya desaparecido.
Entre ellos estaba el libro de un viejo escalafón militar en el que aparece la
mención al puesto y a otros datos de su abuelo paterno Eugenio.
En un momento dado, Alfonso propuso que
subiésemos a la primera planta de la casa, donde estaban los libros que habían
sido de su padre, también llamado Eugenio Vega García, que fue médico de pueblo
en La Algaba (Sevilla).
Entre varios libros de medicina Alfonso
encontró un antiguo diccionario de lengua española Aristos casi descuadernado.
Me lo pasó y, al abrirlo, tremenda fue mi
sorpresa cuando me encontré con unos viejos documentos de la Guerra Civil
relacionados con la historia de la familia.
En concreto, los documentos hallados son
tres informes relacionados con las actividades de un familiar de Alfonso y de
su primo Alberto Torres Urbano, amigo y compañero de mi instituto, además de una
foto con los bordes quemados tomada en un puesto de artillería en la que
aparecen tres soldados, una ficha militar medio quemada, un retrato de un
militar también quemado casi en su totalidad y fotografías de familia tomadas
probablemente en aquellos años convulsos para la historia de España.
Por su interés histórico reproduzco sólo los
tres informes y la fotografía del puesto de artillería, la cual encabeza esta entrada. En ella aparecen tres hombres, uno de ellos
(el de la derecha) probablemente es Cándido, según familiares que han visto la
imagen.
Informe nº 1
Informe nº 2
Informe nº 3: 1/2
Informe nº 3: 2/2
Los tres informes, dirigidos todos al
Capitán Jefe de la División Marroquí 150, Batallón 257, se refieren a la misma
persona, tío abuelo de mis compañeros, a Cándido Vega García.
El primer informe lo firma y sella el 14 de
julio de 1938 el Jefe Local de Falange Española Tradicionalista y de las JONS
de San Roque (Cádiz). En él, contestando a un requerimiento de información del
militar mencionado, el falangista afirma que Cándido Vega “ha observado siempre
buena conducta [,] no conociéndosele actividades políticas de ninguna clase ni
objeción alguna contra su buen nombre”.
Recordemos que la provincia de Cádiz y en especial dentro de ella el Campo de Gibraltar era entonces un territorio ganado por los nacionales de Franco. Por esa zona entraron el mismo 18 de julio de 1936 “los sublevados”, un ejército casi en su totalidad formado por “moros”. Teniendo en cuenta esto, este primer informe salvaba la vida a Cándido.
Recordemos que la provincia de Cádiz y en especial dentro de ella el Campo de Gibraltar era entonces un territorio ganado por los nacionales de Franco. Por esa zona entraron el mismo 18 de julio de 1936 “los sublevados”, un ejército casi en su totalidad formado por “moros”. Teniendo en cuenta esto, este primer informe salvaba la vida a Cándido.
Sin embargo, en el segundo informe, sellado
y firmado dos días después (16 de julio de 1938) por el Jefe Local de Falange
de Estación San Roque, la opinión sobre Cándido es radicalmente contraria.
Se afirma de él que es un “individuo de
ideas extremistas, destacado por su actuación en el Sindicato [es decir, la
CNT]”, que en los primeros días de la guerra (en el verano de 1936) “paró en la
carretera a una persona de esta localidad [Estación San Roque] que marchaba con
su familia al pueblo de San Roque, no dejándola pasar y diciéndole que en vez
de marchar a dicho pueblo, marcharan [sic] a Castellar o Jimena, donde aún
dominaban los rojos. [Punto y aparte] Pocos días después y por su propia
voluntad, marchó al campo rojo”.
Partes de este informe aparecen en el libro San Roque, guerra civil y represión (FMC
Luis Ortega Bru, colección “Los pasos encontrados”, 2008), de Antonio Pérez
Girón, donde aparecen también otras informaciones sobre Cándido: que tenía en
1938 la edad de 36 años, que era jornalero, que estaba casado, que había vivido
en el Parador de Santa Rosa de la Estación de San Roque y que se pasó a las
filas nacionales por el frente de Teruel.
Parece ser que este informe es el que más se
atiene a la verdad, pues Alberto Torres me ha comentado que, según
informaciones oídas por él a algunos de sus familiares, Cándido era masón,
sindicalista y anarquista.
Tenía el sujeto en cuestión tres hermanos
militares, entre ellos el ya citado Eugenio, los cuales estaban destinados
antes de la guerra en Tetuán, que a la sazón era la capital del Protectorado
español de Marruecos. Justo antes del estallido de la guerra civil estaban
todos ya en puestos militares en San Roque.
Antes de producirse el alzamiento militar en
julio de 1936 (hace ochenta años), dichos militares fueron destinados a la
Comandancia de San Roque. Al saber que Cándido estaba en Cortes de la Frontera,
pueblo de la provincia de Málaga que fue su lugar de nacimiento, se lo llevaron
a San Roque para quitarlo de líos y para que trabajase en Gibraltar. En esta
época los municipios del Campo de Gibraltar recibían habitantes de muchos pueblos
de Andalucía “al calor” (trabajo y alimentos) de Gibraltar.
Recordemos que la represión del ejército
marroquí de Franco, que había entrado por la bahía de Algeciras, fue tremenda
en el Campo de Gibraltar en general y en San Roque en particular. También fueron terribles las represalias de
los milicianos republicanos contra personas de derecha, supuestas o no, como
los familiares del psiquiatra Carlos Castilla del Pino, tal y como aparece en
su autobiografía Pretérito imperfecto
(Tusquets Editores, 1997).
Todo el término municipal de San Roque es
muy amplio, pero el principal eslabón militar de guardia de la costa, tanto en
los puestos del mar de la bahía de Algeciras, en el Mediterráneo, como allende
el estrecho, ya en el Atlántico, estaba en dicho pueblo.
¿Cómo acaba la historia? Veamos el tercer
informe, firmado el 31 de julio de 1938 y con sello de la parroquia de Santa
María la Coronada de la ciudad de San Roque. En él no aparece referencia alguna
al firmante, pero el sello lleva a deducir que se trata de un informe escrito
por el párroco, el padre Arenilla (su firma es reconocible en el documento).
También hay un dato revelador: el autor del informe, al referirse a los
ministros de la Iglesia, emplea la primera persona del plural.
Aparece al principio, igual que en el
segundo informe, una alusión a la fecha del oficio del Jefe del Batallón, el 23
de junio de 1938. También se menciona el número de registro de salida de dicha
instancia, el 536 (en el segundo informe se menciona el número 537 y también la
misma fecha de salida).
El informe de la parroquia manifiesta que
Cándido Vega García, vecino de la Estación de San Roque, durante su permanencia
en la feligresía, “observó siempre una intachable conducta, siendo considerado
como trabajador, honrado y laborioso, [sic] en todo momento”.
Un argumento de peso esgrimido era que la
familia Vega García “era la encargada, como de más confianza para la Parroquia,
en la barriada de la Estación, del cuidado de la Capilla y la guardadora de las
llaves de ésta y sus dependencias en las vacantes y ausencias del Capellán de
dicha iglesia y esto aun en los años de la república, en que no solo éramos
perseguidos los ministros de la iglesia sino cuantas personas se mostraban
afectos [sic] a ellos, como ocurría con dicha familia”.
El informante acaba exponiendo no tener
“noticias de ninguna circunstancia que pueda ser desfavorable al citado Cándido
Vega García”.
Lo más probable es que, ante las dudas
razonables sobre la filiación política de Cándido originadas por la lectura de
los dos primeros informes (totalmente contrarios en sus afirmaciones), el jefe
del batallón buscase una tercera opinión. A las dos voces anteriores, las de
dos falangistas de opinión contraria en este asunto, se suma ahora la voz del
párroco (quizás influenciado por la petición de ayuda de los hermanos Vega
García) el cual apoya su idea favorable acerca del sujeto investigado con
argumentos de peso.
Ese tercer papel seguramente salvó la vida
de Cándido.
En aquellos tiempos de guerra, poseer o no
poseer documentos como ése era la diferencia entre la vida y la muerte.
A pesar de la cobertura de sus hermanos años
anteriores, Cándido continuó algún tiempo con sus ideas y al estallar la guerra
lo detuvieron rápidamente. Eugenio actúa para salvarlo, probablemente en
connivencia con el resto de hermanos militares.
Ante el informe incriminatorio, es seguro
que Eugenio mueve Roma con Santiago en la Falange y que, por último, acude al
cura para salvar al hermano. Lo consigue y lo manda al frente de Teruel, para
expiar culpas en el bando nacional. Al volver lo emplearon en un banco y asunto
zanjado: se convirtió en un valeroso combatiente del régimen. ¿Dónde quedaba la
historia de su pasado rojo? Entre las páginas de un diccionario sabiamente
custodiado.
La madre de Cándido tuvo veintidós partos y
de todos esos hijos sólo trece llegaron a adultos.
Cándido pretendió a la abuela de Alberto
antes de 1936, pero ella lo rechazó porque acababa de enviudar. Cándido, según
unos informes, en 1936 tiene 36 años y según otros tiene 31 años. Según los
familiares de Alberto Torres, informantes para este interesante estudio, es
correcta la primera edad mencionada. Dicen que "era ya madurito" y
soltero, trabajador del campo y que le gustaba la política. Vino allí después
de que los hermanos militares también apareciesen por la zona debido a la fama
de la buena vida de Gibraltar.
Debió pretender a Josefa en torno a 1925 o
1926, que era cuando estaba recién enviudada de su primer matrimonio. Ella
había nacido en 1906, se casó con 18 años, enviudó al año, cuando su primer
hijo tiene 18 días, y vuelve a contraer matrimonio en 1930 con el abuelo de
Alberto Torres, que fue fusilado en la guerra civil el 28 de julio de 1936.
A pesar de ser muy guapo, Cándido murió sin
pareja en torno a 1959 de un problema de corazón. Trabajó en un banco hasta su
muerte y está enterrado en el cementerio de San Roque, en una tumba familiar,
de la que reproducimos la foto de la lápida:
Allí están enterrados algunos de los hermanos Vega García. Al morir la mujer del primero, enterrado antes allí, su hija puso en la lápida sólo el nombre de sus padres.
Sólo nos queda un asunto por resolver: el
destinatario de esos informes era el ejército sublevado, que tenía que resolver
las dudas sobre sospechosos de pertenecer al bando de izquierda en la
retaguardia del ejército de Franco y determinar sus destinos: paredón, cárcel o
movilización en el bando nacional.
Esos informes fueron depositados durante un
tiempo probablemente en un archivo militar, pero terminaron en manos de un
militar de ese bando: Eugenio, hermano de Cándido.
¿Cómo llegaron a sus manos? Posiblemente no
le costase mucho acceder a ellos años después del final de la guerra, cuando ya
no tenían ninguna relevancia para el destino de su hermano, recordemos que
llegó a ser Comandante de Artillería. Sin embargo, no pudo custodiar todos los
documentos relativos a Cándido, pues hemos visto que hay referencias al texto
del segundo informe en el libro ya mencionado sobre la guerra civil en San
Roque.
Unas últimas preguntas quedan en el aire:
por ejemplo, ¿por qué conservaron el segundo informe, que era totalmente
perjudicial para su hermano?
Me han venido dos ideas al respecto: en un
principio quizás pudieron querer conservar los tres informes porque la guerra
aún no hubiese terminado y, aunque en las fechas de los textos la victoria en
la guerra se decantaba ya a favor de los nacionales, podía existir en los
hermanos un temor a que el viento cambiase a favor de la República.
En aquella época textos como estos -hemos
dicho- podían condenar o salvar a una persona. Conservarlos era guardarse ases
en la manga, a pesar de que existía el riesgo de que pudieran llegar a manos
que no tuviesen piedad, de ahí la necesidad de custodiarlos en secreto.
Otra idea, aportada por Alberto Torres (cuya
abuela materna, Josefa, era hermana de Antonia, la mujer de Eugenio Vega), es
que el deseo de Eugenio o de todos los hermanos militares era atar en corto a
su hermano rojo. Conocedores de sus ideas “extremistas”, probablemente
quisieron guardarse el segundo informe (y no quemarlo, como quisieron hacer con
algunos de los documentos mencionados al principio) para evitar que Cándido
sacase los pies del plato. ¿Conservar ese segundo informe era una manera de
tenerlo controlado, una manera de velar por su vida igual que la custodia de
los otros dos informes y la fotografía del frente de batalla? ¿Todos esos
documentos no eran otra cosa que un salvoconducto, una salvaguardia, un seguro
de vida para una persona considerada sospechosa en tiempos muy difíciles para
la historia de este país?
Me dice Alberto Torres en un correo lo
siguiente: “Conociendo a mi tío Eugenio, estoy convencido de que guardó los
informes para tener siempre al hermano atado de pies y manos y decirle ’si
vuelves a las andadas, mira lo que hay’. Él era así con todo el mundo”.
En fin, una historia o, como decía Unamuno,
intrahistoria más de aquella guerra incivil que hace ochenta años quemó España
por los cuatro costados, como los bordes de esa fotografía de un puesto
avanzado en el frente de batalla en que unos soldados en plena acción se
empeñan en atacar a un enemigo que viene del aire, del mismo lugar que los
pájaros y las nubes.
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