A Conchita
y Luisa,
mis queridas
compañeras de Utrera
Es una verdadera lástima que el teatro escolar haya tenido muy mala
salud en los últimos tiempos. No quiero detenerme en las causas de este hecho,
pero lo cierto es que los alumnos de ahora no tienen ni mucho menos la pasión
por el teatro que nosotros, sus profesores, heredamos de los nuestros.
Muchos de los profesores de mi generación, los del medio siglo (año
arriba o abajo), cuando éramos alumnos actuábamos en las funciones escolares
con una fruición digna de ser mencionada. En mi caso concreto, recuerdo haber
participado en murgas de carnaval, imitaciones y en actuaciones teatrales cuyos
textos los elaborábamos los propios alumnos.
Con mis
amigos “Rafi” y Ángel escribí varias obras de teatro en las que el protagonista
era un tal Antonio, un periodista que iba siempre en busca de noticias frescas.
Creo recordar que una de aquellas obras la llegamos a representar los
compañeros de curso con ayuda de un monitor de teatro que apareció
en el último momento, días antes de la actuación.
Pienso
que mi gusto por el teatro me viene de haber contemplado una representación
de La casa de Bernarda Alba de Lorca en el salón de actos del
colegio. Aquellos actores eran curiosamente presos de la cárcel de Huelva.
Ya en el primer
curso del instituto (1º de BUP), la profesora de Historia, Carmen, le propuso a
mi clase dos opciones: o estudiábamos el tema de la Revolución Francesa para un
examen o montábamos una representación teatral sobre ella.
La clase
se decidió por hacer teatro, encomendándome a mí, ya que todos mis compañeros
conocían mi gusto por la escritura, la tarea de escribir el texto.
En las
vacaciones de Semana Santa me empapé en una enciclopedia de la historia de
aquella revolución y al volver al instituto le presenté el drama histórico, el
cual aún conservo, a la profesora.
A final
de curso representamos la obra para todo el instituto.
Yo
pensaba que mi tarea en aquella función había concluido con la escritura del
texto, pero resultó que el alumno que iba a hacer de Robespierre enfermó y, a
mi pesar, tuve que reemplazarlo.
La televisión de aquella época contribuía en gran medida a fomentar nuestro
gusto por las tablas, ya que en la mítica serie de programas Estudio 1
aparecían representaciones teatrales de grandes obras clásicas y contemporáneas. La lista de todas las representaciones en aquel mítico programa es apabullante. Otros programas de teatro televisivo fueron Noche de teatro y Primera fila.
Como profesor he seguido fomentando en mis alumnos mi gusto por el
teatro: con ellos he dirigido, en los últimos años, una adaptación teatral del
episodio de los molinos de viento de El Quijote, una lectura dramatizada
del entremés en prosa Celos, de Pedro Muñoz Seca y el montaje, para el
certamen de teatro del IES El Majuelo de Gines, del “Entremés del mancebo que
casó con mujer brava”, una de las piezas del Retablo jovial, de
Alejandro Casona.
Montar hoy con los alumnos una representación teatral, a pesar de las
dificultades, tiene muchas ventajas. El teatro es una forma magnífica de crear
la unión de un grupo a través del humor y de la imaginación. Por otro lado, es
un acceso magnífico a grandes obras de nuestra literatura, lo cual permite que
ellos puedan mejorar su vocabulario y, lo que es más importante, su vocalización
y su desinhibición a la hora de enfrentarse a un público.
En el archivo en Internet de Radio Televisión Española (RTVE), " RTVE A la carta", podemos
acceder a los vídeos de los programas de Estudio 1, Primera fila y Noche de teatro. Es una magnífica
oportunidad estos días para poder ver a grandes actores españoles interpretando
textos teatrales de la literatura española y extranjera.
Dejo aquí una lista de títulos de dichos repositorios, incluyendo, en algunos casos, vídeos de Youtube de estos montajes de teatro para televisión y montajes de teatro aficionado:
-La viuda valenciana, de Lope de Vega.
-El mejor alcalde, el rey, de Lope de Vega.
-Peribáñez y el comendador de Ocaña, de Lope de Vega.
-¡Ay, Carmela!, de José Sanchís Sinesterra.
-Cianuro, ¿solo o con leche?, de Juan José Alonso Millán.
-La dama del alba, de Alejandro Casona.
-Que viene mi marido, de Carlos Arniches.
-Los caciques, de Carlos Arniches.
-La venganza de don Mendo, de Pedro Muñoz Seca.
-Maribel y la extraña familia, de Miguel Mihura.
-El genio alegre, de los hermanos Álvarez Quintero.
-Doce hombres sin piedad, de Reginald Rose.
-Eloísa está debajo de un almendro, de Jardiel Poncela.
-Angelina o el honor de un brigadier, de Jardiel Poncela.
-Cuatro corazones con freno y marcha atrás, de Jardiel Poncela.
-El enfermo imaginario, de Molière.
-El avaro, de Molière.
-Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand.
-Calígula, de Albert Camus.
-Las brujas de Salem, de Arthur Miller.
-Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen.
-Casa de muñecas,
de Henrik Ibsen.
-Un marido ideal, de Oscar Wilde.
Que el teatro ilumine nuestras sombras en estos tiempos de
incertidumbre.
Por eso escribo y
por eso rezo. ¡Resistiremos!
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