A mis alumnos
Si tuviera que mandarles estos días a mis alumnos una tarea de calado,
les encomendaría la de escribir un diario.
El pasado 21 de marzo, Scott Kelly, astronauta de la NASA ya jubilado,
quien pasó casi un año en la Estación Espacial Internacional, publicó en el
periódico norteamericano The New York Times una serie de consejos para sobrellevar
mejor el confinamiento del coronavirus.
Aparte de otras recomendaciones como seguir un horario, mantener un
ritmo, acostarse a la misma hora cada día, realizar pasatiempos, estar en contacto
con gente querida, escuchar a los expertos, trabajar de la mejor manera posible,
Kelly señala la importancia de ir escribiendo un diario.
El astronauta retirado nos aconseja intentar describir lo que estamos
experimentando a través de los cinco sentidos o escribir sobre nuestros recuerdos.
Esa escritura tendrá el efecto de ayudarnos a poner nuestras experiencias en
perspectiva y nos permitirá, más adelante, mirar lo que ha significado en
nosotros este momento único en la historia.
La verdad es que, aunque alguna vez he estado tentado de ir escribiendo un
diario, nunca (hasta la bitácora de estos días) lo había llegado a realizar. Lo
que quizás me echaba para atrás es el hecho de que, en un diario, el escritor de
ficción que en el fondo soy se ve sometido a los eventos de cada día, que son
los que marcan sus impresiones.
En condiciones normales -y estas no lo son- escribir un diario es
someterse a la ordinaria realidad del día, por lo que dicha escritura es
incompatible probablemente (al menos para mí) con una escritura de ficción, que
dejo reservada para las vacaciones de verano.
Sin embargo, en estos días extraños y únicos, en que estamos viviendo
una de las distopías del futuro que tanto leímos en libros de ciencia ficción,
cualquier detalle (por ejemplo, un vídeo que nos mandan en el que se ve el
esfuerzo titánico de los sanitarios españoles, quienes, con pocos medios,
luchan contra el avance de la enfermedad) es importante y, si no es registrado
en un diario, desaparecerá del archivo de nuestra mente.
Nuestra memoria es frágil y olvidadiza. Por eso, escribir estos días un
diario es una manera de fijar en él nuestras impresiones sobre este tiempo extraordinario
en el que estamos ahora obligados a vivir.
Cuando, transcurrido el tiempo, una vez que haya pasado mucho desde el
último día del confinamiento, podamos volver a esas páginas, nos daremos cuenta
del enorme valor que tienen. En ellas encontraremos las noticias que hoy nos
atosigan, pero también las reacciones que tuvimos ante ellas. En definitiva,
volveremos, gracias a las palabras, a recordar esta experiencia única. Si guardamos
nuestros diarios del año de la peste, dentro de unos años tendrán un valor
impresionante, pues en ellos las futuras generaciones encontrarán testimonios
en primera persona de un hecho histórico.
El Diario de Ana Frank tiene ese mismo valor. Empieza siendo
simplemente, en junio de 1942, la narración de los días de una adolescente holandesa:
sus regalos de cumpleaños, los exámenes finales, las películas que ve..., pero
pronto se convierte en un testimonio imprescindible para entender la invasión alemana
de Holanda un mes después y sus consecuencias sobre Ana y su familia.
Otro famoso diarista, el funcionario y político londinense Samuel Pepys
(1633-1703), recogió en su diario privado (1660-1669) acontecimientos
importantes de la época, como la Gran Peste (1665-1666). Sus Diarios (en
los que Pepys escribe de materias muy variopintas como sus comidas, el tiempo que
hace cada día, sus horarios, el estado de sus cuentas, etc.) son una fuente de
información apasionante para los historiadores de ese período.
Así pues, el escritor de diarios no solo escribe para él, sino que tiene
una voluntad de hacerlo también para la posteridad.
Habíamos olvidado que la humanidad ha sido sometida también a muchas
otras plagas en el pasado. Chateaubriand hace un exhaustivo recuento de ellas
en Memorias de ultratumba.
Una de las más antiguas de las que hay noticia fue la peste de Atenas (año
431 antes de nuestra era). Antes de ella, veintidós grandes pestes, según el
escritor francés, habían azotado ya el mundo.
De la peste de Atenas conservamos una descripción, la que de ella hizo el
historiador Tucídides.
Todos nosotros ahora, en estos meses difíciles, tenemos por delante una
tarea, una responsabilidad con nuestros hermanos en peligro. Quizás,
simplemente con llevar por escrito un diario que recoja nuestras vacilaciones,
temores y esperanzas, podamos contribuir a la tarea común de luchar contra la
enfermedad que nos intenta asolar.
Si simplemente recogemos en un diario nuestros estados de ánimo,
conseguimos de alguna forma exorcizar el fantasma de la angustia y, pensando en
el futuro, plasmar un testimonio que tendrá su valor en el futuro.
La historia se hace de grandes gestas, pero también de pequeños textos
que son fruto de momentos de cambio como este que vivimos.
Para los historiadores, sociólogos, filólogos o psicólogos, los textos
que ahora estamos produciendo sobre esta situación que creíamos inédita serán
dentro de poco un material valiosísimo con el que intentar comprender nuestras reacciones
ante el miedo y la incertidumbre.
Que no queden en el silencio de los siglos nuestras ideas y pensamientos de estos días, sino que se
plasmen en nuestros diarios, donde, pasado el tiempo, podremos encontrar, entre
los gemidos de una humanidad desconcertada, la ilusión de la esperanza, la esperanza
de salvación de quienes sufren, el latido generoso de corazones profundamente
humanos que confían en la providencia y en la misericordia del cielo.
Por eso escribo y por eso rezo. ¡Resistiremos!
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