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EL AYUDANTE DEL DOCTOR MALITIAS (CUENTO)


 



A mis compañeros de la biblioteca del IES María Galiana, con todo mi afecto


     Se había quedado dormido, como siempre, escuchando el persistente ruido de la lluvia, procedente de la emisora Abacus Rain de Londres, que su implante XG le traía por la Interred cada noche.

     Serían las cuatro o las cinco de la madrugada cuando lo despertó el horrísono sonido de una carcajada al otro lado de la pared, justo detrás del muro que separaba su cilindro del cubículo del norte.

     A partir de entonces no pudo retomar el sueño plácido en el que la mersopalina lo había sumido. Sucesivas e inquietantes pesadillas agitaron su descanso y cubrieron de sudor su cuerpo, previamente empapado por el asfixiante calor.

     El despertador fue como el sonido de una ametralladora en su agitada inconsciencia. El ritual del despertar fue aquel día excesivamente lento, por lo que tuvo que apresurarse para salir con el tiempo justo en busca del sub.

     Era el 1 de julio de 2108 y él, Jano Elias, llegó tarde al trabajo, lo que le supuso una mirada de reproche de su jefa, Sara Lharden.

     Ella, sin embargo, no lo miró mal a causa principalmente del retraso, sino porque tenía que comunicarle la noticia de que había sido ascendido en el departamento de Historia del Ministerio de la Verdad.

     A él se le humedecieron los ojos, pues al fin había conseguido lo que tanto había perseguido: ser el ayudante personal del doctor Malitias, máximo responsable de la metrópolis de Sivella, capital del Nuevo Orden.

     Él era un sedicioso, un rebelde en realidad. Había codiciado ese puesto desde hacía mucho tiempo solo para tener acceso a información privilegiada que quería pasar a sus camaradas de la resistencia humana.

     Malitias aquella mañana estaba de muy mal humor, pero Jano se lo esperaba. Se había informado sobre aquel sujeto y había llegado a predecir cada una de las fases del interrogatorio al que fue sometido. Todo era una mera formalidad, una simple comprobación de que él era un robot y de que, por tanto, ninguna línea humana de su código fuente podría provocar un atentado contra el gran líder.

     Jano Elias pasó con nota el examen y desde ese momento pasó a estar a las órdenes de Malitias.

     En los días siguientes, sucesivas pesadillas tremebundas terminaron agotando su sistema operativo, el cual había sido programado por los últimos líderes de la resistencia. Se decía que habían caído todos los cabecillas de la rebelión, excepto uno del que no se sabía nada.

     Cada día el trato directo con Malitias lo alteraba más. Aquel ser emitía un potente escudo de defensa que agotaba a quien se le acercase.

La misión oficial de Jano era la de entrar en los archivos mencionados para detectar cualquier posible amenaza a la seguridad de la metrópolis entre todos los infinitos datos recientes a los que podía acceder con sus claves de acceso.

     Sin embargo, Elias buscaba algo más, algo para lo que su perfil no estaba capacitado: como resistente que era, quería entrar en archivos secretos, en datos de Historia de la humanidad para poder algún día enseñarlos a los escasos hijos de los hombres que aún quedasen desperdigados por algún sitio.

Pero el acceso a esos datos estaba prohibido, incluso para un funcionario robot de alto rango como él.

     Un día, al final de su jornada, logró acceder, mediante una dificultosa operación de jaqueo, a un servidor de información altamente protegido. Los datos que pudo leer lo desconcertaron.

     Supo que antes los humanos tenían vidas privadas, que escribían poesías sobre las nubes o pintaban los rostros de mujeres hermosas; supo que antes la vida era más lenta, más calmada; supo que la generosidad, el sacrificio y la ayuda eran valores universales; supo que vivir había sido durante siglos escuchar el murmullo del viento en los árboles o el piar de los vencejos en las mágicas tardes de primavera...

     Supo tanto en tan poco tiempo que sus manos  metálicas (en el interior de una antigua proyección holográfica) se quedaron acariciando los restos de una flor prensada dentro de las páginas amarillas de un viejo libro de poemas. Cuando le dio la luz de un puntero láser, aquella flor marrón se deshizo en una miríada de átomos.

     En la puerta, Malitias lo miraba con una pistola desintegradora en la mano derecha, pero antes de desaparecer, Jano me pudo enviar toda aquella información por la Interred.

     Desde entonces, me cuesta dormir, a pesar de que cada noche me conecto a la emisora Abacus Rain de Londres para escuchar en el duermevela el persistente ruido de la lluvia, de una lluvia que hace años que no hemos vuelto a ver caer.

     Soy uno de los últimos robots humanos que quedamos.

Mi misión es no dejar de escribir.

He oído que aún queda algún líder en algún lugar de este extraño planeta. 

Lo buscaré.

Mi nombre es...

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