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SIN DISCUTIR LA PERSONALIDAD LITERARIA


 

DORIO DE GADEX: ¡Maestro, pongámonos el traje de luces de la cortesía! ¡Maestro, usted tampoco se siente pueblo! Usted es un poeta, y los poetas somos aristocracia. Como dice Ibsen, las multitudes y las montañas se unen siempre por la base.


MAX: ¡No me aburras con Ibsen!


PÉREZ: ¿Se ha hecho usted crítico de teatros, Don Max?


DORIO DE GADEX: ¡Calla, Pérez!


DON LATINO: Aquí sólo hablan los genios.

 

Ramón María del Valle-Inclán: Luces de bohemia (1920).

 

 

      Este país es terrible. No descansa nunca en los juicios de valor hirientes, en el insulto, en el descrédito de los demás, sobre todo de quienes destacan por sus méritos y virtudes. No duerme nunca si el caso es atacar.

      La podredumbre de las redes sociales es la más reciente versión de esa inveterada costumbre de zaherir al otro con críticas aceradas, la cual nos viene desde muy antiguo.

      Si hay un ámbito en el que vuelan con más frecuencia las dagas florentinas, ese es el mundillo literario.

      Hoy quiero recordar en esta bitácora la figura de don José Echegaray (1832-1916), escritor injustamente olvidado que fue galardonado en 1904 con el premio Nobel de Literatura.

      Siendo ministro de Hacienda, tuvo lugar en 1874 el primer estreno de una obra de teatro suya, El libro talonario. En total, escribió 67 obras, 34 de ellas en verso (con la dificultad añadida que esto comporta).

      Su teatro era posromántico, muy melancólico, aunque adquirió al final un tono social por influjo de las obras del dramaturgo noruego Henrik Ibsen.

      Hoy Echegaray es un autor teatral del que apenas nadie se acuerda. Los más viejos recordarán como mucho haber visto su efigie en los antiguos billetes de mil pesetas.

      Sus obras han sido calificadas como demasiado melodramáticas, escasas de profundidad, llenas de conflictos arcaicos y grotescos.

      Además, el exceso de verbosidad, de trucos y estereotipos no ha ayudado mucho a que, al haber sido revisado, su teatro sea incluido en el canon del teatro de más valor de su época.

      Sin embargo, por entonces tuvo mucho éxito entre el público.

      La crítica teatral de aquellos años reflejó con respecto a sus textos opiniones ambivalentes. El mismo Clarín (feroz crítico literario, además de magnífico narrador) era a veces terrible y otras elogioso en lo que respecta a sus dramas.

En el extranjero, sin embargo, dramaturgos como Bernard Shaw o Luigi Pirandello admiraban su obra, parte de la cual fue traducida a varios idiomas y estrenada con éxito en Londres, París, Berlín y Estocolmo (ciudad en la que en 1900 se creó la fundación Nobel).

El jurado del premio Nobel de Literatura de 1904 se lo otorgó “en reconocimiento a las numerosas y brillantes composiciones que, de una manera individual y original, han revivido las grandes tradiciones del drama español”.

Fue un premio compartido con el poeta provenzal Frédéric Mistral.

Parece ser que, según leyó Azorín en la prensa italiana, en un principio los destinatarios del premio eran Mistral y el poeta italiano Giosuè Carducci, pero a este último le fue denegado porque algunos miembros de la comisión del Nobel averiguaron que el toscano era autor del Himno a Satán, poema muy polémico proscrito por la Iglesia. Dos años después, en 1906, la polémica había pasado y a Carducci le concedieron al fin el Nobel de Literatura.

Debido a la carga de los años (don José Echegaray tenía entonces 71 años), no pudo emprender el largo y entonces penoso viaje a Estocolmo para recibirlo en persona.

Debido a esta circunstancia, la prensa madrileña (concretamente la idea partió de la revista Gente vieja), empezó a organizar un homenaje a escala local al premiado.

Aquel intento de homenajear a Echegaray fue considerado un escándalo para los miembros de la vanguardia literaria, los entonces llamados modernistas y los escritores del grupo del 98 (especialmente para el más terrible enemigo del ministro, el escritor gallego don Ramón María del Valle-Inclán).

En el periódico El País (cabecera antigua que no corresponde al actual diario) se publicó el 19 de febrero de 1905 el siguiente manifiesto:




LA PROTESTA

 

Ayer publicó España entre un artículo de Azorín la llamada protesta de los intelectuales.

Es sencilla, lacónica, tímida e incidental. Lo que nos parece simpático, elevado y aun transcendental es el espíritu que Azorín ve en la protesta.

Su texto se reduce a estas líneas:

«Parte de la prensa inicia la idea de un homenaje a D. José Echegaray, y se abroga la representación de toda la intelectualidad española. Nosotros, con derecho a ser incluidos en ella —sin discutir ahora la personalidad literaria de D. José Echegaray— hacemos constar que nuestros ideales artísticos son otros y nuestras admiraciones muy distintas».

Esta declaración la firman: Unamuno, Rubén Darío, Maeztu, Antonio Palomero, Luis París, Manuel Bueno, Ricardo Catarineu, Ángel Guerra, José Nogales, Luis Bello, los hermanos Machado, Zayas, Villaespesa, Félix Méndez, Rivas, Luis de Tapia, Urbano, Camba, Carretero, Sánchez Díaz, Salaverría, Torrendells, Azorín, Zozaya, Mesa (Enrique de), Candamo, Almagro, Gabaldón, González Blanco, Viergol, Grandmontagne, Mata (D. Pedro), Valle Inclán, Baroja, Gómez Carrillo, Ciges Aguilaniedo Gall Román Salamero [sic] y otros varios menos conocidos.

 

La animadversión de Valle-Inclán hacia Echegaray venía de unos años antes. En enero de 1900 el periódico El liberal publicó el fallo del concurso de cuentos patrocinado por ese diario, al que Valle se había presentado con el relato “Satanás”.

Como vemos, parece que el diablo enreda bastante en el asunto de los premios literarios. En aquella época finisecular, además, estaba de moda el demonismo como motivo artístico.

El ganador del concurso, entre 667 originales presentados, fue el periodista y escritor de Valverde del Camino José Nogales, tío materno de Manuel Chaves Nogales, que había concursado con el cuento “Las tres cosas del tío Juan”.

Según Juan Valera, el autor de “Satanás” (Valle) es un “escritor joven todavía [...] de estos que llaman modernistas” y el jurado se retrajo “por lo espeluznante, tremendo o escabroso del asunto”.

Más tarde, Valle le cambiaría el título a ese cuento por el de “Beatriz”.

El jurado de aquel premio estuvo dirigido por Echegaray. Valle nunca perdonaría al dramaturgo aquella decisión.

A partir de entonces van a ser muchos los gestos contrarios a Echegaray por parte de Valle-Inclán, los cuales amargaron los últimos años de don José. Quizás el más conocido fue el de llamarlo “el viejo idiota”.

Se dice que Valle incluso llegó a mandar una carta al escritor de ciencia ficción Nilo Fabra (otro desconocido hoy), que vivía en la calle José Echegaray de Madrid, y escribió en la información del destinatario “Calle del viejo idiota, nº 16”. Sorprendentemente, parece ser que la carta llegó a Fabra y, a partir de entonces, Valle iba elogiando a grito pelado por los mentideros de los cafés de la bohemia madrileña la inteligencia de los carteros de la capital.

En realidad, los del 98 (sobre todo Azorín en sus artículos en el diario España y Valle en sus peleas de tertulia y en sus pataletas en los estrenos teatrales del posromántico) lo tomaron como diana de sus críticas porque -según ellos- representaba la España cerrada, caduca y arcaica que había llevado al desastre de la pérdida de las colonias.

El sábado 18 de febrero de 1905, en el diario La época se recogen unas palabras de Azorín, a quien el homenaje a Echegaray le parece innecesario, pues ha sido recompensado y premiado largamente por sus contemporáneos. Sus palabras, publicadas antes en otro diario, son estas:

 

Este acto sería extemporáneo: el señor Echegaray representa en la vida intelectual de España un estado de espíritu que es un deber de patriotismo el dar por terminado definitivamente; la obra del Sr. Echegaray está inspirada en el lirismo desenfrenado, en la exaltación, en la irreflexión, en la inconsciencia que durante muchos años han dominado plenamente en España, y que han convergido en la catástrofe colonial. Una Sociedad de escritores y artistas ha intentado promover un movimiento nacional en favor de este dramaturgo; el movimiento ha fracasado; el país ha permanecido indiferente. Pero la citada Sociedad ha persistido en su intento de rendir el homenaje; y este homenaje, al fin y al cabo, sería un hecho de la vida diaria, que podríamos mirar con indiferencia si los organizadores del acto no hubiesen lanzado a la publicidad el que dicho homenaje responde  un sentimiento de «toda España intelectual».

 

Curiosamente, en contra de lo que dice Azorín, la protesta contra Echegaray finalmente provocó que, el que iba a ser homenaje local al premiado con el Nobel se convirtiese en una celebración nacional el año siguiente (en 1905).

El periódico El globo, en su edición del 19 de marzo de 1905, recogía las palabras de agradecimiento del premiado al recoger la distinción en el Senado el día anterior (es lo más parecido al discurso de recepción del Nobel que he podido encontrar buceando en mis escasos ratos libres por la Hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional de España). Son estas:

 

Señor [se dirige al rey Alfonso XIII]:

 

Vacilante, confuso, sintiendo emociones como jamás sentí, ni imaginé sentir, acudo a este acto, y es tal la confusión que origina en mí, que la palabra no acierta, torpe, a indicar esta emoción que siento, y para expresarla, para hacer patente la causa de esta confusión en que me encuentro, no hallo más que una palabra, la palabra gratitud.

Sí, gratitud inmensa a S. M., que me honra dignándose acudir a este acto a hacerme entrega de los diplomas del premio que me acaba de conceder la Academia de Suecia; gratitud también inmensa a todos los que han contribuido, con su presencia y con su adhesión, a solemnizar este acto, del que guardaré perdurable recuerdo; gratitud a todos, desde la más alta representación de la Nación, al más insignificante obrero; gratitud a todos que no digo quiénes son, porque sería monótona la lista, como monótonos son los latidos del corazón y dan la vida.

Gratitud también a la Academia de Suecia que, al concederme el premio, no es para honrarme a mí, a mis escasos méritos, como reconozco sin falsa modestia, sino para honrar a los grandes dramaturgos del siglo XIX, a aquellos que hicieron brillar nuestro teatro, como Harzembuch [sic], García Gutiérrez, duque de Rivas, Bretón, Ayala y a todos los que con ellos contribuyeron al engrandecimiento de nuestro teatro, y pues que a ellos, lo reconozco, es a quien se honra, permítaseme hacerles homenaje de mi homenaje.

 

Termina su discurso el Sr. Echegaray -dice el autor de la crónica- con grandilocuentes frases, sintetizadas en que todos debemos trabajar por el engrandecimiento de España.

 

Considerado uno de los matemáticos más brillantes del siglo XIX en España, ministro de Hacienda en tres ocasiones, ingeniero, profesor... Echegaray fue un polímata, es decir, una persona con grandes conocimientos en diversas materias científicas o humanísticas.

De todas las facetas de su personalidad, sin embargo, la que más disgustos le dio fue la literaria.

En sus Recuerdos (publicados en edición póstuma en 1917), Echegaray explicó cuál fue su gran pasión:

 

Las Matemáticas fueron, y son, una de las grandes preocupaciones de mi vida; y si yo hubiera sido rico o lo fuera hoy, si no tuviera que ganar el pan de cada día con el trabajo diario, probablemente me hubiera marchado a una casa de campo muy alegre y muy confortable, y me hubiera dedicado exclusivamente al cultivo de las Ciencias Matemáticas.

Ni más dramas, ni más argumentos terribles, ni más adulterios, ni más suicidios, ni más duelos, ni más pasiones desencadenadas, ni, sobre todo, más críticos; otras incógnitas y otras ecuaciones me hubieran preocupado. 

Pero el cultivo de las Altas Matemáticas no da lo bastante para vivir. El drama más desdichado, el crimen teatral más modesto, proporciona mucho más dinero que el más alto problema de cálculo integral; y la obligación es antes que la devoción, y la realidad se impone, y hay que dejar las Matemáticas para ir rellenando con ellas los huecos de descanso que el trabajo productivo deja de tiempo en tiempo. Jamás, ni en las épocas más agitadas de mi vida, he abandonado la ciencia de mi predilección; pero nunca me he dedicado a ella como quisiera.



 


A su muerte, en 1916, fue honrado con críticas elogiosas por parte de la intelectualidad española (periodistas, políticos, escritores...) e incluso los miembros del 98 publicaron críticas elogiosas de su obra. Probablemente aquella noche pudieron dormir en paz.

No sería tan malo en el fondo. No tanto como el demonio de la crítica. No, por Dios.

      



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