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AL HILO DE LA CONVERSACIÓN


 






A Jorge Corrales, por sus hilos de palabras

 

     Querido lector:

 

Estoy convencido cada vez más de que en esta época estamos sufriendo, sin que apenas nos demos cuenta, una gran pérdida: la de la conversación.

     La prisa con la que vamos por la vida; la inmediatez de la evolución tecnológica; las urgencias y exigencias de unos trabajos cada vez más inabordables..., todo ha conducido al hecho de que hemos ido arrinconando los espacios de conversación analógicos a la mínima expresión.

     ¿En qué se traduce esta pérdida? ¿Qué efectos mensurables produce? Son evidentes: el empobrecimiento del lenguaje, la falta de sosiego, la ansiedad, la angustia y, sobre todo, el aislamiento del individuo.

     Por cierto, he rescatado para esta entrada un artículo de Fernando Iwasaki, publicado en el diario ABC de Sevilla  el 9 de agosto de 2015, en el que se refiere a la pérdida de la riqueza léxica en las últimas generaciones. Escribe Iwasaki lo siguiente:

 

     ...Como Zugasti cita los trabajos de Michael A. Woodley, he leído en la red el ensayo Were the Victorians cleverer than us? [¿Fueron los victorianos más inteligentes  que nosotros?] (...), donde después de trabajar sobre más de seis millones de textos de distintas disciplinas publicados entre 1850 y 2005, Woodley corroboró -entre otras cosas- que existe un profundo declive del lenguaje, lo que supondría una menor inversión de inteligencia, una crisis de la excelencia y una aridez expresiva maquillada por el dominio de las nuevas tecnologías.

    

     Las palabras de Iwasaki son desoladoras y pintan un panorama terrible.

     Se puede decir que quien no sabe conversar no sabe vivir, porque en mi opinión nuestras vidas deben ser contadas y han de ser contrastadas con las de nuestros vecinos para ser plenas.

     El problema es que ya no abordamos a nadie para pararnos a charlar, para conversar sin tiempo sobre lo divino y lo humano.

     No sé si el ser de pueblo (a mucha honra) y el peinar canas (a mi pesar) me hace pensar así.

     Alguien podrá decirme que todo es culpa del coronavirus, pero lo cierto es que esta pérdida de la conversación estaba ya presente en la sociedad occidental antes de que se nos viniera toda esta locura pandémica que nos va a atosigar hasta sabe Dios cuándo. Recuerden que el artículo de Iwasaki es de hace más de seis años, antes de toda esta crisis.

     Es evidente que la nueva tecnología es en parte responsable de esta situación. El aumento de horas diarias dedicadas al uso de redes sociales es un claro ejemplo de lo que les comento.

     Hay otro asunto muy relacionado con este, que es el de la pérdida de importancia de la lectura en papel entre los jóvenes (porque leer, no lo olvidemos, es también conversar). Tengo la impresión de que no se está produciendo un necesario relevo generacional en el hábito de la lectura en papel, sobre todo de prensa diaria pero también de libros.

     La lectura que hoy abunda es la de textos breves, digitales, paródicos y misceláneos. Es el signo de los tiempos.

     Otro ejemplo de lo que digo es la sobreabundancia de series de televisión en detrimento de las películas.

     En general, puede decirse que hemos perdido la paciencia, y por eso perdemos lectura y conversación, porque para practicarlas hay que desarrollar buenas dosis de ella.

     Hemos atomizado tanto el tiempo de nuestros días que en ellos ya no hay apenas espacios para conversar sin la urgencia del reloj. Espacios digitales (tipo Twitter Spaces) aparte, por supuesto.

     Paradójicamente, la misma persona que rehúye conversar con el vecino (aunque sea un ratito minúsculo de hola y adiós en la escalera) puede tragarse luego en su casa paquetes enteros -maratones- de series infumables.

     Olvidamos la conversación también porque quizás no queremos perder nuestra verdad, porque no queremos tener que dar el brazo a torcer en cuestiones políticas, económicas, sociales..., cuando precisamente lo más hermoso de conversar es ver cómo las certezas que a uno lo definen se tambalean.

Y también evitamos la plática porque conversar nos pone en el abismo de los límites de nuestra conciencia, nos coloca en la difícil situación de tener que explicarnos ante los demás, y eso duele a veces, sobre todo si uno no domina bien los recursos de la charla.

     Pienso que, muchas veces, los profesores de Lengua, sin rumbo (como todos) en este agitado maremágnum digital, nos perdemos tanto entre las ramas del análisis morfosintáctico que evitamos transmitirles a los alumnos ejemplos claros de conversaciones productivas. Pero también es verdad que nos resulta cada vez más difícil encontrarlas.

 

*


Herbert Paul Grice (1913-1988), fue un filósofo británico, conocido sobre todo por sus contribuciones a la filosofía del lenguaje en el ámbito de la teoría del significado y de la comunicación. 

Grice estableció unas máximas o principios que describen cómo es una conversación tipo teniendo en cuenta el principio de cooperación, el cual es una condición para que nuestro interlocutor entienda lo que le estamos diciendo, una especie de condición preparatoria que todos los participantes deben cumplir para que la conversación sea coherente. Así pues, no es un principio normativo, pero su incumplimiento puede desembocar en una sanción social.

El principio de cooperación se concreta en una serie de categorías, denominadas máximas de conversación, las cuales describen cómo ha de ser lo que se dice en una conversación para que esta sea más precisa y menos ambigua. Estas máximas son:

 

1. Máxima de cantidad:

  • Que la contribución del hablante contenga tanta información como se requiere.
  • Que su contribución no contenga más información de la que se requiere.

2. Máxima de cualidad (de veracidad):

  • No afirme lo que crea falso.
  • No afirme nada de lo que no tenga pruebas suficientes.

3. Máxima de relación (de relevancia):

  • Que lo que hable oportunamente sea relevante.

4. Máximas de modo (hay que buscar la claridad):

  • Evite expresarse oscuramente.
  • Evite ser ambiguo.
  • Sea breve.
  • Sea ordenado.

 

Es un conjunto de normas, en definitiva, que se refieren al arte de conversar y que han de ser tenidas en cuenta por todos, especialmente por padres y educadores en estos tiempos de tanta agitación.

     En un mundo en el que predomina el griterío a golpe de tuit, quise reivindicar hoy el arte de la conversación, incluso de la más banal de ellas. Espero que le haya llegado a través de Twitter. No olvide “darle like”.   

     Por cierto, ¿qué tiempo hará mañana?... 

 


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