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¿ENFOQUE HISTORICISTA O TEMÁTICO EN LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA Y EN EL FOMENTO DE LA LECTURA?

 





        Los detalles más precisos sobre una biblioteca egipcia los relata un viajero griego, Hecateo de Abdera, que en tiempos de Ptolomeo I consiguió una visita guiada por el templo de Amón en Tebas. Describe como una experiencia exótica su recorrido por el laberinto de salas, patios, pasillos y habitaciones del recinto. En una galería cubierta dice haber visto la biblioteca sagrada sobre la cual se hallaba escrito: «Lugar de cuidado del alma».

 

       Irene Vallejo: El infinito en un junco (Siruela, 2019).

 

 

     El pasado 13 de marzo el periodista Ignacio Zafra publicó en el diario El País un reportaje dedicado al asunto del fomento de la lectura en la enseñanza secundaria de nuestro país.

     El titular, muy polémico, ha dado mucho que hablar estos días atrás: Crisis de lectura a los 15: el instituto no ayuda.

     Intentaré en estas líneas dar mi opinión sobre algunas ideas señaladas por Zafra.

     Se señala al principio del texto mencionado que, según varias encuestas en el último lustro de la Federación de Gremios de Editores de España, el porcentaje de lectores frecuentes cae bruscamente (de un 77% a un 53%) desde la franja de edad de 10 a 14 años hasta la de 15 a 18.

     Las causas de dicha caída se destacan en el reportaje: las “dinámicas propias de la adolescencia”, el uso continuado de los móviles y la exigencia cada vez mayor de los estudios en la etapa de la educación secundaria.

     Como cuarto factor determinante de ese gran descenso del hábito de lectura a partir de los quince años se señala (y aquí es donde surge la polémica) la incorrecta o ineficaz planificación del currículo educativo para conectar con los intereses de los alumnos.

     Es decir, que, según el autor del texto, los planes de fomento de la lectura consiguen, junto con los otros factores ya mencionados, el efecto contrario: alejar de los libros a un importante porcentaje de la población escolar, parte de la cual no volverá a retomar en el futuro dicha afición.

     En el reportaje se destaca como modélica la reciente planificación del currículo educativo en Francia, que deja a un lado el enfoque historicista (es decir, el estudio de la literatura -autores, etapas, generaciones, textos...- según un criterio cronológico desde la Edad Media hasta hoy) para dar paso a un planteamiento temático en el que se conecta el estudio y la lectura de títulos concretos con otras manifestaciones artísticas (cine, música, pintura...) que presenten similitudes con los libros de los programas de lectura.

     Este último enfoque recuerda mucho la forma de abordar los textos literarios en los institutos de Estados Unidos. Lo hemos visto en muchas películas de ese país: los profesores dedican mucho tiempo a analizar obras famosas de la literatura inglesa y norteamericana, prestando mucha atención especialmente a desentrañar el carácter y las motivaciones más íntimas de los personajes principales, en un deseo de conectarlas con las preocupaciones, los intereses y las peculiaridades psicológicas de sus alumnos. Acuérdense, por ejemplo, de la maravillosa película El club de los poetas muertos.




     Me llaman la atención varios asuntos del reportaje de Zafra que voy a intentar plasmar en los siguientes puntos:

     En primer lugar, el reportaje tiene un sesgo opinante -más quizás por lo que calla que por lo que afirma-, algo extraño en este subgénero periodístico, que suele estar caracterizado por su objetividad. La subjetividad es más propia de los subgéneros periodísticos de opinión (el artículo, la columna, el editorial o la carta al director). El ya mencionado titular es un ejemplo de la mencionada subjetividad. Quiero decir en definitiva que el periodista muestra su opinión sobre el hecho discutible de que en los “centros de secundaria” mejor que “institutos”, pues también existe la enseñanza concertada, el trabajo diario de los profesores (o, si prefieren ustedes, el “sistema educativo”) no ayuda a fomentar el hábito de lectura, afirmación ciertamente arriesgada.

     Es curiosa también la idea de que nuestro trabajo de propiciar la lectura en nuestros alumnos es contraproducente porque de ella se deduce que hay profesores buenos o guais que van con los tiempos y que invitan a leer magníficas obras de literatura juvenil, incluso pasando por alto las disposiciones legales aun a riesgo de recibir una visita de inspección, y una serie de docentes carcundas que se empeñan en torturar a sus alumnos con infumables obras del canon literario, que están ajustadas a lo dispuesto por ley pero que son bombas de relojería porque destruyen todo asomo de hábito de lectura en ellos. Como siempre, la dualidad presente entre los profesores se manifiesta de nuevo, esta vez referida a los libros que estos recomiendan leer (¿quien manda leer La Celestina recibirá a partir de ahora puntuación negativa en las encuestas de evaluación de los docentes?).

     ¿Y qué me dicen del titular? Ahora llaman clickbeats a dichas cargas de profundidad o “ciberanzuelos”, en principio originados en las redes sociales pero utilizados cada vez más por la prensa tradicional (recordemos el reciente titular de El Mundo que conectaba el asesinato de una pareja de Elche a manos de su hijo con el libro que este estaba leyendo, mandado leer por un profesor suyo). Estoy empezando a pensar ya realmente que los profesores de Lengua tenemos culpa de muchas cosas que pasan en esta sociedad...

     Dejando de lado la inoportunidad del titular sensacionalista y simplista del reportaje de El País -...el instituto no ayuda- y lo que este deja caer, tengo la impresión de que la atención al enfoque temático y el abandono del historicista en el estudio de la literatura puede tener consecuencias negativas para esta parte de la asignatura de Lengua, vapuleada y vilipendiada por muchos sectores, reducida a un papel secundario y minusvalorada por haberse convertido únicamente en el estudio memorístico de datos que son vomitados en los exámenes por una masa de alumnos desconectados de la gran tradición literaria de este país.

     Lo mejor, como decía Aristóteles, es el justo medio: el profesor ha de poder mandar lecturas con toda libertad, sin estar constreñido por la atención a un currículo estrictamente historicista o temático. Es absurda la dualidad entre lecturas clásicas y modernas: quizás sea conveniente la mezcla entre un canon clásico y otro contemporáneo en la selección de lecturas, pero dejando libertad a los docentes y primando por encima de todo las lecturas excelentes, modélicas, “canónicas”, clásicas en su sentido etimológico (es decir, dignas de ser explicadas en clase).

     Recordemos que hoy en día hay un nivel de edición estupendo dentro del ámbito de la literatura para jóvenes y que existe también un Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.

     Lo peor del estricto planteamiento temático en los estudios literarios, en mi opinión, es que podría prestarse a enfoques de ideologías partidistas concretas, de -ismos que acaben con todo atisbo de pensamiento crítico contrario a sus planteamientos. Veo más peligro en este enfoque que en mandar leer o estudiar un canon demasiado exigente.

     No podemos olvidar también algunos asuntos de legislación que no se mencionan en el reportaje de Zafra: por ejemplo, que los profesores de ESO han de mandar lecturas “liberadas”, es decir, aquellas cuyos derechos de autoría, según la legislación española, hayan pasado a dominio público (ochenta años desde la muerte del escritor).

     También hay que considerar las limitaciones presupuestarias de las bibliotecas de los centros educativos, que no siempre pueden tener un catálogo con ejemplares suficientes de las lecturas recomendadas.

     En relación con esta cuestión, hay que decir que a muchos alumnos no les hace falta leer en papel o, dicho de otro modo, leer en dispositivos digitales (igual que escribir en ellos) es su modo nativo y natural de comunicarse. La gran ventaja de la sociedad tecnológica en que vivimos es el acceso universal a trillones de textos gracias a Internet. Por tanto, la cuestión que se debate no es si lectura en papel o en versión digital, sino cuáles deben ser los mejores libros recomendados por los profesores.

     No se habla en el reportaje de la crisis de ruido que nos invade, del escaso prestigio del silencio (tan necesario para disfrutar de los libros) y de la adicción de nuestros alumnos a los videojuegos, los móviles, las redes sociales o la telebasura, que generan tales dosis de dopamina que impiden la concentración, el estudio y la lectura.

     Tampoco se habla en el reportaje de la Educación Primaria, etapa fundamental en el desarrollo del hábito de lectura. Como en otros aspectos de la educación, parece que solo en la secundaria es donde se cuece todo. Lo cierto es que muchos alumnos que entran en el primer curso de ESO en los centros educativos o bien han perdido ya del todo el hábito de lectura o bien no llegaron a adquirirlo nunca.

     Y que no se nos olvide un asunto importante: que los estudiantes que tienen un hábito constante de lectura suelen tener muy buen rendimiento académico, porque leer y estudiar son dos actividades que mutuamente se alimentan una de otra. No estamos hablando, por tanto, de un asunto intrascendente, puesto que la creación de una sociedad democrática efectiva pasa por la generación de una importante masa de lectores críticos.

     El canon literario es definido por el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española en su quinta acepción como Catálogo de autores u obras de un género de la literatura o el pensamiento tenidos por modélicos.

     Desde mi opinión como profesor, escritor, padre y bibliotecario amante de los libros y curtido en mil batallas, son los alumnos los que deben conectar con el canon. En dicho catálogo encontrarán un vocabulario rico y complejo, un gran repertorio de situaciones vitales y reacciones emocionales, así como la asunción de contrariedades, valores todos que les harán más críticos con la realidad y, en definitiva, mejores ciudadanos.

     Si me dan a elegir entre el Lazarillo y una obra de literatura juvenil que no sea del todo adecuada (por su vocabulario, por la simplicidad esquemática de los conflictos o por la falta de dibujo de sus personajes) me quedaré siempre con la vida de Lázaro de Tormes y el recuento de sus escasas fortunas y múltiples adversidades. No me importará leerlo por vigésima vez, porque es mi libro favorito.

     En una sociedad democrática, democrático ha de ser necesariamente el acceso a la gran cultura. Mandar leer clásicos y enseñar sus grandes virtudes es la mejor manera de formar ciudadanos libres que no se dejen arrastrar por los vaivenes e intereses de los políticos y de las empresas.

     Podrán decirme ustedes que la literatura debe ser fácil y divertida para los chavales, pero esa idea no creo que sea del todo correcta. ¿Acaso no es divertido el Lazarillo? ¿Acaso no es fácil de leer el teatro de Lorca? No creo que haya que ponérselo todo fácil a los alumnos. Ya tienen fáciles muchas cosas hoy en su camino.

     Por otra parte, hay que considerar que también en otros campos las visiones historicistas o históricas están en franco retroceso en esta sociedad que pone en un altar los avances tecnológicos y olvida la cultura humanística. Pero si hay ámbitos del saber humano en los que debe conservarse el estudio histórico, uno de ellos debe seguir siendo el del estudio de la literatura.

     Sí estoy de acuerdo con una idea planteada por Zafra en su trabajo: la de que los nuevos currículos se planteen la lectura de textos clásicos que sean de otras literaturas nacionales. Me parece una idea excelente. ¿Por qué no mandamos leer a Shakespeare, a Conan Doyle o a Molière, toda vez que tenemos muy buenas ediciones de sus obras?

     En cuanto a la conexión con otras artes, no deja de tener su interés, pero sinceramente me parece otra vía para quitarle prestigio a la literatura -si no lo ha perdido ya-, al renunciar a enseñarla por sí misma, por sus valores intrínsecos, además de que, de nuevo, es una vuelta a lo fácil. 

     Ignacio Zafra remitía en su reportaje a una tribuna de opinión, publicada en El País tres días antes, escrita por dos profesoras de Lengua y Literatura que han participado en la elaboración del borrador de los nuevos currículos de la asignatura (Guadalupe Jover y Rosa Linares).

     En dicho artículo de opinión, las dos docentes de la materia señalan que en Francia la nueva organización curricular establece cuatro bloques temáticos para los alumnos entre 12 y 15 años.

     Señalan ellas también que la nueva propuesta curricular emanada de la LOMLOE establece en ESO “itinerarios temáticos o de género [sic] que atraviesen [sic] épocas, contextos culturales y movimientos artísticos, dejando en manos del profesorado el diseño y la concreción de dichos itinerarios”.

     Como ejemplos de dichos itinerarios citan los siguientes: Héroes, heroínas, heroísmos; Querido diario; Lejos de casa; El ser humano y la naturaleza; Los amores contrariados; Poesía de lo cotidiano...    En cuarto de ESO sí se permitiría, al fin, la lectura de clásicos, pero también incluida en itinerarios temáticos como La construcción del héroe en la narrativa española y Personajes “femeninos” [sic] en el teatro español de los siglos XVII, XVIII y XIX.

Todo muy bonito sobre el papel (atenido a la perspectiva de género, a los ODS -Objetivos de Desarrollo Sostenible- y a la lucha contra la violencia machista), pero veo el peligro de que se pierda, con todos estos itinerarios que “atraviesan” épocas, contextos culturales y movimientos artísticos, una necesaria visión de conjunto de los textos literarios a lo largo de la historia. Porque no podemos olvidar que la literatura es palabra en el tiempo, palabra en una cadena, en un río que fluye desde tiempos inmemoriales conformando nuestro ser.

¿Queremos que nuestros alumnos pierdan ya la noción de la existencia de la Edad Media, el Renacimiento, el Barroco, el Neoclasicismo, el Romanticismo, el Realismo, el Naturalismo, el Modernismo, las vanguardias, la Edad de Plata y los movimientos literarios posteriores a nuestra guerra incivil?

     ¿Pondremos por encima el enfoque temático, es decir, que los alumnos conecten sus sentimientos con los de los personajes de las obras, aunque no tengan ni idea del contexto en que fueron creadas o las claves de sus autores?

     ¿No será mejor adoptar un término medio que combine ambos planteamientos?

     Es cierto ya que a ningún profesor que peine canas se le ocurriría mandar leer a sus alumnos la primera parte de El Quijote en versión original o el Cantar de Mio Cid íntegro, aunque cuando eran escolares sus profesores sí lo hicieron con ellos. Porque es cierto, aunque nuestros alumnos no se lo crean, que tuvimos que leer obras como esas (y el Lazarillo y La vida es sueño de Calderón...) en una época en que no había tantas ediciones adaptadas como hoy. Tanto ha cambiado la sociedad...

     Desde luego, tenía razón el otro día un compañero con el que hablaba de este asunto: “el alumno que quiera leer lo va a hacer siempre, en cualquier época y con cualquier tipo de libro”. Los demás se leerán a regañadientes el libro de lectura y harán como puedan la prueba de control para pasar el trámite.

     Aún recuerdo con fruición mi entusiasmo por La Odisea (leída por mí en una versión adaptada en prosa) o por La historia interminable.

     Hablando de historias sin fin, voy a ir acabando porque esta entrada de hoy es más larga que un día sin pan... para Lázaro de Tormes.

     Irene Vallejo escribe lo siguiente acerca del canon literario en su maravilloso ensayo literario El infinito en un junco: “Si puede llegar a ser una herramienta útil, es precisamente porque su flexibilidad le permite registrar los cambios”.

     Miren ustedes, yo voy a seguir mandando el Lazarillo, aunque me metan en la cárcel como a Cervantes. Además, ¿no fue allí donde escribió el Quijote?

     Ah, ya sabía yo que algo se me olvidaba: el libro más prestado de la biblioteca de mi instituto, en el que creo que algo sí enseñamos, es la La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades.

     Es una historia muy divertida de un adolescente... de 1554.

La adolescencia se la quita de golpe y porrazo su primer amo, el ciego, cuando le hace aproximarse a un toro de piedra que aún existe a la salida de Salamanca por el puente romano y le choca la cabeza contra el verraco. Y díjole:

     -Necio, aprende, que el mozo de ciego un punto ha de saber más que el diablo. 

     Por debajo del puente, las aguas del río, a la vez quieto y en marcha,  seguían su curso, cantando siempre el mismo verso, pero con distinta agua. 


Comentarios

Yo, que soy un clásico, interpreto que un “itinerario de género” puede ser un recorrido por la lírica, la narrativa o el teatro. Es más, que debe ser eso, porque los itinerarios temáticos nos llevarían a que cada alumno, en cada centro, estudiase algo distinto o no estudiase nada. O que lo estudiase pero no se enterase de nada. El asunto merece ser tratado con una copa en la mano. ¿No cree?
Jesús Cotta Lobato ha dicho que…
En mi opinión, la literatura tiene un valor en sí mismo y no solo en función de los intereses temáticos de cada época, así que lo mejor es estudiarla en su historia y aprender a disfrutar de los clásicos, que, si lo son, es por algo. Estupenda reflexión la de este artículo.

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