Hay obras de arte creadas expresamente con la intención de conmover y de mover conciencias, de hacer visibles realidades que permanecen ocultas a los debates públicos. Si, además, son obras de arte realizadas de manera meritoria y a ello se le suma el conocimiento de dramáticas circunstancias personales de sus artífices, la obra adquiere entonces un valor sorprendente.
Ese es el caso de la película La semilla de la higuera sagrada (2024), del director iraní Mohammad Rasoulof.
Cuenta una historia dura: las consecuencias, en el seno de una familia, de la historia real de la represión del gobierno de Irán de la ola de protestas por la muerte en 2022 en Teherán de Mahsa Amini, una mujer que fue torturada y asesinada por la policía religiosa por no usar correctamente su hiyab.
La tensión de las calles llega hasta el interior de una casa en la que vive la familia del juez instructor Iman, quien se ve forzado a tener que firmas penas de muerte que le vienen impuestas por la fiscalía.
Iman es un personaje sabiamente interpretado por el actor Missagh Zareh, que refleja perfectamente cómo el juez está atormentado por su conciencia.
En el filme destacan también las interpretaciones de las mujeres de la casa: su mujer, Najmeh (Soheila Golestani), y sus dos hijas, Rezvan (Mahsa Rostami) y Sana (Setareh Maleki), dos generaciones que oscilan entre la obediencia a la tradición y el deseo de cambios, propiciado por el acceso a redes sociales, prohibidas en aquella casa.
Puede ser tema de discusión
si es excesivo el metraje de la película o lo adecuado de
determinados giros argumentales, pero desde luego la película
consigue atrapar al lector por la regulación de la intriga y por el
mensaje feminista que quiere transmitir el director, quien tuvo que
exiliarse a Europa a raíz del estreno de esta obra de arte.
El Tribunal Revolucionario Islámico lo había sentenciado a ocho años de prisión, latigazos y la confiscación de sus bienes. Casi como si la sentencia la hubiese firmado el personaje de Amin. La vida y el cine tienen caminos paralelos.
Si ven ustedes la película, fíjense en cómo están tratados los ambientes de interior. En eso el cine iraní y oriental en general tiene una larga tradición, aunque ese cine demorado termina exasperando a muchos espectadores occidentales.
En el fondo, esa manera de narrar desde dentro es muy simbólica, porque retrata de forma fidedigna el papel de las mujeres en muchos países de Oriente, donde se las termina considerando seres inferiores, atadas a las exigencias de unas leyes morales intocables y férreas.
Ver La semilla de la higuera sagrada y no conmoverse es algo muy difícil. Les animo a entrar en los dramas silenciosos de sus cuartos interiores.
Buen fin de semana.
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