Recuerdo, por ejemplo, de la época de mis primeros años de juventud, que un día nuestra cocinera, con lágrimas en los ojos, irrumpió en la habitación: le acababan de comunicar que Charlotte Wolter (la actriz más famosa del Burgtheater) había muerto. Lo más grotesco de aquel dolor exagerado era, por supuesto, que nuestra anciana cocinera medio analfabeta no había estado ni una sola vez en el Burgtheater y no había visto a la Wolter ni dentro ni fuera del escenario; pero en Viena, una gran actriz nacional era propiedad colectiva hasta tal punto que incluso los que no se interesaban por el teatro percibían su muerte como una catástrofe. Stefan Zweig: El mundo de ayer. Memorias de un europeo (editorial Acantilado, 2001). Siempre le había gustado la música. Cuando era pequeña, se quedaba escuchando detrás de la puerta, en el rellano de la planta de abajo, las leccio...