Los porteros de foot-ball , igual que los toreros, odian los días de viento porque el aire entonces le da al balón trayectorias inverosímiles que los obligan a esforzarse mas que en ninguna otra ocasión. Aquel día, Z. estaba nervioso. La tarde se había vuelto plomiza y las nubes llegaban empujadas por un viento frío y desapacible. Fue a la salida de un corner . La pelota, que venía al primer palo desde la derecha del portero, inició un vuelo majestuoso en busca de un rematador. No hay, por cierto, emoción comparable a la de ver volar un balón que persigue el fondo de la red. Z. la golpeó de puños, pero no con la suficiente fuerza. Hubo varios rechaces que llevaron el esférico al otro lado. Allí, a la izquierda de Z., surgió la figura de A., el vecino de su mismo pueblo, aquel zagal que estaba empezando a jugar en la primera categor...