La utopía es un sueño irrealizable, pero a veces me gusta pensar que está cada vez más cercana con cada pequeña conquista cotidiana de nuestra minúscula existencia.
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¿Adónde irán las ideas fugaces que rondan momentáneamente, como moscas perezosas, las cabezas de los literatos de ocasión y terminan dejando un vacío enorme si no se cazan con papel y tinta?
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¿Debe el filósofo conocer el bien? ¿Y debe ser, como buen filósofo, un hombre igualmente bueno? Si es que sí, ¿cómo se comporta un filósofo cuando lo despiertan de la siesta a las cuatro y media de la tarde para preguntarle si no conoce el mejor seguro de vida del mercado?
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En relación con lo anterior, el capitalismo salvaje de hoy roba al hombre común los tradicionales tiempos y espacios para el descanso. ¡Se acabó la hasta hace poco sacrosanta siesta! ¡Hala!, ahora toca conocer todas las ofertas del mundo después de comer. Menudas digestiones nos esperan.
Comentarios
El capitalismo salvaje, si consiste en que te despiertan de la siesta, es menos grave que el comunismo salvaje. Siempre puede uno dejar descolgado el teléfono.
El filósofo conoce el bien, pero puede que, despertado de la siesta, no lo practique.
Un abrazo, amigo.
Lo minúsculo, lo pequeño, va siempre a un paso de distancia de la utopía, y a dos de los sueños.
Las ideas fugaces acaban en la papelera.
Abrazo para ambos.