Mi
primera casa no la recuerdo porque yo era muy pequeño cuando nos
mudamos a la segunda. En realidad fue sólo un cambio de planta, de
un primero a un segundo en el mismo bloque.
Aquel
segundo piso fue la casa de mi infancia. No volví más allí una vez
que nos mudamos, cuando yo tenía quince años, a la casa en la que
aún viven mis padres.
La
casa de mi niñez (el segundo piso al que me he referido) era grande.
Tenía un recibidor con un paragüero enorme del que salía un
pasillo central que comunicaba a izquierda y derecha con todas las
estancias: el cuarto de la plancha (con su armario de juguetes), la
habitación de mis hermanas, dos cuartos de baño, el cuarto que
compartíamos mi hermano y yo, la cocina con su lavadero, el
dormitorio de mis padres, el salón (dividido en dos partes) y la
terraza.
Recuerdo también un pequeño
armario al lado del cuarto de baño pequeño, seguramente el lugar de
los botes de limpieza.
Es
curioso cómo había olvidado ese armario, cómo la memoria se queda
únicamente con recuerdos sustanciales y desecha los intrascendentes,
pero ¡qué daría hoy por poder abrir de nuevo aquel armario y poder
ver, aunque fuera sólo por un instante, su interior o por tener la
oportunidad de volver a percibir sus olores!
Por otra parte, es también
significativo cómo los recuerdos de los cuartos de nuestra niñez,
que con el tiempo se confunden en un mismo plano con el recuerdo de
las personas de entonces, los asociamos a determinados sucesos. Por
ejemplo, cuando evoco mi cuarto no puedo evitar la memoria del
intento de golpe de Estado del veintitrés de febrero de mil
novecientos ochenta y uno (con aquella radio sonando insistentemente)
o al recordar la cocina del piso me viene la imagen del aceite de la
freidora con el que una tarde monté un auténtico desastre al
derramarlo por el suelo.
En
el cuarto de mis padres mi hermano y yo grabábamos nuestras voces en
un radiocasete (cómo nos reímos con “Humanidad pervertidaaa...”)
y los Reyes Magos nos dejaban los regalos; en el cuarto de la
plancha jugábamos a los bandoleros y destripábamos los juguetes
cuando nos cansábamos de ellos... y esos recuerdos los conservo
frescos, como si fuesen muy recientes.
Casa de mi niñez, aún te
recuerdo. Tu imagen sigue viva en mi alma. Ojalá sea así por mucho
tiempo.
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