Asma, alergia, pies cavos,
gafas, ortodoncia, pies de puntillas que requirieron una operación,
descalcificación en un hueso del pie por la cual me tuvieron que escayolar...
Fui, en definitiva, un niño
imperfecto, con tantas debilidades que mi historia clínica parecía
no tener fin.
Lo
peor, sin duda, fue el asma. Era terrible la sensación de no tener
aire suficiente en los pulmones para poder respirar y no poder
descansar bien por las noches.
Recuerdo una vez, en la playa,
en la que me desperté casi asfixiado, con pitos en el pecho. Mi
madre se vino conmigo a la terraza y allí estuvimos viendo los
barquitos del mar, pequeñas luces lejanas en la minúscula luz del
alba.
Me
tuvieron incluso que llevar en dos ocasiones al antiguo hospital de
Riotinto (hoy Museo Minero) para darme oxígeno.
De
niño yo quería ser médico, pero al ver una pequeña operación de
cirugía plástica en la televisión me mareé y ello supuso el fin
de aquella vocación.
Me
acuerdo de que una vez el médico me mandó unos análisis de las
heces, así que tuvimos que ir a Huelva con Juanito, taxista de la
Empresa (que en paz descanse).
De
vuelta de la ciudad, me entraron arcadas en el camino y vomité parte
del desayuno en la reluciente tapicería de escay color crema de los
asientos traseros del Mercedes de Juanito, quien quería a su coche
como a un hijo.
El
ser un niño enfermizo te termina curtiendo. A pesar de que piensas
en la imperfección de tu cuerpo, terminas aceptando tus deficiencias
y debilidades.
En
Sevilla me operaron de los tendones de Aquiles en ambos pies. Una vez
en casa, mis amigos “Rafi” y Ángel me llevaban a casa los
apuntes de clase para que no perdiese el contacto con el colegio.
Recuerdo que, en aquella larga
convalecencia, tuve que hacer un dibujo a color de las partes de la
célula para que mis amigos se lo llevasen al maestro. ¡Cómo se
acuerda uno de cosas que sucedieron hace ya tanto!
En
mis largas estancias en cama, recuerdo el placer de la lectura, que
me hacía soñar con otras vidas, con otras realidades.
Podía estar incapacitado, pero
mi imaginación volaba con las aventuras de los tebeos y los libros
que devoraba con avidez.
Aquellas aventuras obraban en mí
el deseo de querer convertirme también en escritor, de combinar con
emoción y belleza las palabras para que alguien disfrutara del mismo
modo que yo lo hacía en mi cama en aquellas ocasiones.
¡Pobre niño enfermizo! ¿Te
curaste de todos tus males?
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