Aquel
hombre enjuto y con ojeras, agobiado por el peso del tiempo, ignoró, en el
preciso instante en que colocaba una pluma ensangrentada de su canario en la
boca de aquel cartón de leche vacío antes de tirarlo a la basura, que, millones
de años más tarde, arqueólogos de otros mundos lograrían hallar en aquel resto
de plumas la clave que les permitiría averiguar casi todos los misterios del
universo, incluso los que bullían en el fondo de su alma antes de matar aquel
maldito pajarraco que torturaba sus sienes, machacadas por las indecencias de
sus alumnos.
A mi compañero y amigo Paul Pongitore Soy profesor de enseñanza secundaria desde el año 1998. Empecé entonces como interino y dos años después me convertí en funcionario de carrera docente. He paseado mis libros por bastantes institutos de Andalucía. Creo que estos son avales de cierta experiencia en el terreno educativo para poder hablar de él. Como muchos de mis compañeros, he ido observando el paulatino deterioro de las condiciones de trabajo de los profesores en los centros educativos. Podría hablar largo y tendido de las exigencias cada vez más estresantes de una legislación educativa de lenguaje críptico fruto del buenismo más adocenado (cuyo último invento es el asunto de los criterios de evaluación); de la actitud de rechazo de parte de la sociedad a la labor y la autoridad de los profesores; quizás también podría hablar por extenso de nuestro intenso y pírrico esfuerzo, tan poco valorado por parte de la sociedad, que insiste en criticarnos por nuestras largas vacacion
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