A mis compañeros
bibliotecarios Loli,
Domingo, Alberto y Paco
De entre todos
los espacios que han quedado sin gente y en silencio a causa de la confinación
obligatoria, quizás no los haya más vacíos que las bibliotecas públicas.
Esos espacios
en que la lectura es un bien al alcance de cualquiera, en que los pasillos
están llenos de páginas entintadas con millones de palabras esperando los ojos
que quieran leerlas, son hoy la viva imagen de la pérdida cultural que supone
ya esta crisis.
He sido desde
pequeño y sigo siendo usuario, con mayor o menor asiduidad (según rachas) de
las bibliotecas públicas. En algunas de ellas he encontrado verdaderas joyas
que me han conmovido, he estudiado exámenes de la carrera, he preparado
oposiciones, he corregido exámenes, he presentado libros míos...
Tengo muy buenos
recuerdos de la biblioteca de Utrera, de la biblioteca Infanta Elena de Sevilla
y su precioso ambiente zen, del Centro Cultural Biblioteca de Montequinto (donde,
por cierto, después del confinamiento tengo que devolver un libro) y, por
supuesto, de la de mi pueblo, Minas de Riotinto, adonde, con ayuda de la enciclopedia
Espasa, en la era preinternet, fui a elaborar una lista de palabras con
morfemas de origen griego para María, profesora de Lengua que me dio clase en
bachillerato.
Mi experiencia
de usuario de bibliotecas se completó luego con la de bibliotecario. Lo fui a
tiempo parcial gratis et amore en la facultad de Filología, en la pequeña
biblioteca que tenía el Departamento de Literatura Española en un sitio
recóndito, al que se entraba por debajo de un hueco de escalera, al lado del patio
central de la antigua fábrica de tabacos.
Más adelante,
ya siendo profesor de instituto, he trabajado como bibliotecario en casi todos los
institutos donde he impartido clase. Además, en dos institutos (en el Virgen de Consolación de Utrera y en
el María Galiana este curso) he actuado como coordinador de los grupos de biblioteca.
He ido
conociendo los métodos de biblioteconomía, desde el rudimentario sistema de
fichas impresas hasta lo más reciente, Biblioweb, un programa de gestión por
Internet de fondos bibliográficos.
Este curso
había empezado a mantener un blog de la biblioteca de mi instituto, el IES María Galiana de Montequinto, Dos Hermanas
(https://bibliotecaiesmariagaliana.blogspot.com/),
el cual estaba teniendo muy buena pinta.
Mi experiencia
de tantos años de usuario y de trabajador de bibliotecas me lleva a decir que
siempre será poca la inversión en fondos, tiempo y energía dedicados a una
biblioteca pública.
Por ello, como
todos los amantes de la lectura, siento mucho esta situación que provoca que
los libros hayan quedado también confinados y en silencio, sin poder llegar a
las manos de los lectores que los buscan.
Si
para un escritor escribir -dicen- es conversar sin tiempo con quien mejor lo
conoce (es decir, con él mismo), leer es permitir que las voces de unos
desconocidos vayan habitando nuestras mentes.
Si leer es abrir ventanas al mundo, muchas de esas ventanas están ahora
cerradas, cogiendo polvo, en estantes y pasillos de miles de librerías
públicas, sin poder llegar a las manos de quienes más las necesitan sin
saberlo.
Esperemos que esta confinación sirva al menos para que, al salir del
estado de alarma, volvamos a los libros, que nos esperan, deseando enseñarnos otros
mundos, en las bibliotecas públicas de toda España.
Por ello escribo y rezo. ¡Resistiremos!
Comentarios
!cuan lamemtable e injusto parece
el sometido a una biblioteca.!De momento solo nos queda desear el pronto retorno a sus acogedores e ilustrativos silencios.