GRAN DUQUESA: ¡Oh, pobre
señora Yakushova!, estamos hablando en charada: debe de preguntarse de qué se
trata.
NINOTCHKA: Nada de eso.
Lo entiendo muy bien: el conde le regaló un perro. Lo ha dicho muy claro, señora.
GRAN DUQUESA: ¡Oh, Dios
mío!, estoy perdiendo mi distinción. Si no voy con cuidado, me entenderá
cualquiera.
Ernst
Lubitsch: Ninotchka (1939).
A mi antiguo alumno Luque, futuro
profesor mágico
Hace
unos días me dio por ordenar mi trastero, lo cual viene a ser algo parecido a
la experiencia de un astronauta que atraviesa la singularidad de un agujero de
gusano.
Actividades
como esa son peligrosas porque, aparte de convertir todos los átomos de tu
cuerpo en una sola onda, pueden aumentar
en tus vías químicas neuronales los niveles de melancolía por el pasado perdido.
Allí
se encuentra uno de todo: viejas agendas, herramientas que hace años que no usa
(pero que se guardan por si acaso se fueran a usar algún milenio de estos),
cajas con tuberías hace tiempo reemplazadas, viejos proyectos de escritura y
libros, muchos libros...
El
análisis del trastero de alguien es casi la mejor radiografía de su alma.
Pues
bien, querido lector (vayamos al grano), he aquí que me encontré, revisando los
apuntes de la asignatura Español de América, impartida por la profesora Eva
Bravo en el tercer curso de mi añorada carrera de Filología Hispánica, unas interesantes
informaciones sobre el uso de los pronombres en el español del Siglo de Oro.
Me
pregunté entonces (y me lo sigo preguntando ahora, cuando le escribo a usted
esta carta) para qué sirve un filólogo.
Quizás la mejor respuesta
esté en aquellos viejos apuntes, anotaciones de las palabras de la doctora
Bravo en su clase del 22 de marzo de 1993:
«En el siglo XVI la forma
vos decae en su uso. Hacia 1500 la forma tú se utiliza para
personas socialmente inferiores o personas de la misma clase social con las que
hay una especial intimidad o camaradería.
»Para los demás casos se
utilizaba el vos. Los matrimonios se tuteaban en privado, pero no en
público.
»El vos a partir
de 1500 empezó a utilizarse donde antes se usaba el tú, y con ello cayó
en descrédito (perdió el carácter de respeto).
»Empezó a utilizarse con
personas inferiores, sobre todo de mayor edad, cuando se le reñía a los
criados... Se produjo una descompensación, pues se llegó a usar la misma forma
de tratamiento para personas de rango superior e inferior.
»Entonces surgió la
necesidad de marcar nuevamente las distancias entre superiores e inferiores: tú
queda como tratamiento de confianza, vos decae rápidamente (solo se usa
para o entre personas inferiores) y vuestra merced queda para personas
de rango superior.
»Vuestra merced
también empezó a devaluarse y surgieron formas vulgares como voacé, vuacé,
vucé, vusarced...
»En el siglo XVII se
generalizó y decayó vuestra merced. A mediados de dicho siglo surge usted
como fórmula de tratamiento cortés.
»En España, durante el
siglo XVII usted va a desbancar a vos en la cortesía, al igual
que a vuestra merced; tú quedará como tratamiento afectivo y,
para tratar al inferior, se utilizarán vos y vuestra merced.
»Don era el título
real de los capitanes del rey. Sin embargo, llegó un momento en que perdió el
significado de distinción social. Todo el mundo se ponía el don y, a
fuerza de usarlo como signo de calidad, perdió este matiz.
»Todo el mundo quiere
entonces ser más hidalgo de lo que es. Es una tendencia que se muestra de forma
exagerada en América.
Todos estos cambios en el
español peninsular llegarán con retraso a América. Allí estaban en pleno auge
formas de tratamiento que estaban decayendo ya en España...»
Uno lee estas cosas y no
puede evitar ponerse a investigar (las vacaciones de los profesores dan para
mucho, desde luego), y busca información, en una tesis doctoral de la profesora
Elizabeth Fernández, sobre la explicación sociolingüística de la forma híbrida
del ustedeo (del “ustedes tenéis...”) en contextos familiares en Andalucía
occidental, probablemente fruto de una sociedad estamental rural en la que hay
una intención explícita de mantener la cortesía.
La profesora Fernández
cita un libro de 2001 de mi antiguo profesor de la facultad, don Rafael Cano
Aguilar, quien señala que el ustedeo
andaluz no parece muy antiguo y que es “un uso quizá rural difundido en una
sociedad tan fuertemente estamental y clasista como la andaluza, donde, por si
acaso, siempre era mejor tratar con cortesía a quien se hablaba. Pero, otra
vez, no se trata sino de especulaciones”.
El asunto de la
distinción social a través del lenguaje me sorprende en mitad de la ordenación
de la singularidad cósmica de mi trastero.
Y entonces me acuerdo de
Cervantes, concretamente de un pasaje del capítulo quinto de su novela póstuma,
Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617):
Un hidalgo que estaba
a mi lado, grande amigo mío, me dijo, y no tan bajo que no lo pudo oír el
caballero: "Mirad, amigo Antonio, cómo habláis, que
al señor don Fulano no le llamamos acá señoría". A lo que respondió el
caballero, antes que yo respondiese: "El buen Antonio habla bien, porque
me trata al modo de Italia, donde en lugar de merced dicen señoría".
"Bien sé -dije yo- los usos y las ceremonias de cualquiera buena crianza,
y el llamar a vuesa señoría señoría no es al modo de Italia, sino porque
entiendo que el que me ha de llamar vos ha de ser señoría, a modo de España; y
yo, por ser hijo de mis obras y de padres hidalgos, merezco el merced de
cualquier señoría, y quien otra cosa dijere -y esto echando mano a mi espada-
está muy lejos de ser bien criado".
»Y,
diciendo y haciendo, le di dos cuchilladas en la cabeza muy bien dadas, con que
le turbé de manera que no supo lo que le había acontecido, ni hizo cosa en su
desagravio que fuese de provecho, y yo sustenté la ofensa, estándome quedo con
mi espada desnuda en la mano. Pero, pasándosele la turbación, puso mano a su
espada, y con gentil brío procuró vengar su injuria; mas yo no le dejé poner en
efeto su honrada determinación, ni a él la sangre que le corría de la cabeza,
de una de las dos heridas. Alborotáronse los circunstantes; pusieron mano
contra mí, retireme a casa de mis padres, conteles el caso y, advertidos del
peligro en que estaba, me proveyeron de dineros y de un buen caballo,
aconsejándome a que me pusiese en cobro, porque me había granjeado muchos,
fuertes y poderosos enemigos. Hícelo ansí, y en dos días pisé la raya de
Aragón, donde respiré algún tanto de mi no vista priesa.
»En resolución, con
poco menos diligencia me puse en Alemania, donde volví a servir al Emperador.
Allí me avisaron que mi enemigo me buscaba, con otros muchos, para matarme del
modo que pudiese...
En
el pasaje se observan dos aspectos interesantes: la ironía y la intención
humorística con que Cervantes, el gran amante de la libertad (el llamar a
vuesa señoría señoría [...] merezco el merced de cualquier señoría), adoba
el relato de estas cortesanías lingüísticas que a él seguramente le parecerían
absurdas.
Otro
aspecto que podemos percibir, aunque se trate de un texto de ficción o
invención, es que no era en aquella época un asunto baladí la forma de tratar a
los demás, pues un mal uso de un pronombre podía llevar a los implicados en la disputa
a un duelo a muerte.
Carlos Romero Muñoz,
autor de la edición del Persiles de Cátedra Letras Hispánicas, anota en
este pasaje lo siguiente:
«El tú se usaba
con los niños y las personas de gran confianza. El vos se empleaba entre
iguales, con el expreso deseo de mostrar esa igualdad o, más frecuentemente,
con inferiores. El él o ella constituía una forma más bien
neutra, que se teñía de medio respeto o de desdoro según la
circunstancia, pero más bien se decantaba hacia lo último. El vuesa merced,
con sus variantes, constituía la fórmula más extendida de respeto (a nadie
podía ofender). El señoría empezó siendo un tratamiento de uso muy
restringido, que la vanidad de unos y el servilismo de otros fue propagando hasta
límites, según parece, «escandalosos» (la misma autoridad real tuvo que
intervenir, dedicando a este concreto abuso buena parte de las pragmáticas
de las cortesanías promulgadas en 1584, 1588 y 1611). Este «grado», a
finales del siglo XVI y comienzos del XVII, se debía usar tan solo al dirigirse
a condes, marqueses, obispos, embajadores, presidentes y oidores. (Los transgresores
podían ser castigados, incluso severamente, el menos en teoría, lo que explica
las palabras del hidalgo a Antonio). El excelencia, en fin, estaba
reservado a los duques, los virreyes y generales de armada.
»Volviendo ahora al texto
cervantino, observamos que el joven noble ha tratado a Antonio primero de vos
y, en seguida, de él. Viene luego su propia réplica y, a continuación,
la intervención de un innominado presente, que lo trata de nuevo de vos,
sin que el airado se sienta aún más ofendido: señal de que se trata de un
amigo, de un “igual”».
En fin, no sé si ustedes ya
sabéis/saben para qué sirve un filólogo. Quizás para pasar unos buenos ratos
curioseando en la historia de las palabras o en las intenciones de los escritores.
Quizás para tener buenas horas de diversión paseando por el mundo de los libros
que citan a otros libros. Quizás para poder salir de un agujero de gusano. O quizás,
simplemente, como decía Nietzsche, para leer “con lentitud y amor”.
¿Les parece poco?
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