Para los que sueñan
con la magia del mundo
Cuentan las lenguas dignas de fe que los tres sabios de Oriente, cansados del largo viaje por llanuras y abrasadores desiertos, por montañas heladoras y estrechas gargantas de ríos caudalosos, llegaron de noche a una posada, cerca de Isfahán, bajo un terrible aguacero.
El posadero les abrió de mala gana la puerta, les dio una cena fiambre y luego les indicó el camino de su aposento, una pequeña y desangelada estancia de techo bajo en la que había una sola cama.
Muertos de cansancio y en silencio, cambiaron sus ropas por otras un poco menos húmedas y se acostaron en el estrecho e incómodo catre de paja tiritando de frío.
Al principio no podían dormir: el ambiente gélido, la humedad de la casa y el ruido de los relámpagos en la lejanía les hacían moverse inquietos bajo el cobijo de una fina manta pero, poco a poco, un calor reconfortante, que provenía de sus pies enlazados, fue extendiéndose por sus cuerpos y calmando su desazón.
Los tres sabios cayeron entonces en un sopor muy profundo. Guiados por un ángel que guardaba su cama, tuvo cada uno de ellos un sueño premonitorio:
Baltasar soñó que, mientras una noche dormía durante aquel viaje, unos ladrones en el camino a Belén le robaron el saquito de mirra, que llevaba a Jesús de regalo como símbolo de Su carne mortal. Quiso recuperar aquel presente y anduvo buscando por llanuras y desiertos a aquellos malhechores, pero no los encontró. Finalmente, llegó a las puertas de un viejo templo en ruinas, donde un hombre muy mayor contemplaba las dunas del desierto a lo lejos. El sabio rey le expresó al anciano sus lamentaciones por la pérdida de la mirra, pero este lo reconfortó:
-No temas perder la mirra, porque solo es un símbolo. Cuando llegues a los pies del Niño, únicamente dile estas palabras: “Serás vencedor de la muerte”.
Gaspar soñó que, mientras una noche dormía durante aquel viaje, unos ladrones en el camino a Belén le robaron el saquito de incienso, que llevaba a Jesús de regalo como símbolo de Su esencia divina. Quiso recuperar aquel obsequio y anduvo buscando por montañas nevadas a aquellos bandidos, pero no los encontró. Finalmente, escaló hasta una cumbre que estaba por encima de la niebla, donde un hombre joven contemplaba la luna llena, que sobre sus cabezas iluminaba el mundo de la noche. El sabio rey le expresó al muchacho sus lamentaciones por la pérdida del incienso, pero este lo animó:
-No temas perder el incienso, porque solo es un símbolo. Cuando llegues a los pies del Niño, únicamente dile estas palabras: “Serás el rey de los cielos”.
Melchor, finalmente, soñó que, mientras una noche dormía durante aquel viaje, unos ladrones en el camino a Belén le robaron el saquito de oro, que llevaba a Jesús de regalo como símbolo de Su realeza. Quiso recuperar aquella ofrenda y anduvo buscando por estrechas gargantas a aquellos maleantes, pero no los encontró. Finalmente, llegó a la entrada de una gruta, donde había una fuente de la que manaba un río que, mucho más abajo, se hacía caudaloso y moría en el mar. Allí, en la boca de aquella fría cueva, un niño pequeño casi desnudo contemplaba una fina lluvia que caía procedente de unas nubes rotas, deshilachadas. El sabio rey le expresó al niño sus lamentaciones por la pérdida del oro, pero el zagal lo reconfortó:
-No temas perder el oro, porque solo es un símbolo. Cuando llegues a los pies del Niño, únicamente dile estas palabras: “Traerás la riqueza al mundo”.
♣
Cuando despertó Melchor, el ángel todavía estaba allí.
Una de las manos del enviado del cielo tocaba la mano derecha del rey. Con la otra mano, el ángel señalaba hacia la ventana, donde una estrella, en la luz del amanecer, se destacaba sobre un rosáceo horizonte despejado de nubes.
-Señores, despierten. Tenemos que acabar nuestro viaje. Aún tenemos muchas leguas por delante -dijo Melchor.
Con nuevas fuerzas, la caravana prosiguió su ruta.
Las lenguas dignas de fe cuentan, por último, que tres días más tarde, una mañana muy temprano, apenas habían salido los tres Reyes Magos de Oriente de la casa de postas en la que habían dormido cuando unos ladrones, a las puertas de Belén, quisieron asaltarlos para robarles los saquitos de oro, incienso y mirra.
El llanto cercano de un bebé, recién despertado, los detuvo.
El ángel todavía estaba allí.


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