©Museo
Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid.
Caspar David
Friedrich: Mañana de
Pascua (hacia 1828-1835)
Queridos
lectores:
Dejo hoy de
escribir esta Bitácora de un confinamiento, la cual durante veinticinco
días ha llenado mis mañanas y calmado mis ansias.
Dejo de
escribir por varios motivos. El primero y principal es que debo al fin
dedicarme, tras muchas vacilaciones sobre cómo hacerlo, a ir recogiendo y
guiando a mis alumnos en este incierto tercer y último trimestre del curso.
En segundo
lugar, creo que la escritura en el blog de estas reflexiones ya ha cumplido el
objetivo que la escritura siempre logra en mí: en este caso, centrarme,
racionalizar la nueva situación, ver el camino que debo seguir, compartir con
los lectores mis dudas, llegar a conclusiones sobre comportamientos sociales o
personales que no terminan de convencerme...
Nunca antes
había escrito un diario descarnado como este, quizás porque (ahora me doy cuenta)
el diarista al final termina salpicando sus palabras de cierto tono moralizante
que no termina de convencerme del todo, aunque sea yo el moralizador. Esa faceta
no se aviene muy bien con mi personalidad, que es de naturaleza más jocunda y menos
sentenciosa.
Hace unos años,
en 2014, escribí Siete cartas literarias a mi hija. En una de ellas le decía lo siguiente:
Buda (un
gran hombre del que te he hablado alguna vez) decía que en la vida hay momentos
en los que hay que abandonar un pensamiento o creencia que nos ayudó una vez a
salvar un momento de dificultad. Él explicaba este asunto hablando de una balsa
que nos sirve para cruzar a la otra ribera de un río, y decía que -una vez
cruzado- esa balsa ya no nos sirve para seguir nuestro camino más allá de la
ribera.
Yo he
pensado en ocasiones, en momentos de desánimo, que la escritura para mí era una
necesidad antigua, una “balsa de Buda”, una afición de la que tenía que
desprenderme si quería vivir plenamente.
Sin
embargo, aunque sin mucho convencimiento lo haya intentado, no puedo luchar por
dejar de escribir, por deshacerme de la escritura. Para mí es inevitable y al
mismo tiempo maravilloso seguir con ella mi camino, tanto como comer o dormir.
He
descubierto que mi vida en su plenitud está asociada, entre otras facetas, a
ella y que, por tanto, puedo considerarme un escritor.
El problema
está, como en muchos otros aspectos de la vida, en la posibilidad de forzar la
máquina del cuerpo. Hay muchos escritores que llevan sus ganas de escribir
hasta el límite y exprimen como un limón sus fuerzas. Ten en cuenta que
escribir supone trabajar con las palabras, lo cual hace que sea una tarea
agotadora y muy absorbente.
Muchos
escritores hacen depender su escritura de logros que están subordinados a la
estima de los demás, a ganar premios, a ver publicados sus libros, a recibir
críticas elogiosas en los periódicos, a firmar muchas dedicatorias, a oírse en
presentaciones de sus libros, a vivir de sus palabras... En definitiva, logros subordinados
a la fama.
Sin
embargo, todas esas cosas sí que son auténticas “balsas de Buda”, porque la
auténtica pasión por escribir no necesita de ninguno de esos accesorios.
También es
importante que el escritor se conozca muy bien a sí mismo y sepa, así, de qué
temas quiere realmente escribir y en qué géneros literarios debe hacerlo.
Conocerse a uno mismo es la mejor manera de no forzar maquinaria alguna.
La
escritura es una afición hermosísima que deberías practicar toda tu vida,
porque te reportará grandes beneficios.
Solo
deberás evitarla cuando notes que escribir se convierte para ti en una
obsesión, en un impedimento para que seas feliz.
Si te va a
generar infelicidad, debes dejarla por un tiempo o incluso abandonarla en el
peor de los casos. Lo más importante, al fin y al cabo, es vivir en paz
haciendo el bien a los demás.
Vivir es lo
esencial; escribir es un afán menos importante. Los escritores no debemos
perder el norte y tenemos que evitar extraviarnos en las encrucijadas
pantanosas de las ideas, las palabras y el pensamiento.
Para
un escritor es importante saber cuándo hay que abandonar la “balsa de Buda” de
la escritura. Para ello debe preguntarle a su corazón antes que nada, porque él
tiene la respuesta. El mío me dice que hoy, precioso Domingo de Resurrección,
es el mejor momento de dejar de publicar esta bitácora.
Digo “dejar de
publicar” y no de escribir porque seguiré emborronando a mano cuadernos durante
la confinación, pero serán de momento solo para mí, apenas unas notas que den
testimonio de los hechos que más me vayan llamando la atención cada día. Esta
bitácora, a partir de ahora, igual que el río Guadiana, busca las profundidades
de la tierra, se vuelve privada, solo para su escritor, con la esperanza de
unirse alguna vez (Dios sabe si en forma de libro) a las palabras ya impresas
en este blog.
Cualquiera
de los textos que la pandemia hace que salgan de nosotros estos días (el
anuncio de donaciones al Banco de Alimentos, los números de cuenta de Cáritas,
las informaciones sobre la economía y sus pérdidas, las declaraciones de que un
empleado de hogar trabaja en tal o cual escalera de vecinos, una lista de la
compra, unos versos al final de una vieja agenda...) son testimonios de la
huella que en nosotros va dejando esta plaga. Guardados con esmero, dentro de
unos años serán materia de estudio de los historiadores que analicen esta
época.
Ya
hablé en una entrada de los beneficios de escribir en el confinamiento un
diario. A mí desde luego, independientemente de que pueda servir a un
historiador futuro, esta bitácora me ha servido, en el terreno personal, para
poder hacer un necesario y saludable parón en medio del mar de informaciones
apocalípticas que los primeros días del estado de alarma no dejaban de
asaltarnos sin piedad. Alejado de las alertas, recluido en casa delante del
ordenador, escribía para conversar conmigo mismo, para saber cómo estaba yo,
para no dar ni un solo paso hacia atrás en busca del desaliento.
De
todo esto me doy cuenta ahora, cuando voy a dejar de publicar esta bitácora,
cuando el cansancio o la ansiedad de acudir a ella son superiores al beneficio
de hacerlo cada día.
He
escrito aquí de muchos temas: la política, el cine, los libros, el teatro, la
educación... Nadie sabe qué nos deparará el futuro, pero estoy convencido de
que saldremos reforzados de esta crisis. Quizás vuelvan luego los conflictos sociales
y políticos, las escobas que barran solo para unas puertas determinadas, pero
estoy convencido de que ahora todos remamos en una sola dirección. Ojalá esta
crisis sirva para convencer a casi todo el mundo de la necesidad de cuidar el
planeta, de llevar una vida más acompasada con los ritmos naturales, de evitar
enfrentamientos inútiles, de dar la justa importancia a cada asunto, de
respetar al prójimo por encima de diferencias salvables.
Le
puse a estos escritos la etiqueta de Bitácora de un confinamiento, pero
creo que es mejor el de la palabra con la que terminaba todos los días mis
reflexiones: ¡Resistiremos! Si algún día publico en papel este diario lo
titularía ¡Resistiremos! Bitácora de un confinamiento.
Siento
defraudar a mis lectores fieles con esta desaparición temporal de la escritura pública.
Tengan por seguro que, si Dios me da salud, seguiré escribiendo por ustedes,
aunque no puedan leerme (de momento).
Les
recuerdo que a final de año, si lo permiten las circunstancias, presento mi
novela En el jardín del Ánima. Una buena ocasión para vernos las
caras.
Espero
que se cuiden mucho. Los tendré en mis oraciones.
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