Recuerdo que, cuando era yo pequeñito (más pequeñito que ahora), me gustaba oír cantar a mi madre, quien, con su maravillosa voz, iba llenando el aire de los cuartos por donde iba pasando en el ir y venir de la faena diaria. Creo que, de tanto oír aquellas viejas canciones que ella entonaba, me viene un gusto por cantar, silbar y oír música en cualquier momento que se precie. No tengo precisamente ahora muchas oportunidades de cantar, prácticamente reducidas al ratito de la gratificante ducha diaria. Hace unos días me dio por pensar todo esto el descubrimiento, en un expurgo que hice en la biblioteca de mi instituto, de un librito de 1964 titulado Cancionero infantil . Hojeando aquellas páginas de viejas canciones que cantaban los niños de antes (hoy abuelos), me dio por pensar también que se está perdiendo irremediablemente un tesoro: el del fondo musical que se transmitía oralmente de padres a hijos hasta la llegada de la revolución digital.