Ana Laura, de doce años, vivía con su madre en el piso 5º B del bloque. Habían llegado a España hacía ya tres años y las cosas no iban tan bien como ellas hubiesen querido: Elisabeth (la madre) no terminaba de encontrar ni un trabajo estable ni tampoco una pareja que la convenciera. El padre de Ana (Víctor) se había quedado en Ecuador trabajando. Separado desde hacía cinco años de Elisabeth, les mandaba mensualmente una pensión de alimentos que era insuficiente para todos los gastos que madre e hija tenían que afrontar en España. Para colmo, la niña iba mal en los estudios y tenía una autoestima muy baja: se miraba en el espejo y se veía gorda, demasiado morena, con granos en la cara... Tener doce años, ser ecuatoriana y verse fea eran muchos condicionantes que impedían que pudiese sonreír. Algunos compañeros, desde hacía ya un año, se metían con ella en el colegio. Era un acoso de baja intensidad, pero muy moles