La manzanilla, bebida moderadamente y acompañada de buenas viandas (gambitas, tortilla de patatas, pollo frito, guisos variados, “y tambié tenemo... ”) conseguía el efecto deseado: recordar el pasado con el punto justo de nostalgia, animar el presente con euforia y esperarlo todo del porvenir, que se presentaba amable y rumboso en aquellas horas felices. Caía la tarde. Seguía la conversación calmada, interrumpida de repente por el golpe del tambor, los palillos y las palmas apagadas. Cerca, alguien con buena voz cantaba. A penas podía apreciar los matices del brillo del catavinos que sostenía su añosa y ajada mano, pero sabía sin mirar que allí estaba, como en muchos otros sitios, ocultos para quien no sabía mirar, una de las muchas encarnaciones del Innombrable. Por encima de las conversaciones, del cante, de las palmas sordas, del rasgueo de las guitarras convocantes, viniendo su presencia de más allá de las casetas de la otra ribera y de las blandas nubes primaver...